Matías Donoso no comenzó a leer su Qijote hasta que marchó emigrado a Londres junto a su amo, el insigne polígrafo y bibliófilo extremeño don Bartolomé José Gallardo.
Aunque realmente, más que como emigrado, Matías llegó a la capital inglesa como acompañante de su señor, ya que era a éste, a Gallardo, al que únicamente podía reconocerse el estatuto oficial de asilado. Para la sociedad de su tiempo, Matías, aunque sufriera incluso con más rigor que su amo las penurias del destierro, sólo había sufrido una mudanza obligada: lo que hoy llamaríamos aséptica y fríamente, un traslado de domicilio laboral. Para la Historia, con la mayúscula que le otorga lo conocido, ni siquiera se discutía la situación apátrida del criado: para la Historia, Matías no había existido.
Hasta ahora.
Fue allí, en la casa georgiana de Noble Street, lejos de su tierra extremeña, lejos de su amada Florinda, y lejos de su extrañada Lucrecia, donde Matías Donoso comenzó a cabalgar las páginas junto al hidalgo manchego en la edición de Pellicer de 1797.
Fue allí, esa misma noche, donde también comenzó a escribir en su diario. Será entonces, a partir de esta primera anotación manuscrita del propio Matías, cuando ya nunca abandonará una lectura cervantina que corre en paralelo a una escritura autobiográfica.
Bien es verdad que a veces pasan muchos días sin que exista ningún apunte en el diario, pero al cabo del tiempo de nuevo resucita su pluma frágil, su redacción tímida y su caligrafía advenediza.
Desde ese día, desde ese primer día en que Matías comenzó a escribir en su cuaderno, irán apareciendo intermitentes glosas nada académicas sobre la novela cervantina; pero al mismo tiempo también describirá detalles sobre la rutina alrededor del día que acaba de terminar, o sobre recuerdos mucho más pretéritos que han sido resucitados al leer un pasaje de su Qijote.
Desde esa noche londinense en que comienza su particular escritura, la lectura de su novela de Zervantes se tornará en ocasiones en una especie de lectura somnífera y necesaria de mesilla de noche. Ambas costumbres, la lectora y la escritora, le acompañarán durante diez años. Los dos, Quijote y su cuadernillo de tafilete, serán testigos fieles y callados de confesiones, pensamientos y desvelos a vuela pluma.
Y quizás, aunque en este punto nos adentramos en el terreno de la hipótesis, desde esa noche londinense, Matías Donoso se convierte, inconscientemente, en el aprendiz de guardián de los secretos de la vida de don Miguel de Cervantes y Saavedra, en el poseedor de su verdad sobre Zervantes.
También yo, casi dos siglos más tarde, no a la luz de una vela sino a la de un lector de batería, he comenzado a leer El Quijote en la edición que hizo John Jay Allen para Cátedra en 1984, con ilustraciones de Pilar Coomonte. Tengo varios ejemplares de la novela cervantina en casa: Quijotes infantiles, en formato de cómic o editados por organismos públicos con motivo de su cuarto centenario… Pero el ejemplar de Cátedra me ha parecido el más apropiado para iniciar, también yo, al igual que Matías, la lectura del Quijote.
La edición de Allen es de bolsillo, nada bibliófila, nada comparable con las ediciones que atesoraba Gallardo, mucho menos preciosa que la que manoseó durante años el propio Matías. Es la edición que me obligaron a comprar en el colegio, la misma que he intentado acometer varias veces a lo largo de mi vida lectora, sucumbiendo siempre —lo confieso— al cabo de unas cuantas páginas, abandonándola muchas veces por culpa de otra novela que se ha cruzado en el camino.
También yo, casi dos siglos más tarde, he comenzado a escribir esta historia: no en un cuadernillo de tafilete como Matías, sino en un ordenador portátil. Una historia que hasta puede ser literatura, que incluso podría llegar a ser una novela en un momento dado, como El Quijote, como las novelas de caballería. Aunque podría ser también un diario, mi diario: como el cuaderno de Matías. Incluso podría llegar a ser un ensayo histórico, una biografía —la de Matías— que pretende ser histórica, como todas las que se han publicado sobre Cervantes.
Decía Cervantes en el Persiles que: «La historia, la poesía y la pintura simbolizan entre sí, y se parecen tanto, que, cuando escribes historia, pintas, y cuando pintas, compones.»
Novela, diario, ensayo, historia, historiografía, literatura, ciencia, arte… Lo único que sé es que he encontrado el diario de un desconocido llamado Matías Donoso, y que no pretendo falsear la verdad de su propia existencia y de su propio contenido. Sólo quiero que su historia con minúscula se convierta en una Historia que devuelva a Matías al sitio que le corresponde.
Sea como sea, un ensayo histórico, literatura, o las dos cosas al mismo tiempo, demos luz a la historia de dos Quijotes leídos, que es distinta a del propio Quijote escrito.
Demos luz a la vida oscurecida de Matías Donoso y a las sombras sobre la vida de Cervantes.
Demos luz a la Historia de la mejor edición del Quijote que conocieron todos los siglos.