10 de Julio del 2009 a las 9:13 Escrito por Jaime Aguilera
La paternidad es el máximo exponente de las decisiones irracionales: porque es una voluntad inexplicable elevada a la enésima potencia la que lleva a uno a decidir ser padre. Y desde el momento en que una criaturita está en este mundo con tu aportación cromosómica al cincuenta por ciento, tu trayectoria vital habrá marcado un antes y un después.
Esta paternidad conlleva muchos sinsabores, desilusiones, angustias, temores, miedos, zozobras, cansancios y muchas más cosas que era lógico adivinar, que eran totalmente previsibles por un intelecto; y que, sin embargo, han sido ignoradas por una fuerza superior opuesta a una razón acomodaticia.
No obstante, también hay destellos, momentos fugaces, donde el deseo de ser padre sale reforzado y, lo más mágico: hasta consigue que durante unos minutos la vida tenga sentido.
En la penumbra del camarote malva desgrano improvisadamente un cuento sobre un sol que se va de vacaciones y provoca el pánico en un mundo que, de pronto, ha perdido el color. Fernando, que me mira con sus ojos atónitos, pausada e intermitentemente va entrecerrando los párpados hasta que, sin dar tiempo a que el sol regrese de sus vacaciones, caiga rendido en brazos de Morfeo: con la paz indefensa que nace de su boca entreabierta.
En el sillón-relax, con una mecida acorde, Victoria permite por fin que la coja entre mis brazos. Sus grandes ojos azules me miran con una perseverancia felina y rebelde, como si no estuvieran dispuestos a cerrarse; pero la ley de la Naturaleza es implacable y sus párpados ocultan sus pupilas de mar. Otra cosa es la succión del chupete, que continuará mucho más tiempo; al igual que el calor de su piel y el latido de su corazón, que seguirán para siempre acariciando mi memoria y latiendo en mi propia ilusión.
Duerme, duerme, negrito…
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15 de Junio del 2009 a las 9:13 Escrito por Jaime Aguilera
La magia de las palabras nos envuelve a veces con paradojas inquietantes.
En política se habla siempre del binomio antagónico entre progresistas y conservadores. De él se deduce que suele haber, para cualquier cuestión derivada de nuestra convivencia, dos planteamientos enfrentados: el progresista está a favor de lo que rompe con lo anterior, y así para este la palabra “matrimonio” tiene un mayor combinatoria; para el conservador, la única posibilidad legal de “matrimonio” es la une a la pareja heterosexual de toda la vida, porque se trata no inventar nada, de “conservar” todo igual.
Y así podíamos seguir con cualquier otro debate; sin embargo, y como siempre, hay una excepción que confirma la regla: en políticas medioambientales, el progresista es “conservacionista” y el conservador quiere “progresar” con nuevas fórmulas de explotación de los recursos naturales.
En estos días se ha abierto un debate público –ya era hora- sobre el rechazo de nuestro país a nuevas centrales nucleares. Ha sido gracias a la decisión que tiene que tomar el gobierno sobre si admitir o no una prórroga de funcionamiento a la central de Garoña, en Burgos.
Yo no quiero ser como algunos dogmáticos de la derecha, que consideran una cuestión de fe el hecho de apostar por la energía nuclear. Ahora bien, también estoy en contra de la prohibición a debatir esta cuestión por parte de la izquierda que nos gobierna.
La gente tiene que estar bien informada, tiene que saber que una quinta parte de nuestra electricidad se produce por energía nuclear, que es más barata y más segura en términos de red mallada eléctrica. Y que incluso le compramos este tipo de energía a nuestra vecina Francia que, dicho sea de paso, genera empleo, riqueza y tecnología con sus más de 50 centrales (el último encargo para construir nuevas plantas lo ha recibido de la “verde” Finlandia). En la otra parte de la balanza está el problema de los accidentes (Chernobil está presente) y el de los residuos radioactivos.
En definitiva, que decidamos si estamos dispuestos a asumir el coste de un si o de un no a la energía nuclear. Pero sin ser conservacionistas en conserva, dispuestos a todo por una religión que prohíbe las nucleares.
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15 de Junio del 2009 a las 9:06 Escrito por Jaime Aguilera
He cruzado ocho veces el océano Atlántico en avión, todas ellas parcial o completamente de noche. En una de ellas recuerdo que mi padre comentaba que al menos se había quedado en España mi mujer, por entonces embarazada de mi primer hijo: lo decía por si ocurría un accidente aciago que dejaría una viuda y un nasciturus. Entonces lo tomamos por loco y le invitamos a cambiar de tema. Hoy descubro en la prensa que en el accidente fatal del vuelo de Air France entre Río de Janeiro y París ha muerto una madre y su segundo hijo: el padre y el primogénito no porque siempre viajaban en aviones distintos, por si ocurría la desgracia que finalmente ha ocurrido.
En mi primera vez hacía justamente la ruta maldita que bordea Senegal, me dirigía a Buenos Aires haciendo escala justamente en Río. Viajaba yo sólo y mi provisional compañero de travesía transoceánica y noctámbula no era otro que Luis Aguilé, el cantante. Recuerdo que pensé, mientras aprovechaba las once horas de sentada para hincarle el diente a la barroca y maravillosa novela de “Bomarzo”, que si nos ocurría algo en la inmensidad oscura de unas aguas profundas yo sería un muerto, un anónimo más, en el titular periodístico donde apareciera la desaparición del veterano artista hispano-argentino.
Coincide, y yo mismo me asombro escribiendo este artículo de la coincidencia, que otra de las veces era el primer vuelo Londres-Boston después de que hubieran partido otros desde este último aeropuerto con destino a las Torres Gemelas de Nueva York. Mi madre consideraba que mi mujer y yo estábamos locos, y sin embargo aquel vuelo sobrevolando el lugar donde se hundió el Titanic fue el comienzo de una de una de las mejores encrucijadas de mi vida.
Con todo esto quiero decir que el avión sigue siendo uno de los inventos humanos que menos entiendo: en palabras de mi mujer “una osadía hacia la Naturaleza” que me infunde admiración y respeto. Y que cuando ocurren tragedias como la de esta semana, mis miedos, mis admiraciones, mis recuerdos, Luis Aguilé y Osama Bin Laden se mezclan en un sobrecogedor y nictálope mar de dudas
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15 de Junio del 2009 a las 9:05 Escrito por Jaime Aguilera
El famoso dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que se ve que no tenía mucho aprecio a los banqueros, dijo en cierta ocasión que sólo había una cosa peor que robar un banco: fundarlo.
Afortunadamente, y para curarme en salud, no voy a hablar de bancos que se dedican a traficar con dinero. Gracias a la crisis que, como el hambre, suele agudizar el ingenio se ha creado un banco del tiempo que trafica justamente con ese bien tan preciado.
No conozco todavía a nadie que haya abierto una cuenta corriente de horas, días o semanas en esta peculiar entidad financiera pero, al parecer, la cosa consiste en que uno paga con tiempo lo que el tiempo de otro le ha dado. Por ejemplo, un carpintero le paga la instalación que le ha hecho en su casa el fontanero no cobrándole el tiempo que dedique a hacerle un mueble de madera, para la casa del fontanero, se entiende.
Se ve que en estos tiempos donde el papel moneda brilla por su ausencia, y por pura necesidad, hemos tenido que volver a tiempos más medievales donde el trueque era la única “moneda de cambio” y el quid pro quo el único lema que lo sustentaba.
No se si en su más tierna infancia, o en su rebelde y extraña adolescencia, leyeron la historia de Momo –de Michael Ende, el de “La historia interminable”-; el caso es que esta obra aparecían unos hombres grises que se dedicaban precisamente a robar el tiempo.
Esta feliz idea ha surgido para que justamente, y en la medida de lo posible, no nos roben ese tiempo; para que podamos seguir ejerciendo una de nuestras más absolutas libertades, que no es otra que elegir –cuando podemos- dedicar nuestro más preciado tesoro en forma de horas a estar con nuestra familia o a leer un buen libro.
No en vano los ingleses, con su habitual y flemático pragmatismo, suelen decir que si verdad quieres conocer a un hombre, lo único que tienes que averiguar es cómo gasta su tiempo.
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21 de Mayo del 2009 a las 14:20 Escrito por Jaime Aguilera
Acaba de morir Benedetti, D. Mario para los que profesábamos hacia él una amistad íntima y anónima, más imaginaria que real.
Cuando presenté mi primera novela a mi primer concurso de novelas, utilicé como pseudónimo el nombre de Gavarbetti. Era un homenaje soterrado a tres autores que me habían marcado en mi vocación literaria: García Márquez, Vargas Llosa y Benedetti. Los dos primeros copaban el universo estelar de un realismo mágico que había invadido el mundo en castellano provenientes de la explosión del cono sur americano. El tercero, D. Mario, era más desconocido: un músico catalán, Serrat, había sido el culpable de fuera un poco más conocido adaptando su libro de poemas “El sur también existe”.
Yo, desde esa citada amistad cómplice que existía entre D. Mario y yo, de manera callada, sin que él mismo lo supiera y a través de las palabras paridas por su integridad moral y sencilla, seguía leyendo cosas sueltas que iban cayendo en mis manos.
Me gustaban, y me siguen gustando, especialmente sus cuentos, quizás porque irremediablemente veo en ellos los mismos que yo escribo dotados de una mayor sutilidad, de una mayor elegancia. En muchos de ellos, al igual que en muchos de los míos, se retratan escenas cotidianas de personajes cotidianos: gente normal y corriente que se enamora en el “desayuno de los funcionarios” o que da paseos “tristes y solitarios” por calles, por plazas, por avenidas, por parques públicos. Reconozco que su poesía, en palabras suyas: “ese tragaluz con vistas hacia la utopía”, es prácticamente desconocida para mí, pero nunca será tarde si la dicha es buena.
Años después de iniciarme en las lecturas placenteras, pasé tres días solo en su querida Montevideo. Paseé, leí, miré, escribí. Fueron tres días maravillosos en los que jugué a ser un personaje de este uruguayo universal.
Menos mal que nos quedan sus palabras, y espero que, tal y como fue su deseo, no se hayan olvidado de meter su bolígrafo en su última caja: porque nunca se sabe lo que puede pasar.
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21 de Mayo del 2009 a las 14:18 Escrito por Jaime Aguilera
En la facultad nos ponían como paradigma de “paroxismo jurídico colectivo” a la justicia norteamericana. Uno de los ejemplos más sintomáticos era el de la abuelita que había conseguido una indemnización millonaria de un fabricante de microondas. El motivo: se le había ocurrido secar el gatito al que tanto quería metiéndolo a dar unas vueltecitas a 800 Watios. El felino pasó a mejor vida y el abogado de la anciana fundamentó su demanda en que en ningún sitio del libro de instrucciones se advertía de que no se usara el microondas con animales domésticos.
Pues bien, como en tantas cosas, solemos copiar las malas costumbres –las buenas nos cuesta más trabajo- del imperio norteamericano. La sociedad española está contaminada de una “epidemia judicializante”. Los políticos, la clase que en palabras de Platón debía dar ejemplo en la República, son los primeros en acudir a los tribunales para reforzar sus tesis políticas: bien en verdad que estamos en un estado de Derecho y que los jueces deben velar por unos poderes públicos sometidos al imperio de la Ley; pero eso es una cosa, y otra bien distinta que se quebrante la presunción de inocencia y el presunto ya está condenado de antemano, o que la razón y los argumentos se prostituyan con querellas por injurias y calumnias.
Y qué decir del llamado mundo del corazón –espejo, por desgracia, en el que mucha gente se mira-. El mercadeo de las exclusivas es la cara, y la cruz las querellas por intromisión al supuesto derecho de intimidad, imagen y honor de alguien que, justo antes, ha negociado con este derecho.
El resultado, como era de esperar, no es otro que una justicia colapsada por culpa de nosotros mismos, por culpa de los usuarios a los que debe servir y brindar, como última instancia, la resolución de conflictos.
Siempre es mejor, y sobre todo más civilizado, resolver los asuntos entre partes; y si es necesario acudir a un arbitraje rápido y particular. Lo último es hundirse en el pozo negro de un procedimiento judicial en el que muchas veces son todos los que salen perdiendo.
Ya lo decía la maldición gitana: pleitos tengas y los ganes.
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8 de Mayo del 2009 a las 11:44 Escrito por Jaime Aguilera
Cuando Baltasar Gracián dijo aquello de que “muy cerca está la fama de la fame” no se imaginaba, por muy sabio que fuera, que en el siglo XXI la fama y el hambre no es que estuvieran cerca: es que se confundían. Porque Gracián quería dar un aviso a los navegantes, sobre todo si estos eran muy conocidos: tened cuidado, ya que, por muy famosos que os creáis, de la noche al día podéis pasar más hambre que un caracol en un cristal. Pero claro, partiendo de una premisa evidente, que el famoso no es famélico sino todo lo contrario; es más, el famélico lo que desea es ser famoso, y, de paso, dejar de pasar hambre. Pues bien, el presidente de Bolivia, el indígena Evo Morales, se ha puesto en huelga de hambre para el Congreso apruebe una ley que él, el huelguista que quiere pasar hambre, quiere que se apruebe para convocar elecciones. Y no se ha quedado sólo, casi un millar de personas le han secundado. Hasta ahora, desde Gandhi al preso etarra De Juana Chaos, la huelga de hambre tenía tres claras condiciones: que tiene que ser una cosa muy seria, ya que te vas a dejar el pellejo; que va en contra de un poder establecido; y que estás dispuesto a llegar hasta el final, que no es un farol, vamos. Pocas de estas condiciones se dan en el presidente andino; entre otras cosas porque él mismo es la máxima autoridad del país, porque no convence que lo la ley electoral sea una cosa muy seria, al menos para todos, no sólo para los que su cuerda; y, por último, pocas veces se ha visto un farol más claro en este póker constitucional boliviano. Y su ejemplo ha cundido, aquí se pone en huelga de hambre todo cristo: hasta empresarios de la construcción que, por desgracia, no cobran y quizás piensan: antes de pasar hambre nos ponemos en huelga de hambre, a ver si así cae una breva que nos dé algo de sustento. El último ha sido el Güejareño, un torero granadino que se ha puesto en huelga de hambre hasta que se le incluya en el cartel de alguno de los festejos programados para la feria del Corpus de la capital de la Alhambra: se ve que se ha tomado a pecho aquello de que más cornadas da el hambre. Lo dicho, tan cerca está la fama de la fame que hasta algunos famosos se ponen famélicos y, en la otra cara de la moneda, los famélicos se ponen en huelga para ser más famosos.
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29 de Abril del 2009 a las 18:07 Escrito por Jaime Aguilera
Cayo Lara, que con ese nombre más que coordinador general de Izquierda Unida parece el procónsul del senado comunista, ha dicho que no importa que Rosa Aguilar se haya ido a la Junta de Andalucía, porque –dice él- se ha ido una rosa pero vendrán mil rosas más en su lugar.
Desde luego, es digno de alabanza el optimismo desaforado de este jardinero que, como diría Duncan Dhu, está esperando que otras mujeres le digan su nombre para hacerlas reinas de su jardín de rosas. Pero, mucho me temo, que como sigan así las cosas, la única que va a aparecer –en espíritu- va a ser Rosa de Luxemburgo.
Dentro de poco serán las elecciones europeas y puede que entonces será otra rosa –Rosa Díez- la que se convierta en tercera fuerza política nacional. Puede que sea ella la que adelante a Izquierda Unida por la izquierda, y la que hará que toda la guardia pretoriana de Cayo termine como el “rosa”-rio de la aurora.
Porque Izquierda Unida es cada vez más Izquierda Hundida porque se aleja tanto de la realidad que no sabe, por ejemplo, cómo reconocer que para los que sufren la dictadura cubana la vida no es un camino de rosas.
Porque la única propuesta que se le ocurre al “senador” Cayo para combatir la crisis es cambiar de color los billetes de 500 euros, y conseguir, según él, que para los piratas que no declaran este dinero terminen los “días de vino y rosas”.
Se ve, como diría Garcilaso de la Vega, que la belleza de la rosa comunista es fugaz, y que como sigan por ese camino a Izquierda cada vez más hundida no la salva ni la Rosa de España. Es más, hasta se deben de estar planteando abandonar su ateísmo militante y encomendarse a la Virgen del “Rosa”-rio.
El regimen franquista, cuando los parisinos cantaban “La vie en rose” mientras los nazis invadían sus calles, fusiló a 13 mujeres por comunistas: las llamaron las 13 rosas. La vida da muchas vueltas y ahora son otras 13 rosas, las que he nombrado en este artículo, las que le dan la mano a Cayo y a sus legionarios con destino a un futuro un tanto incierto.
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23 de Abril del 2009 a las 13:58 Escrito por Jaime Aguilera
No suelo utilizar esta tribuna para hablar sobre la función (y también vocación) de servicio público con la que me gano el pan (ultimamente intregal). Tampoco suele ser este un púlpito desde el que dedique panegíricos de dudosa reputación pelotera a mis jefes.
Pero da la casualidad de que, después de casi veinte años, me han cambiado el gran jefe; y también da la casualidad de que en su discurso de investidura ha dicho algo que yo hubiera dicho si hubiera tenido de investirme con el enorme peso de esa púrpura con tornasolados blancos y verdes.
Jose Antonio Grinán, como cuarto Presidente de la Junta de Andalucía, ha dicho que “la política de todas las políticas”, el eje vertebrador, el más prioritario de su proyectos, va a ser la educación. Educación con mayúsculas de la que va a depender el futuro de nuestra comunidad.
Y, ojo, o al menos así lo entiendo yo, hablo en mero sentido de prosperidad económica. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Japón o Alemania basaron su milagro económico en la producción y en la reconstrucción. Hoy ese modelo no sirve, porque la producción más competitiva está en India, China o Brasil. Hoy sólo sirve el llamado “Modelo finlandés”. A principios de la década de 1990, Finlandia tuvo una enorme crisis económica, provocada por la caída de su principal socio, la ex URSS: la tasa de desempleo se elevó al 20% y el sistema bancario estuvo al borde de la bancarrota, lo mismo que muchas de sus empresas más importantes. Hoy, una década después, Finlandia es uno de los países más pujantes del mundo moderno. Para salir de esta crisis, el Estado apoyó decididamente el sistema educativo, para capacitar recursos humanos a niveles de excelencia. Porque sólo habrá riqueza y empleo si podemos competir en este mundo globalizado, y eso sólo es posible si tenemos conocimiento.
Mi gran preocupación es que también es necesario que todos, no solo el sistema educativo, sino la familia principalmente y la sociedad en general insuflemos valores básicos de esfuerzo y trabajo colectivo. Y ahí es donde el nórdico lo tiene, por cultura y tradición, más fácil que el andaluz.
Sin embargo, quiero ser optimista y pensar que en el futuro también se hable del llamado “modelo andaluz”.
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16 de Abril del 2009 a las 12:38 Escrito por Jaime Aguilera
Ya está muy visto aquello de que la realidad supera a la ficción, pero es que no por ello deja de ser menos cierto. Y si no que se lo digan al abuela de noventa y ocho años que ha sobrevivido al terremoto brutal de la ciudad italiana de L’Aquila. Si cobraba alguna ayuda por dependencia, desde luego si ha demostrado algo con creces ha sido su independencia: más de treinta horas atrapada entre los escombros de su casa; treinta horas en las que, al parecer, se dedicó básicamente a hacer labores de punto. Cuando la rescataron manifestó con total sosiego que no había pasado miedo, quizás por aquello de que a su edad ya no asusta que cualquier día venga el de la guadaña.
Por otra parte, acaba de morir en la barriada marginal sevillana en la que vivía, María Díaz Cortés, más conocida como la “abuela del Vacie”. María ha muerto a los 117 años. Nació en Granada en 1892: quiere esto decir que nuestra longeva protagonista nació con la regente María Cristina y ha muerto con su bisnieto Juan Carlos I peinando canas: en mitad Alfonso XIII, Alcalá Zamora, Azaña, Negrín, Franco; y una guerra civil y dos mundiales de postre. María decidió mudarse a Sevilla para seguir haciendo de canastera en la Exposición Iberoamericana de 1929. Desde entonces, ni un día ni dos: más de cuarenta años entre chabolas, mierdas, ratas y demás exquisiteces de la barriada de El Vacie.
Si pasamos de la realidad a la ficción, si otorgamos a estas dos abuelas de verdad, aunque parezcan de mentira, el papel de una abuela de mentira como es la del cuento de Caperucita Roja, aunque esta última parezca más de verdad –al menos más normalita- que las dos primeras, los resultados podrían ser curiosos.
Posiblemente ni Caperucita ni el Lobo hubieran llegado a la casa de L’Aquila, o hubieran sido una víctima desgraciada más o ni siquiera hubieran ido por miedo. Eso sí, nuestro héroe sería el leñador, que es quien finalmente rescata a una abuelita a la que, después de treinta horas, le ha dado tiempo a tejer tres caperuzas de lana que parecen un semáforo: una roja, otra amarilla y otra verde.
Posiblemente tampoco ni Caperucita ni el Lobo hubieran llegado a la chabola de El Vacie. A la primera su madre le había prohibido llevarle el pastel a la abuela mientras viviera en aquel infierno; y el Lobo había sido apresado y adiestrado para combatir en una pelea de perros con apuestas ilegales. El leñador, el pobre, no tuvo opción de salvar a nadie porque le habían robado el cinturón, el sombrero y el hacha.
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