13 de Diciembre del 2007 a las 13:08 Escrito por Jaime Aguilera
En el cine, como en literatura o en música, te puede gustar o no una película. Pero hay veces que tomas partido, o sea, que te vuelves partidario de un determinado director. A mí me ocurre con Woody Allen o con Garci: cada vez que estrenan una nueva cinta tengo predisposición a ir a verla; entre otras cosas, porque sé con casi total seguridad que me va a gustar.
Y efectivamente ese ha sido el caso del último largometraje de Jose Luis Garci, “Luz de domingo”, que una vez más nos traslada a una Asturias de una melancolía húmeda y esmeralda.
Sin desvelar detalles de un guión basado en un relato de Pérez de Ayala, y para no desincentivar a todo aquel anónimo lector que se decida a ir a verla, se puede decir que la estructura narrativa se divide claramente en dos mitades divididas por un ecuador dramático y desgarrador. Pues bien, la primera parte es la que realmente me ha subyugado de la película; precisamente la parte en la que ocurren menos sucesos, en la que los fotogramas son contaminados por una rutina de copas de cristal, manteles y lluvia tras los cristales. Es en esta parte más descriptiva y menos narrativa donde uno se va enamorando del paisaje y del paisanaje, donde uno, a través de un casting y una puesta en escena encomiables, se va dejando arrastrar por la indolencia de personajes atrapados en su pequeño mundo.
Porque aquí es donde florece el mejor Garci, en las historias íntimas enmarcadas en escenarios cautivadores. Después, en la segunda mitad, todo se acelera y se tensa con una violencia que hace que lo pasen mal los personajes y, por extensión, algunos espectadores como el que les escribe. ¿Por qué se tuvo que rasgar esa frágil armonía de lo cotidiano? ¿Por qué romper las miserias y las grandezas del devenir pausado de los días y las semanas?
Insisto, dentro de esta excelente película, me gusta mucho menos el clásico western que lleva implícito en la segunda mitad. He disfrutado mucho más al principio, recreándome en las tardes de domingo de paseo y de mesa camilla, de copita de anís y brasero, de lluvia y de silencio: un silencio acompasado por el sonido de un reloj de pared y resquebrajado por la tormenta que ha oscurecido la luz de domingo.
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5 de Diciembre del 2007 a las 15:21 Escrito por Jaime Aguilera
Un super-supermercado -también llamado gran superficie- catalán ha tenido la ocurrencia de montar una especie de sala de espera para maridos: en ella los compañeros y cónyuges podrán conectarse a internet, leer los periódicos, o simplemente ver la televisión en pantalla de alta definición mientras sus esposas van de compras.
Dicen que los viejos y los niños se parecen. Ahora hay que añadir la categoría de los maridos: los ancianos cuentan con sus hogares y centros de día, los pequeños cuentan con sus guarderías y las ludotecas (instaladas también algunas de ellas en los centros comerciales), y ahora también los no tan sufridos esposos podrán contar con su salón recreativo particular.
Es curioso como se siguen manteniendo, en algunos casos, roles sexuales distintos en circunstancias similares, y que evidencian quizás aquello de que nosotros tenemos sólo una neurona y la tenemos que tener entretenida. Ojo, no estoy hablando de la parte media de la tabla, es decir, de los hombres y mujeres que van de compras para que no críe telarañas la nevera, o por imperiosa necesidad de su armario. No estoy hablando de la obligación sino de la devoción. Me refiero al deseo voraz de que llegue el fin de semana para estar todo el día de tienda en tienda, rodeados de gente, sin ver la luz del sol y con hilo musical y anuncios varios como banda sonora de tu vida. Una “afición” que, como la propia palabra indica, es de género más femenino que masculino.
Afortunadamente para mí, mi esposa no es aficionada a esa devoción que llaman “shopping”, y cuando vamos al centro comercial es porque no hay más remedio o porque allí, por desgracia, están los mejores cines. Pero llegado el caso, si ella cayera en las redes de un síndrome de abstinencia que sólo se cura con probadores y tarjeta de crédito, yo desde luego también me inyectaría metadona de papel y tinta en esta sala nueva de desintoxicación que se ha inventado el supermercado catalán.
Fijense bien cuando paseen –si es que se puede hablar de pasear- por uno de estos templos de comsumo: podrán ver como hay maridos a la deriva con mirada ausente. Ahora podrán tener un puerto donde fondear y hacer escala.
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22 de Noviembre del 2007 a las 12:36 Escrito por Jaime Aguilera
Al final, no he podido resistir la tentación. Podía haberme centrado en otro tipo de reyes: ginecólogos que se creen los reyes del mundo y ordenan a sus pacientes súbditas que se metan una berenjena por salva sea la parte; maridos que se siguen creyendo los reyes feudales de la familia, y eso les da derecho a clavarle una lanza –sí, sí, una lanza- a la esposa llegado el caso (algo habrá hecho); o incluso magnates rusos aburridos que están convencidos de que son los reyes del mambo y necesitan experiencias nuevas: disfrazarse y hacerse pasar por indigentes, por aquello de hacer versiones contemporáneas de príncipes mendigos.
Pero, al final, no he podido resistir la tentación. No he podido dejar pasar una nueva ocasión para defender a nuestro rey y a nuestro presidente del gobierno. ¿Cómo puede dar lecciones de democracia alguien que dio un golpe de estado? ¿Cómo puede alguien acusar a otros de fomentar asonadas, cuando él fue el primero en dar una vestido de militar?
Ya sabemos que se siente crecido con sus “vacas preñaditas” de una de las mayores reservas de petróleo del mundo. Ya sabemos que no es un torero. Eso ya lo sabemos, justamente porque sus bufidos bovinos y su cara de novillo del Marqués de Domecq le delatan. El único Minotauro es él, los demás se limitan a observar desde la barrera sus correrías bravías.
Hasta que llega nuestro monarca y decide saltar al ruedo como espontáneo. Cosa comprensible pero mal hecha. Debería, como mandan los cánones de las personas civilizadas, haber pedido permiso a la presidencia para que devolvieran el astado a los corrales y, en caso de ser desatendida su petición, coger a su cuadrilla y mancharse de la plaza.
Pero, al igual que un servidor con estas líneas, no se pudo reprimir y se tiró al ruedo sin capote. Qué le vamos a hacer, gracias a emular por unos segundos a su amigo Bénitez de Córdoba se ha ganado muchos adeptos.
Yo tambíen se lo disculpo porque creo que también hubiera perdido los estribos. Seguiré siendo juancarlista y republicano. Porque hay momentos en que uno no puede resistir la tentación. Eso sí, por lo menos termino el artículo superando las ganas de citar la famosa y celebérrima frase del espontáneo.
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12 de Noviembre del 2007 a las 18:33 Escrito por Jaime Aguilera
No es el guión de ninguna película, le acaba de ocurrir –si no recuerdo mal creo que ha sido en Croacia- a una pareja cualquiera de nuestra vieja y cicatrizada Europa. En el fondo este cuento-guión se basa en la piedra angular de todas las historias de la fábrica de sueños de Hollywood, la podría haber escrito cualquiera de los guionistas que en estos momentos están en una extraña huelga contra el “sindicato de productores”: el arranque, como no podía ser de otra manera, se inicia con la mágica y manoseada contraseña “chico conoce chica”:
- Chico conoce chica en un foro de internet.
- Chico dice a chica que su matrimonio va muy mal, que está planteándose el divorcio.
- Chica dice a chico que lo entiende porque a ella le ocurre algo parecido.
- Entre chico y chica surge un amor verdadero basado en un diálogo virtual a golpe de chateo y de ratón.
- Chico se arma de valor: No puedo seguir con mi mujer, quiero conocerte en persona.
- Chica no se hace la dura: Tampoco yo aguanto más, dime el sitio y la hora y nos podremos tomar un café juntos.
- Chico y chica acuden ilusionados a su primera cita real, no virtual. Se han vestido con lo que piensan que les queda mejor y en el estómago hay un cosquilleo que reaparece después de muchos años.
- Chico se queda petrificado de estupor al descubrir que su amante ideal, aquella compañera por la que ha vuelto a sentir algo que no se puede describir con palabras, no es otra que la mujer con la que no puede seguir viviendo.
- Chica descubre con asombro que el hombre virtual de su vida no es otro que el marido real de su martirio.
- Chico y chico deciden no volver a chatear en la red y continuar con los trámites del divorcio. Motivo: infidelidad manifiesta y mutua.
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2 de Noviembre del 2007 a las 13:58 Escrito por Jaime Aguilera
Hace unos días tuve el honor de acudir a la constitución formal de la Fundación Manuel Alcántara. El salón del hotel donde se celebró, a pesar de que al ser un sótano era complicado ver mástiles desafiando al viento, estaba lleno hasta la bandera.
En estos tiempos de tortuosas y pesadas confrontaciones por cualquier nimiedad, es agradable ver a toda la sociedad malagueña unida en torno a una idea. Resulta gustoso al paladar de la convivencia ver sentadas en sillas contiguas a personas de signos políticos dispares, a empresarios, a profesores, a escritores, a periodistas, a pintores, a músicos…
Ha hecho falta la aparición casi mesiánica de D. Manuel para que nadie se atreviera a decir que no, para que algunos dibujen una sonrisa un tanto forzada al enemigo. Y el principal motivo es que allí, en el centro de esta extraña eucaristía, estaba el poeta y articulista como obligado maestro de ceremonias. Con su mirada un tanto huidiza y lánguida, con su bigote cano y recortado, con su mano huesuda y congelada en el gesto de mantener un cigarrillo imaginario entre los dedos, D. Manuel saludaba a unos y otros, a los presentes en el apretón de manos y a los ausentes en la sala, que no en su memoria.
Esta fundación ha demostrado que hay iniciativas que no deben pertenecer a ninguna ideología política ni a ninguna institución pública en particular; ha demostrado también – y en esto, como en otras cosas, los anglosajones nos llevan muchos años de adelanto- que industria y arte, empresa y cultura, no siempre están reñidas.
Este cúmulo de buenas intenciones nace en Málaga con vocación marinera, andaluza, española y universal. En su sede se hará posible lo imposible, porque nunca un café madrileño, barnizado de tertulia, frío y miseria, tuvo vistas a un Mediterráneo azul y luminoso.
Esperemos que con este proyecto, como bien dijo el propio maestro en su alocución, no ocurra lo que tantas veces: que saludemos su nacimiento quitándonos el sombrero y al poco tiempo la estemos corriendo a gorrazos.
El Derecho Romano fijó a la asociación como una unión de personas para un fin, y a la fundación como la unión de dineros para un objetivo. La Fundación Manuel Alcántara ha nacido, de momento y que sea por mucho tiempo, con toda clase de parabienes y buenas voluntades, tantas que se superan los conceptos del derecho romano, ya que se ella se “funden” personas y capitales, esfuerzos y talones bancarios: de ahí que más que fundación haya que hablar de “Fundición Manuel Alcántara”.
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19 de Octubre del 2007 a las 7:25 Escrito por Jaime Aguilera
Con respecto al mobiliario doméstico, una conocida mía siempre ha tenido claro, y siempre ha tenido a gala, que en su casa nunca iba a entrar ese artefacto diabólico al que llaman televisión. Y la verdad es que no le falta parte, solo parte, de razón. No es la primera vez que desde esta “tribuna abierta” lanzo dardos envenenados contra las estulticias que nos invaden a través de nuestras pantallas amigas, especialmente “la nuestra” pantalla amiga.
Pero casi siempre hay que huir de todo extremismo excluyente. No digo yo que haya que estar –como, por desgracia, lo está una parte importante del personal- todo el día tomando sopa de tomate y visitando al hermano más grande. Ahora bien, no sé si estarán de acuerdo conmigo es que hay días, no todos, en los que después de cenar lo que más apetece es hacer “tumbing”, o sea, derramarse en un sofá y que le echen a uno lo primero que hayan asado en la parrilla de 325 líneas.
Y si encima esa noche toca “El comisario” en Telecinco habrá que decir lo mismo que el tahúr: me vuelve loco el póker, y si gano ya no tengo palabras.
En mi familia llevamos años siendo fieles seguidores de esta serie española, cuando llega la noche de su emisión, que ahora es los viernes, una especie de eucaristía nos reúne en torno a un altar con mando a distancia.
Se ve que mi devoción por lo policíaco no tiene límites: desde la literatura al cine, desde el teatro a la televisión, sigo con devoción más que el final de la trama la fuerza de sus personajes: en este caso, la tremenda fuerza de su principal personaje, el que da título a la serie, el comisario Castilla.
Más de veinte años de profesión avalan a este actor, Tito Valverde, al que en un principio se le encasilló en papeles más cómicos, pero que a sabido demostrar con creces la valía para vertientes más dramáticas. En el caso de su rol al frente de esta comisaría madrileña, la tristeza de su mirada, la contundencia de sus diálogos y su sonrisa de complicidad apenas esbozada son magistrales.
A Manuel Alcántara algunos de sus discípulos más ilustres –Garci, Julio César Iglesias o Alejo García- lo llaman tito. Viene al pelo que me esté pensando empezar a llamar tito a Tito Valverde.
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11 de Octubre del 2007 a las 11:23 Escrito por Jaime Aguilera
Está ultimando sus pasos por el Congreso de los Diputados la llamada Ley de la Memoria Histórica.
Al parecer, deroga leyes que ya están derogadas y mantiene en vigor normas y decretos que ya estaban vigentes. Por tanto, desde un punto de vista jurídico, la norma se antoja un tanto innecesaria.
Pero es que esta ley es más sentimental que normativa, más simbólica que coactiva. Es muy difícil legislar sobre la memoria, porque se pueden poner normas pensando en el futuro, pero no en el pasado.
Soy republicano –la propia palabra sigue y sigue teniendo tintes izquierdistas-, pero eso no quiere decir que no pueda ser de derechas, o que sea “partidario” de nuestro rey Juan Carlos, a quién –como dice el maestro Alcántara- guarde Dios muchos años, hasta que merezcamos tener una república.
A mi abuelo paterno, como a tantos otros, lo mataron absurda y estúpidamente los milicianos “rojos”, pero eso no tiene nada que ver con que me reafirme en la legalidad democrática hecha prisionera en el 36 con los militares golpistas. Mi abuelo materno fue perseguido por “los rojos” y después fue muchos años alcalde franquista, pero eso no tiene nada que ver con que sepa capaz de discernir los errores –que los hubo- y las virtudes –que también las hubo- nacidas en el lustro de la II República.
Quizás sean estas que para algunos son extrañas paradojas las que me llevan a reivindicar la memoria histórica de uno de los episodios más negros de nuestra historia, sin que me haga falta una ley para ello, y con el principal objetivo de que no vuelvan a ocurrir. Nunca es malo conocer todo lo que pasó, lo que no es bueno es reabrir heridas no cicatrizadas.
Las leyes sirven para organizar la convivencia de nuestro egoísmo: la Ley de Memoria Histórica la hace más difícil. La Transición consiguió, con mucho esfuerzo, pasar página: la Ley de Memoria Histórica, sin entrar en sus buenas o malas intenciones, nos hace volver a un capítulo que muchos no queremos releer.
Por desgracia, en el Congreso sigue yaciendo media España, que sigue muriendo de la otra media.
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4 de Octubre del 2007 a las 8:35 Escrito por Jaime Aguilera
El cine español, casi desde que nació, ha ido escorándose al albur de la propia realidad que le rodeaba: desde una función de propaganda en la posguerra hasta el adalid de los nuevos tiempos en la transición.
En los últimos tiempos se le echa en cara, por parte del público en general, que vive ensimismado en sí mismo, mirándose demasiado a su ombligo de autor que produce películas: gracias más a las subvenciones que a la taquilla.
No digo yo que lo anterior tenga, y sobre todo haya tenido, gran parte de verdad. Sin embargo, nuestro cine también es capaz de construir historias fílmicas que son capaces, o deberían ser capaces, de llegar al gran público, sin perder por ello un ápice de calidad artística.
Un buen ejemplo de lo anterior lo tenemos en “La carta esférica”, la última película de Imanol Uribe, basada en la novela de Arturo Pérez Reverte. El propio casting y la interpretación, tanto en los protagonistas como en los secundarios, son soberbios: sobre todo un Carmelo Gómez que borda un papel de antihéroe venido a menos, de tipo duro con corazón enamoradizo.
Pero actores y directores buenos siempre hemos tenido; incluso no nos podemos quejar de nuestros profesionales de la fotografía –algunos de ellos con un tío Oscar en la repisa de la chimenea-; lo novedoso, por fortuna, reside en puestas en escena que nada tienen que envidiar al endiosado cine americano, en producciones caras y arriesgadas que tienen como resultado un sello de calidad hollywoodiense. Y, por encima de todo, lo novedoso también son guiones con la intriga y el suspense inyectados en vena, con vueltas de tuerca que hacen que te quedes pegado a la butaca de principio a fin, que la película se te haga corta y no mires repetidas veces al reloj, cosa que ocurría con alguna que otra cinta infumable de autores de reconocido prestigio.
En definitiva, que si bien antes eran nuestras cineastas los que vivían acomplejados con la necesidad de ser europeos y no americanos; ahora es más bien un público prejuiciado el que no quiere ir a ver un cine nacional que piensa que va a ser aburrido. No obstante, ya son varias las películas españolas que superan estos clichés por lo que podemos aplicar también a este sector el lema de las famosas destilerías de güisqui segovianas: el cine español, sin complejos.
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27 de Septiembre del 2007 a las 8:27 Escrito por Jaime Aguilera
En la facultad de Derecho nos enseñaban, con algo de sorna y mirada altanera, los extremos a los que llegaba la justicia norteamericana en su afán por compensar hipotéticas responsabilidades civiles: no se me olvida la abuelita que consiguió una indemnización del un famoso fabricante de microondas, pobrecita ella, por no haberle advertido en el libro de instrucciones que no podía utilizar este electrodoméstico para secar a su gatito del alma (se podrán ustedes imaginar las circunstancias tan patéticas en las que terminó sus días el pequeño felino).
Esta casuística un tanto esperpéntica está engordando de tal modo que hasta existe ya un sujeto, Randy Cassingham, que ha montado los “Stella Award”, que premian los más sobresalientes: el ganador de 2006 demandó a Nike y a Michael Jordan por considerar que tener un parecido físico con el baloncestista –en la cara, porque en estatura no había comparación- le estaba perjudicando mucho en su vida privada.
El caso más reciente, firme candidato para ganar en la edición de este año, y que supera la trama absurda del “El proceso” de Kafka, ha surgido con la demanda que el senador –sí, sí, senador- Chambers ha puesto contra Dios –sí, sí, Dios- por todas las “nefastas catástrofes” naturales de los últimos tiempos. Y no vayan a creerse que se ha quedado en una broma: la Corte del distrito de Douglas, en Nebraska, la ha admitido a trámite el pasado 14 de septiembre.
El senador ha pensado en todo, y ha citado a los representantes de distintas religiones por si el “Juez Supremo” no se digna a hacer acto de presencia. Puede que Dios envíe al mismísimo San Pedro; o quizás a Santa Rita, que por algo es la “abogada de lo imposible”; eso sí, asesorado en todo momento por San Josemaría Escrivá de Balaguer por si el senador pide indemnizaciones cuantiosas.
Chambers dice que el demandado no ha mostrado ninguna compasión o arrepentimiento. Tiene razón, no ha mostrado nada, ni siquiera su presencia. Chambers pide que se le requiera para que se abstenga, hasta que sea el juicio, de seguir causando daños. El problema es cómo se notifica esta medida cautelar, por correo certificado o mandando a la policía judicial.
Sea como sea, es normal que el pleito haya suscitado una “divina” expectación entre feligreses y ateos. Hasta el propio diablo se está pensando no enviar, como es preceptivo, a su abogado: se rumorea que será él mismo, con el rabo debajo de la toga, quien se persone en el juicio oral.
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20 de Septiembre del 2007 a las 11:36 Escrito por Jaime Aguilera
Ya decía el tango de Discépolo que el siglo XX fue un “despliegue de maldá insolente”. Pero es que el hermano que le sigue con un palito a la derecha, desde luego, no se queda atrás.
Y es que hay tanta confusión que no sabemos a qué Dios creer, en qué político confiar o a qué médico hacerle caso.
La cosa es que los llamados gurús del medio ambiente, los mismos que describieron el agujero de la capa de ozono, son ahora los que aseguran que no se puede hablar todavía de cambio climático. Los mismos que auguraron catástrofes bíblicas, gracias al “calentamiento global” de salvas sean las partes del Creador, son ahora los que consideran irrelevantes científicamente las temperaturas extremas de estos últimos años.
Ya no sabe uno si es que se han convertido en voceros a sueldo de empresas e instituciones cuya única religión es “el poderoso caballero”, y por tanto interesa que sigamos destruyendo y consumiendo a toda costa, o bien ni ellos mismos, los mismos que hablaban de cómo disminuye el hielo en los polos, saben ya lo que dicen.
Hace unos meses tuve la oportunidad de escuchar a Al Gore y de ver comentada por él su apocalíptica película sobre lo que nos espera , sobre lo que ya es una realidad digan lo que digan los mismos.
No sé -al parecer, ya no se puede asegurar- si la especie humana ha sido la principal responsable de este evidente deterioro de nuestra madre y anciana Tierra. Lo que si sé es que su enfermedad es una verdad palmaria.
Estoy convencido, o quiero estar convencido, de que al margen de que la mano del hombre esté o no detrás de todo esto, hay que hacer todo lo que esté en nuestra mano.
Al margen de lo que puedan decir los mismos.
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