ISIDRO RAMOS REGIFE, JEFE DE MENORES
12 de Junio del 2014 a las 19:50 Escrito por Jaime Aguilera
Necrológicas Diario Sur 2 de junio 2014
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Subo por la calle que va hacia el colegio electoral, muy cerca de la casa de Isidro. La primavera malagueña de Pedregalejo te explota en la cara: el turquesa del mar; el verde de la araucaria, del ciprés, del pino, del castaño de Indias…, un verde que prodigiosamente se mancha con el fucsia de la buganvillea y el malva de la jacaranda; y la luz: esa luz vespertina, dorada y acogedora que sólo, que casi únicamente se da -no lo duden- en nuestra tierra malagueña. No es día de muerte, es tarde de domingo, de playa, de paseo, de elecciones, de resaca futbolera…; y sin embargo, Isidro se nos ha ido: su destino no ha podido esperar al otoño de sus días, porque la muerte, esa dama blanca de aliento frío, no entiende ni de estaciones ni de domingos soleados.
Para muchos de nosotros Isidro ha sido, y lo seguirá siendo, un maestro. Hasta tal punto de que se hablaba de la “escuela isidrista”, o del “isidrismo”. Porque ha sido alguien del que aprendimos que la primera virtud de un jefe no es mandar, sino escuchar. Alguien del que aprendimos que la primera virtud de un servidor público no es servirse, sino servir. Alguien del que aprendimos que, pase lo que pase, no cabe la resignación, sino la lucha: la misma que, dando ejemplo, ha mantenido durante los diez meses de su enfermedad, hasta su último suspiro.
Para muchos de nosotros Isidro ha sido, y lo seguirá siendo, un padre. Mi propio padre, el otro, el de verdad, se lo dijo la primera vez que le vio, hace casi veinte años: “mira por el niño, y haz que se porte como es debido”. Y lo hizo, conmigo y con muchos más, guiándome por el camino de la discreción, de la honradez y de la satisfacción del deber cumplido.
Para muchos de nosotros Isidro ha sido, y lo seguirá siendo, un amigo. Un cómplice con quien practicar el sexo del alma, que no es otro que una buena conversación. Sin ir más lejos, el pasado verano, en una visita a raíz de conocer su enfermedad, platicamos y conversamos de todo -incluido su cáncer-, de todo menos de la dichosa crisis: de las últimas películas que había visto en el Albéniz con su compañera cinéfila -su mujer, Paqui-, de los viejos tiempos, de los conventos de clausura de Sevilla que visitaba su madre con más de noventa años, de los libros que acabábamos de leer, de la Toscana… Yo iba a regalar ánimos al enfermo, y fue el enfermo quien me regaló a mí complicidad, risas, sabiduría, esperanza, amistad… y una de las mejores tardes de ese verano.
La primavera exuberante malagueña ha sido cruel, y no ha querido esperar, y se ha adelantado al otoño suave de los días menguantes. Pero para mí, para muchos de nosotros, nunca llegará el otoño de la desmemoria; todo lo contrario, siempre anidará en mi sentimiento, en nuestro recuerdo, la luz primaveral de su magisterio, de su paternidad y de su amistad.
Descanse en paz.
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