AIRES CONDICIONADOS

1 de Septiembre del 2008 a las 9:12 Escrito por Jaime Aguilera

Enfermedades como el resfriado o la faringitis han dejado de ser “de temporada”. Ya no acuden solícitas al irónico abrigo del frío invierno: ahora también están presentes en la moda primavera-verano de la época estival.
 Y todo gracias al invento diabólico de los aires acondicionados. Recuerdo que hace años, en los Estados Unidos, cada vez que entraba a un restaurante tenía que abrigarme si estaba en septiembre, o desnudarme si había en la calle una nevada de varias pulgadas. La cosa era demostrar el poderío yanqui de doblegar al termómetro de la naturaleza y, de paso, derrochar energía a raudales.
 Incluso en la no tan boyante Argentina no podía disfrutar de los buenos aires de Buenos Aires por culpa de los aires sofisticados y artificiales de potentes máquinas.
 Pues bien, como toda epidemia, esa necesidad de vivir “contra natura” también se ha extendido a la piel de toro. La gente tiene que ponerse la rebeca, en pleno julio, en el cine o en la oficina. Hasta el gobierno ha tenido que regular la temperatura dentro de los edificios públicos para que sea más razonable.
 Somos tan estúpidos que hacemos un esfuerzo energético en conseguir ambientes contrarios a nuestro bienestar físico, y, valga la redundancia, al propio medio ambiente.
 Nuestras madres nos decían que de pequeños que nos cuidáramos de las corrientes; ahora resulta que también nos tenemos que cuidar de aires que, más que acondicionar nuestra calidad de vida, lo que consiguen es condicionar nuestro bolsillo y, sobre todo, nuestra frágil salud.

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JUEGOS OLÍMPICOS SIN FÚTBOL

21 de Agosto del 2008 a las 14:13 Escrito por Jaime Aguilera

Más de dos millones de españoles hacen que el periódico más leído sea un diario deportivo que podemos decir, para nombrarlo sin hacer publicidad expresa a la competencia, marca la diferencia. En su portada, durante casi prácticamente todo el año, se pueden leer titulares tan llenos de contenido como que el futbolista de moda ha dicho, de forma sorprendente y aguda, que van a hacer lo que sea para ganar el partido; o aquella otra gran frase que se suele recoger a cuatro columnas después del encuentro: “hemos sido mejores”.
 Todo eso sin mencionar que sea todo un debate nacional si Raúl debería estar en la selección nacional o no; o sin entrar en detalle de las coberturas especiales de los informativos de televisión en los hoteles de concentración de los equipos (donde nos cuentan hasta lo que han almorzado ese día o si fulanito o menganito han podido entrenar).
El caso es que tenemos fútbol hasta en la sopa, y si algún efecto balsámico tienen los juegos olímpicos es que descubrimos de nuevo la grandeza del deporte, ensombrecida hasta entonces por un espectáculo mediático y por cifras de negocio escalofriantes.
También hay fútbol en los juegos olímpicos, pero descafeinado para que no haga sombra al Mundial, con mayúscula. Cuando el resto de los deportes hacen de las olimpiadas una edición especial de su mundial –minúscula-, los altos ejecutivos de la FIFA siguen negándose a ser como los demás, porque ellos son los reyes de lo universo.
Pero, por fortuna, y pesar de la sombra alargada del astro rey a través de los fichajes y torneos de verano, uno puede ver que hay vida después del balompié: puede maravillarse con la belleza antigua y española de la esgrima, o las estrategias apuntadas en una libreta de la halterofilia bajando y kilos en segundos, o los dibujos –que no rayas- en el agua de la natación sincronizada, o la hípica, o la vela, o el remo, o la gimnasia…
Detrás de ellos está el sacrificio de muchos y la gloria de muy pocos. Profesionales que entrenan todos los días sin que nadie nos cuente si han comido macarrones o se han torcido un tobillo.
Se dice que el fútbol mueve pasiones, pasiones de pan y circo romano. Gracias a Zeus, ahora toca el tiempo de la tregua olímpica.

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UN EREMITA DE PACOTILLA

21 de Agosto del 2008 a las 14:12 Escrito por Jaime Aguilera

No lo niego; quizás  esté influenciado por la lectura de “El ermitaño del rey”, por personajes como Benito Arias Montano, Erasmo de Rotterdam o Fray Luis de León. Los tres, y estamos hablando de hace más de quinientos años, eran grandes viajeros, pero necesitaban un “locus amenous” donde saborear la soledad pacífica, anhelada y reconfortante; un extraño reencuentro con  el silencio de uno mismo.
 Arias Montano en la peña onubense de Alájar, Fray Luis con su “Oda a la vida retirada” y Erasmo, que sólo pedía “una habitación cómoda para mis libros y encerrarme en ella con mis papeles”. Los tres perseguían una tranquilidad de espíritu que es buscada desde el “Beatus Ille” latido hasta el “Lobo estepario” de un Hesse contemporáneo, pasando por toda una pléyade de anacoretas medievales.
 Aunque, claro está, estamos hablando de una soledad calibrada y que se rompe cuando uno desea. Ya lo dice el refrán que hambre que espera hartura no es hambre ninguna; y soledad deseada es retiro y la impuesta es exilio. Y todo ello sin desmesura, ya que tampoco es bueno pasar mucho tiempo solo: también lo dice otro refrán, la salud se basa en mucho trato, poco plato y mucha suela de zapato.
 Un buen ejemplo de todo esto es Robinson Crusoe, que es “obligado” al exilio en una isla, que desea volver a hablar con alguien más que no sea Viernes y que, sin embargo, cuando por fin consigue volver a la civilización (y esta parte de la historia mucha gente la desconoce) se da cuenta que necesita recluirse en su “retiro” de la campiña inglesa.
 El caso es que, sea como sea, aquí me tienen saboreando la música muda de una noche de verano fresca y estrellada. Me pueden llamar, y con razón, eremita de pacotilla; o pensar que soy un actor que juega  a ser anacoreta. Como le dijo El Gallo a Ortega y Gasset, “hay gente pa to” y la cosa en esta fugaz vida, añade un servidor, es sentirse mínimamente cómodo con la función en la que nosotros mismos nos hemos enrolado como figurantes entre bambalinas.

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GAZPACHITO

21 de Agosto del 2008 a las 14:01 Escrito por Jaime Aguilera

El primer recuerdo que tengo de mi padre es delante de una fuente de gazpacho, compitiendo por ver quién de los dos se tomaba más cucharadas. Siempre he pensado que esta imagen, cargada de la admiración idólatra de un niño hacia su padre, algo habrá influido en una pasión roja, no por ideologías o selecciones nacionales de fútbol, sino por el sencillo y rojo tomate.
Porque me estoy centrando en el gazpacho moderno,  el que vino, como un cante de ida y vuelta, con el tomate y el pepino de las Américas. Nosotros ya mezclábamos, cuando éramos romanos o árabes, el agua, el ajo, el aceite y el vinagre; incluso le añadíamos almendras o habas para hacer nuestro ajoblanco. Ha sido precisamente esta tradición  secular la que ha originado esta multitud de variedades del gazpacho, en sus ingredientes o en sus nombres. Porque si iba al pueblo granadino de mi madre –Zafarraya- se llamaba zoque, y si estaba en el malagueño Trabuco se llamaba pimentón. Y si tenemos castañas asadas y es otoño se hace el gazpacho de invierno, saltalindes, hijoputa o tresgolpes. En definitiva, por mucho que se empeñen en Canal Sur, Andalucías, como gazpachos, no hay una sino mil.
El problema del gazpacho es su fuerte carácter adictivo: si empiezas a tomarlo, cada sorbo te invita a otro más, a otro más, a otro más. Se inicia así una espiral perversa ya que te lo has tomado porque tenías sed y al final, algunas horas después, no paras de beber agua por en “empacho de gazpacho”.
Tal era y es mi afición que en mi antiguo colegio mayor me decían “gazpachito”, por tomarme la ración prevista para seis personas. El caso es que el gazpacho, desde el primer recuerdo con mi padre hasta hace un rato que acabo de terminarme un “tetrabrik”, como el desodorante, nunca me ha abandonado.

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EL SASTRECILLO VALIENTE

21 de Agosto del 2008 a las 13:59 Escrito por Jaime Aguilera

Y vuelve a llegar julio, y vuelve el calor sofocante, y vuelve el Tour de Francia: eso sí, a ser posible después de una siesta en penumbra, sin padrenuestro, sin pijama y con un cuarto de baño cerca.
 Sin embargo, este año, el refugio televisivo por las carreteras francesas se tornaba pesimista, postmoderno y extraño: sin que contara Contador, el brillante ganador español del año pasado, y con un escándalo detrás de otro que pone a ciclistas en la cárcel como unos drogadictos más.
 Pero la etapa reina, sin ganas, había que verla. Los que no son muy aficionados al fútbol suelen ver un Madrid-Barcelona, los que no son muy aficionados al ciclismo suelen ver los más de 13 kilómetros repartidos en 21 curvas nombradas con los ganadores de las 26 veces que se ha subido a Alpe d`Huez. Y ahí fue no donde surgió sino donde se hizo justicia con el nombre de Carlos Sastre, que a partir de ahora también dará nombre a una de ellas, y que de paso ha dado continuidad a la racha histórica que vive el deporte español.
 Dicen que la cara es el espejo del alma. Si es así, se confirma que Sastre debe ser eso que también se dice y que todos entendemos como “buena gente”. O al menos sencillez, honestidad y capacidad de sacrificio. Cualidades que ha demostrado siempre; cuando ha perdido y cuando ha ganado, cuando ha sido gregario y cuando le ha tocado tirar del carro. Incluso después, con la ida de la infamia y la llegada de la fama, nos hemos enterado de que la mayor victoria para él han sido sus hijos, de que jamás olvidará a personajes que ya no están aquí como su cuñado el “Chava” Jiménez, y ello sin contar mucho de su discreta y dilatada labor altruista con niños enfermos de cáncer.
 Cuando éramos niños, después de una etapa del Tour, cogíamos las bicicletas y emulábamos a nuestros héroes subidos a las dos ruedas. Carlos Sastre ha devuelto al ciclismo una épica en peligro de extinción: cuando su pequeña figura serpenteaba en solitario la “montaña de los holandeses” se hilvanaba de nuevo la estrenada versión de un Sastre que ha pasado a ser, por humilde y grande al mismo tiempo, nuestro particular sastrecillo valiente.

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CHUMBOS

24 de Julio del 2008 a las 8:26 Escrito por Jaime Aguilera

Mañana luminosa en Málaga; la brisa húmeda que entra desde el puerto, como si fuera un pasajero más que acaba de llegar en el “melillero”, refresca el ambiente y lo dota de una sensualidad plácida y hospitalaria. En los alrededores de un Mercado Central que vive de prestado en una estructura horrorosa y provisional, un hombre pregona los higos chumbos “gordos y reondos” –o chumbos, a secas, que me gusta más.
Y es que, como dice la letra de la sevillana: es tiempo del higo chumbo y del tomate con sal. Porque no hay Navidad sin turrón, Semana Santa sin torrijas y verano sin chumbos. Aunque, eso sí, con esto de la globalización, que en este punto no es otra cosa que americanizarnos a base de comida ya preparada y envasada, los niños ya apenas prueban los chumbos,  y mucho menos tienen el privilegio de coger un tomate de la mata, lavarlo, echarle sal… y dejarse llevar.
 Las chumberas han pasado de ser la estampa de la España calurosa, atrasada y tribal a ser un fuente de energía alternativa en forma de biomasa. Quién se lo iba a decir a mi padre cuando barría con la escoba de rama, una y otra vez, hasta que dejaba sin espinas los chumbos que habíamos cogido en cualquier sitio, y que después guardábamos en la nevera para tomarlos fresquitos en ayunas. En las ferias de pueblo el buscavidas de turno ya no lleva un caldero lleno “chumbos coloraos”, guantes y una navaja: ahora se ha comprado un autocaravana con grupo electrógeno y vende patatas asadas o perritos y hamburguesas.
 Ojo, no me lamento y canto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, simplemente los resortes mentales que te trasladan a lo más íntimo de la infancia (a sus sabores, sonidos, olores y colores) han saltado automáticamente cuando le he pedido al hombre del Mercado Central que me ponga uno, bueno, mejor dos.
 Algunos, como Proust, se recrean con una magdalena. Yo me comí tantas recién hechas por mi madre en el horno de Rosarito que las aborrecí: por eso, más que magdalenas, los veranos de mi memoria destilan una música de higos chumbos y de tomate con sal.

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AMIGOS Y ESCOBAS

18 de Julio del 2008 a las 8:36 Escrito por Jaime Aguilera

Una mujer alemana de 48 años acabó llamando desesperada a los servicios de emergencia para que la rescataran de un amigo. El que hasta ese momento estaba considerado entre sus amistades fue a visitarla y estuvo hablando sin parar durante 30 horas. Desde luego, con amigos como este, para que quería esta germana enemigos.
 El amigo locuaz se puso a explicarle sus penas al compás de copas copiosas que hospitalariamente le ofrecía su anfitriona. Y como ya se sabe que la primera fase de la intoxicación etílica es la exaltación de la amistad, el monólogo cada vez era más exaltado.
  El caso es que la cosa no terminaba y superaba ya las 24 horas que también tienen los días en Alemania. El pesado amigo era perro ladrador poco mordedor: no cometió ningún atropello con su amiga al borde del suicidio, pero su ladrido se había convertido en una auténtica pesadilla. “Tras unas increíbles 30 horas de charla y varios intentos fallidos de que la visita se fuera, el pasado sábado, a la mujer no se le ocurrió nada más que llamar a una ambulancia”, relató un portavoz policial.
Personalmente no lo entiendo, con lo fácil que es colocar una escoba boca abajo detrás de una puerta: un remedio mágico, ancestral, transmitido de generación en generación en nuestra tierra andaluza, y que hubiera evitado llamar a la ambulancia.
Para más inri, los servicios sanitarios se negaron a llevarse al amigo, por lo que la sufrida mujer telefoneó a la policía. Los agentes llegaron y, con frialdad teutona, se llevaron al pesado amigo y lo dejaron en su domicilio.
Estarán de acuerdo conmigo en que la cosa tiene perejiles. Me gustaría haber visto las caras de todos los actores de este esperpento –uniformados y con ropa de calle- en el momento de la “detención” del susodicho charlatán. Y todo por no saber que no solo las brujas hacen uso de una buena escoba.

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HOMBRES EMBARAZADOS

10 de Julio del 2008 a las 12:28 Escrito por Jaime Aguilera

Mi colega Carmen Posadas afirma, en su última columna del suplemento dominical del grupo Vocento, que está harta de hombres metrosexuales, que ella los prefiere de toda la vida, con pelo legionario en  pecho y sin pendientes; y que no estén todo el día queriendo tener un lado femenino. Eso sí, el único anhelo masculino que exculpa es el de poder dar a luz un hijo.
 Afortunadamente cumplo casi todos los parámetros exigidos por esta uruguaya: no tengo ningún interés en depilarme y –supongo que por el miedo que me infundió mi padre prohibiéndome la entrada en casa si aparecía con un pendiente- todavía no me ha dado por perforarme los pabellones auditivos. Igualmente, estoy moderadamente satisfecho con mi género y lo único que verdaderamente envidio de una mujer es su capacidad para albergar una vida en mi vientre: materia viva que, obviamente, no tenga origen en la afición por la cerveza. Sin embargo, me temo, Carmen, que aunque el padre que acabo de citar si se llama Mariano, yo no me llamo igual; y ni mucho menos he sido o soy Gobernador del Banco de España.
 Además, la cosa no queda ahí, ya que tampoco soy –no sé si por suerte o por desgracia- ni creo que seré el Sr. –o Sra.- Thomas Beatie, más conocido como el primer hombre embarazado: el único que creo que si ha podido materializar este deseo maternal masculino. El señor/señora Beatie ha tenido el privilegio de dar a luz una niña mediante parto natural. Menos natural, eso sí, ha sido su paso de la mujer que era al hombre que es, a base de quitarse los pechos e inyectarse hormonas viriles durante años. Beatie ha jugado con ventaja, se ha ido acercando físicamente al varón que siempre se ha sentido mentalmente, pero se ha guardado un as en la manga, o más bien en su barriga, que le ha permitido hacer uso de su matriz cuando ha llegado el momento, un momento que más de uno hemos deseado pero que nos vamos a quedar con las ganas.
 Sea como sea, habrá que darle la bienvenida a esta pequeña y tener en cuenta que si el día de mañana se hace un ídolo de masas al igual que Iker Casillas, la calle habrá que dedicársela, en este caso, “al padre que la parió”.

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BANDERITA ESPAÑOLA

4 de Julio del 2008 a las 12:55 Escrito por Jaime Aguilera

Por fin he podido disfrutar de algún título de la selección nacional de fútbol. Mi primer y vago recuerdo –mundial del 74 en Alemania- es un partido a través de un televisor en blanco y negro en casa de un primo. Desde entonces, lo único que he hecho ha sido desesperarme con una pierna rota –jugando al fútbol- en el mundial de nuestro Naranjito, llorar con el gol de Platini a Arconada, y cabrearme con la nariz rota de Luis Enrique ante Italia.
 Pero si hemos logrado superar miedos atávicos vestidos de “azurra”, el efecto más catártico ha sido exhibir nuestra bandera sin complejos. No seré yo el que emule la obsesión americana por las barras y estrellas, por la sopa de banderitas, o lo que es lo mismo, por tener banderitas hasta en la sopa. Incluso estoy dispuesto a admitir un himno sin letra. Sin embargo, nunca he logrado asimilar que existieran cinco banderas nacionales: la republicana, la que no tiene escudo, la que tiene el escudo constitucional y las dos zoofílicas (una con el águila imperial, también llamado comunmente “pollo”, y otra con el toro de Osborne sin “Osborne”). Encima, salvo la primera, levantar al viento cualquiera de las otras cuatro significaba que eras de derechas; y levantar la andaluza –con o sin escudo- significaba que eras de izquierdas: recurriendo una vez más al exministro Trillo, manda huevos.
 Que yo recuerde, esta Eurocopa ha servido para que por primera vez, la gente cuelgue su bandera en balcones y coches simplemente porque les apetecía, sin complejos. Es más, los únicos que han estado acomplejados han sido algunos vascos que se ve que tenían más raíces rusas que hispánicas, y algunos catalanes que desconocen que esta bandera deriva de la marítima de su propia corona aragonesa.
 Víctor Manuel se refería a una mujer, y no a ninguna nación, cuando hablaba de mi patria, mi bandera y mi segunda piel. Tampoco yo estoy dispuesto a morir por ninguna nación. Como diría Rilke, mi patria es mi infancia. O como diría Sartre, mi bandera no es hacer lo que quiera, sino querer lo que hago. Mi segunda piel, como digo yo, comienza por la “f” de familia.
 Ahora bien, eso no significa que me tenga que avergonzar de la bandera de mi país, todo lo contrario. Al fin y al cabo mi memoria y mi vocación tienen una pátina gualda, mezclada con el rojo de la sangre de mi sangre.

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NOCHE DE SAN JUAN

1 de Julio del 2008 a las 14:05 Escrito por Jaime Aguilera

Este año no me he mojado los pies en la orilla ni he estado de “moraga” con los amigos. He visto las hogueras y los fuegos artificiales desde la atalaya de mi terraza. Ha sido una noche de San Juan distinta, pero que no ha dejado de ser especial.

Y es que esta noche resulta muy difícil que pase inadvertida: llena de tradiciones ancestrales y muchas veces rayanas en lo mágico, tanto en la costa como en el interior de la piel de toro.

La Iglesia Católica lleva dos mil años manteniéndose en sus estructuras de poder, y una de las claves de esta longevidad es la capacidad de absorción de lo pagano. Desde épocas prehistóricas, el solsticio de verano y el de invierno han sido fechas muy cargadas de simbolismo: curiosamente la astuta curia coloca en ellas a las dos únicas fechas donde se celebran los nacimientos: la natividad de San Juan y a la Natividad de Jesucristo. De esta forma, la noche de las hogueras y la Nochebuena se sacralizan aprovechándose de lo que ya existía antes: los dos varones más importantes del Nuevo Testamento –con permiso de San Pablo.

Sea como sea, es tiempo de renovar ideas, inquietudes, ilusiones. De desprenderse de lastres viejos y de comenzar a construir nuevos edificios, aunque sólo sea para derrumbarlos igualmente el año próximo. Quizá sea ese el eterno sinsentido de la vida: la pasión inútil sartriana o el mito de un Sísifo que no para de subir una piedra para que vuelva a caer.

Comienzo a repasar mi vida y da la coincidencia de que siempre, o casi siempre, la noche más corta del año trae buenos recuerdos: manchas imborrables en la única patria de un hombre, su propia memoria de la infancia y la adolescencia.

Dicen que hay dos cosas que los hombres no nos hartamos de mirarlas: el fuego y el mar. Puede que sea el secreto de la noche mágica de San Juan, el que nos atrapa nuestras pupilas con la visión nocturna e infinita de un mar oscuro y de un fuego renovador.

 

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