CUENTO PARA ALGUIEN QUE NO HA NACIDO

23 de Marzo del 2014 a las 11:33 Escrito por Jaime Aguilera

Mi hijo Fernando nació en agosto de 2004. Meses antes, con el 11M, publiqué en Andalucía Centro este artículo que ahora quisiera publicitar en este blog en el décimo aniversario de aquella tragedia.

Jaime Aguilera

CUENTO PARA ALGUIEN QUE NO HA NACIDO

Todavía estás en el seno de tu madre porque no ha llegado la hora de que puedas ver la luz; sin embargo, estoy seguro de que desde tu amniótico refugio has podido percibir, a través de la mujer que te acrecienta la vida, todo el estallido de horror de los últimos días.

Mientras tu madre y yo veíamos las imágenes de la infamia terrorista, a ti te han llegando los sonidos del llanto más amargo, los aullidos de la desesperación, los gritos del pavor más absoluto, incluso los silencios de la impotencia.

Entre los visillos del vientre que te cobija ha llegado a tus ínfimos oídos la historia de colegas tuyos que, antes de nacer, ya han dejado de escuchar cuentos y leyendas.

Te has contagiado de la desazón de tus padres, de sus pesadillas, de su rabia, de sus lágrimas. Te has extrañado cuando has visto en nosotros la angustia ante lo desconocido.

En este cuento en el que tú eres el principal protagonista, a tu madre y a mí nos ha acechado la sombra negra del futuro que queremos para el guion de tu película. Sin darnos cuenta has descubierto nuestra mirada preocupada por el devenir de los años que estés en este mundo.

Pero en el cuento que estoy susurrando esta noche, y como no podía ser menos, tú, nuestro héroe o nuestra heroína, no te amilanaste ante el desastre y saliste a la calle junto a millones de niños y de mayores. Y estoy seguro que quisiste ser el policía que cogió la mochila con la bomba o el bombero con el casco rojo que seguro que tanto te gusta, o la enfermera con bata blanca como la que tiene tu tía, o el conductor de ambulancias que siempre ha querido ser tu tío.

En ningún momento te has separado de tus padres y nos has acompañado en la aventura de la libertad, en la responsabilidad de depositar un sobre verde, uno blanco y uno sepia con papeletas que llevaban siglas distintas.

Porque por encima de todo, el primer rey o la dama victoriosa de este cuento serás tú dentro de unos meses cuando, venciendo mil avatares, asomes la cabeza y con ese gesto te enfrentes a todos los enemigos de la luz. Será en ese momento cuando tu vida por delante se convertirá en la más cruda de las derrotas de los señores de las tinieblas.

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LA GUERRA CIVIL EDUCATIVA

24 de Enero del 2014 a las 12:07 Escrito por Jaime Aguilera

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“No dudo de que venceremos a los franceses, la pregunta es si venceremos de nosotros mismos”. Bartolomé José Gallardo, el injustamente olvidado personaje histórico que coprotagoniza mi última novela, pronuncia esta acertada frase que acabo de entrecomillar en plena lucha contra el poderoso ejército napoleónico. Y el tiempo, y la Historia, le han ido dando toda la razón.

El pueblo español, unido, es el primero que vence en Europa al imbatible invasor francés. El pueblo español, unido, asombra al mundo con una “Transición” a la democracia que ha sido el mayor logro de prosperidad para nuestra piel de toro y que, hoy en día, continúa siendo modelo a seguir para muchos países que quieren vivir en democracia.

Pero ese mismo pueblo es el que, una vez conseguida la expulsión de los franceses, se desangra en luchas inútiles y fratricidas que desembocarán en una horrenda Guerra Civil un siglo después. Pero ese mismo pueblo, es el que, una vez instaurada la democracia, gastará sus fuerzas en debates cainitas que lo debilitan hasta no poder más.

Y el último ejemplo, uno más, de división interna de los españoles lo tenemos con una reforma educativa que acaba de entrar en vigor después de publicarse en el Boletín Oficial del Estado, y que el principal partido de la oposición ya ha anunciado que cambiará en cuanto que vuelva al poder.

El debate desenfocado, en un pilar tan crucial como la educación, sigue centrándose en los mismos temas no resueltos desde los tiempos de Bartolomé José Gallardo: la religión y las muchas Españas.

Los esfuerzos se concentran, por poner algún ejemplo, en si hay que seguir o no con la “educación para la ciudadanía”, en la importancia de la asignatura de religión o en el papel como lengua vehicular del catalán. Y cada español, y cada antiespañol, y cada partido político, y cada confederación de padres de alumnos, y cada sindicato, defiende con vehemencia una “política educativa” que desgraciadamente pasa a ser arma arrojadiza en un campo de batalla equivocado.

Porque el debate sobre la política educativa debería ser cualquier cosa menos un debate político, entendiendo este último como un enfrentamiento dialéctico que no busca acuerdo, sino simplemente autoafirmaciones ideológicas preestablecidas. Dicho en castizo: o estás conmigo o estás contra mí.

Ya sé que consenso se ha convertido en una palabra tan manida que hemos vaciado su contenido: pero es necesario traerla a colación una vez más. En lugar de seguir alimentando argumentos en contra o a favor de la Iglesia Católica, en contra o a favor del euskera o el catalán, deberíamos encontrar todos -los partidos, los curas, los sindicatos, los ciudadanos, los padres…- el consenso, el mínino común denominador inamovible en tres bloques fundamentales:

1) La importancia de la figura del maestro y de la autonomía de los centros. Una educación adecuada solo es posible si la autoridad del maestro es incuestionada -por los padres más que por los hijos- y si los centros tienen un cierto margen de actuación.

2) El refuerzo de las matemáticas y la lengua como materias troncales. Mientras el famoso informe Pisa nos dice una y otra vez que el cálculo numérico y la comprensión lectora de los alumnos españoles no son los más idóneos, nosotros seguimos cambiando leyes según el partido político, seguimos hablando en la barra de un bar y en el Congreso de los Diputados de religión y de autonomías, sin centrarnos en lo importante.

3) Es necesario marcar unos itinerarios educativos fijos en el tiempo y flexibles en las opciones. Mientras en Alemania sigue con las leyes educativas centenarias de Bismarck, nosotros en treinta años hemos cambiando varias veces. De una vez por todas habría que apostar por una formación profesional que quite la obsesión autárquica y trasnochada de que todos tienen que tener un título universitario, que lo único que nos ha llevado es a alumnos universitarios desmotivados y con pocas expectativas de empleo. Al mismo tiempo, de una vez por todas habría que dar el espacio adecuado a las ramas humanísticas y musicales, que ahora, siguiendo modas improvisadas, han cedido ante lo único que parece que hay que saber: las ciencias no humanísticas y los idiomas. La informática y el inglés, por poner un ejemplo, me parecen fundamentales: tan importantes que precisamente no se deben limitar a regalar un ordenador portátil o a dar una clase de educación física en idioma anglosajón. Pero eso no nos debe hacer olvidar que un futuro médico, o un futuro químico no debe menospreciar nunca una base imprescindible de filosofía, literatura o formación musical, tan de capa caída en estos tiempos cambiantes, superficiales y tecnológicos.

En definitiva, es triste confirmar que doscientos años después de que Gallardo dudara de que venciéramos de nosotros mismos, seguimos luchando en una guerra civil educativa con consecuencias funestas y con banderas estériles. Si fuimos capaces, unidos, de conseguir lo que nadie había conseguido -vencer al invasor francés e instaurar una democracia-, ¿por qué no podemos ahora hacer los mismo? Sentémonos por fin en una mesa a pactar lo importante con vocación de permanencia. Sentémonos por fin para acabar con esta guerra civil educativa que nos mata a unos y a otros con la guadaña de la ignorancia y la estulticia.

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LAS NIÑAS QUIEREN SER PAPISAS

28 de Octubre del 2013 a las 9:56 Escrito por Jaime Aguilera

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La hasta entonces periodista Letizia Ortiz apareció enfundada elegantemente en un traje blanco de Armani. Lucía un magnífico anillo de oro blanco y brillantes. Sus gestos transmitían una confianza inusitada, una seguridad en sí misma que hasta ese momento habían sido habituales, casi necesarias, en su faceta de presentadora de televisión. Sin embargo, resultaba extraño, casi embarazoso, la manera en la que tomaba la iniciativa en la pareja a la hora de responder a sus colegas periodistas. Llegó a interrumpir al Príncipe y se convirtió de la noche al día en una suerte de antítesis de la discretísima Reina Sofía. No se había puesto a la misma altura que el Príncipe, se había puesto por encima…

Años más tarde, el hasta entonces obispo de Buenos Aires apareció en el balcón principal del Vaticano. Al igual que Letizia, también apareció vestido de blanco, pero no era de Armani. Al igual que Letizia, también apareció con joyas, pero no era la cruz pectoral de oro que todos esperaban sino otra mucho más sencilla, mucho más humilde. En su discurso se limitó a dar las gracias, a rezar y a ponerse al servicio de todos: no como Papa sino ahora como obispo de Roma.

Estas dos apariciones de blanco, separadas en el tiempo, sorprendieron a todos porque los personajes se colocaron a una altura distinta a la convencionalmente esperada: Letizia por arriba y el Papa Francisco por abajo.

No sé que ocurrió en la trastienda de el palacio de El Pardo después de la aparición estelar -por el traje y por su comportamiento- de Letizia. Pero si sé que la vivaz periodista convertida en princesa pasó a ser, en cuestión de poco tiempo, precisamente eso: lo que se esperaba, la dócil princesa consorte.

No ha ocurrido lo mismo con el Papa Francisco, que despertó, y que sigue despertando, simpatías en mucha gente que se sentía muy lejana de la corte vaticana. Sencillamente, porque, a diferencia de la princesa, lo que vislumbró en su primera y también albina aparición se está manteniendo en el tiempo; sencillamente porque está volviendo a una humanismo cristiano que se había casi olvidado, un humanismo que tenía a la dignidad humana como principal valor.

La revolución del siglo XXI no cabe duda, no lo duden: va a ser la revolución de la mujer, por mucho que las tres religiones más importantes, las tres del Libro, las tres monoteístas, se empeñen en lo contrario.

Y el papa Francisco ha sido el primero en dar un paso adelante para que todas las mujeres tengan el sitio que por dignidad les corresponde. El sitio adecuado para todas las mujeres: las que son princesas Letizias, las que no son princesas, las que nunca lo serán e incluso las que son hombres pero se sienten Letizias.

Ya era hora de que la Iglesia dejara de considerar a los homosexuales como apestados pervertidos: “En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos heridos sociales, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso”, les dice ahora el Papa Francisco. “Si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla”. Ya era hora de que alguien en la jerarquía vaticana hablara con la misma misericordia que predica.

Pero insisto: el gran reto de la sociedad en general, y de la Iglesia Católica en particular, es incorporar definitivamente la igualdad entre hombres y mujeres. “La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos”.

Si esta frase del Papa transporta lo “imprescindible” a los todos los ámbitos de su organización habrá conseguido que siga existiendo después de más de dos milenios; de lo contrario, la decadencia del “imperio romano vaticano” está garantizada.

Y para ello nada mejor que comenzar otorgando el orden sacerdotal a la mujer y aboliendo el celibato, que no es ningún dogma de fe, que es un simple decreto papal, que no se corresponde con el papel de la mujer en las primeras comunidades cristianas, y que de hecho ya ha sido superado por otras comunidades cristianas.

¿Qué problema hay, o que problema puede haber, en que una mujer, o un homosexual, o una mujer homosexual, sea sacerdote u obispo? ¿Tiene algo que ver su sexo o su inclinación sexual con su fe, su vocación de servicio o su misión evangelizadora? ¿Que problema puede haber en hacer del celibato una opción y no una obligación? ¿Por qué, como ya lo demuestran otras iglesias, un sacerdote, o sacerdotisa, no lo puede dar todo por su comunidad, incluyendo en ella si quiere a su propia familia?

Confiemos en que los negros cuervos, que siempre los ha habido y por desgracia siempre los habrá, no apaguen la voz -como hicieron con Letizia- de este mirlo vestido de blanco pero no de Armani.

Y es que si quieren apagar su voz ahora entiendo lo que decía Sabina de que “las niñas ya no quieran ser princesas”. Pero seguro que si algún día pueden, las niñas quieren ser papisas.

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LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA LIBROS

30 de Septiembre del 2013 a las 12:11 Escrito por Jaime Aguilera

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Decía Saramago que somos la memoria que nos queda y la responsabilidad que asumimos. La semana pasada, con responsabilidad doméstica y memoria poética, ordené mis libros. Resultó entonces que había dado una vuelta al mundo en ochenta libros. Mi biblioteca familiar es eso, muy familiar: poco más de un millar de ejemplares donde la mayoría son ediciones de bolsillo. Por eso no tardé mucho tiempo, dos tardes; pero fue suficiente para volver a recorrer los territorios, en el tiempo y en el espacio, de esa memoria sin la que no somos casi nada.

Volver a tener entre mis manos mi primer libro, el ejemplar de Bruguera de un “Miguel Strogoff” con ilustraciones, es sentarme otra vez en la habitación del balneario de Alhama de Granada, donde comencé a leerlo con más curiosidad que placer. Una curiosidad que se renueva ahora con la misma fuerza cuando son mis hijos los que ahora atravesarán la gélida estepa siberiana con este mismo ejemplar.

“La historia interminable” me lleva otra vez a la ilusión con mayúsculas para un niño: la noche de Reyes. Mis padres me habían dicho que si no me quedaba dormido no vendrían sus majestades, pero el nerviosismo me impedía dormir; por eso, con una linterna y debajo de las sábanas, cabalgaba página tras página por el reino de Fantasía.

“Los poemas de Alberto Caeiro” de Pessoa, en una edición bilingüe de Visor, me llevan a dos viajes iniciáticos a Lisboa. Y Lisboa me lleva a la edición de Seix Barral de “El invierno en Lisboa”, que compré gracias al aula de literatura de mi colegio mayor de Madrid. Pero esta novela de Muñoz Molina me lleva a muchos sitios además de Lisboa: me lleva otra vez a un septiembre en San Sebastián, a las noches madrileñas, a un programa de radio en mi pueblo que terminaría llevándome al matrimonio, a una buhardilla azul rodeada de nieve en Harvard donde preparo mi tesis doctoral sobre Muñoz Molina.

Vuelvo a colocar “Bomarzo” de Mujica Lainez, y me acomodo otra vez en el asiento del avión con el que cruzaré el océano camino de Buenos Aires, junto a Luis Aguilé. También cruzo el océano, pero ahora de vuelta a casa, cuando vuelvo a colocar una edición habanera de cuentos de García Márquez y la antología “Orbyta” de Lezama Lima.

Incluso hay otros que dulcifican el recuerdo febril y doloroso del viaje por las enfermedades, como “La Saga Fuga de JB” de Torrente Ballester en una magnífica colección de RBA de las que anunciaban en televisión cada septiembre, o como un “1984” de Orwell del mítico y siempre esperado Circulo de Lectores.

Del Círculo me llegó también un día “Cien años de soledad”, y esta novela me transporta en un acto mágico instantáneo a una rancia pensión madrileña de Argüelles, y la pensión me transporta a “La colmena” de Cela.

“El desorden de tu nombre” de Millás, en una edición de bolsillo de Destino, desvencijada y casi rota, me sube otra vez en decenas de trenes que atraviesan días y noches de once países de Europa, desde Irún a Estambul.

Los cuentos “Dublineses” de Joyce, en la colección de bolsillo de Alianza Editorial (bendita colección) me lleva a otra biblioteca, una de verdad, no como la mía, la del Trinity College de Dublín. Y “El Quijote” de una edición de Cátedra que me obligaron a comprar en el colegio me lleva, treinta años después, a una villa, a una casa y a un café de Florencia.

Y así puedo llegar a dar la vuelta al mundo el ochenta libros. Y es en ese momento cuando un interrogante me rodea como un asedio hostil. ¿Será posible que mis hijos, o mis nietos, puedan dar también algún día dar la vuelta al mundo en ochenta libros electrónicos?

A estas alturas del supuesto y teórico ecuador de mi vida se me hace impensable renunciar al libro como objeto físico, a su textura, a su olor, a sus anotaciones. Se me hace impensable, por tanto, hacer el recorrido que acabo de hacer en un dispositivo electrónico.

Aunque por otra parte me planteo que hay que evolucionar con los tiempos, y no renuncio a leer libros electrónicos. Haciendo una analogía me planteo que pensarían los monjes amanuenses, por ejemplo, ante la llegada de imprenta. También ellos observarían con estupor como sus miniaturas, sus filigranas y sus letras capitales ribeteadas entraban en un vía muerta de fatalidad. La diferencia, sin embargo, es que en este caso seguía existiendo el papel: el objeto físico y tangible que atraviesa territorios en el tiempo y en el espacio.

Decía Borges que siempre imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca. Yo acabo de dar una vuelta por mi paraíso particular a través de ochenta libros. No sé si algún día será posible adentrarse en el paraíso perdido de un libro electrónico.

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MUÑOZ MOLINA: UN PREMIO SÓLIDO

9 de Junio del 2013 a las 8:33 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Diario Sur 7-06-13 un-premio-solido.pdf

 Desde que me sumergí en calles de un “invierno en Lisboa”, en noches que olían a perfume jazz y de mujer fatal, ya no he podido dejar de leer a Muñoz Molina: de forma tan leal y casi compulsiva que me dediqué durante años a confeccionar una tesis doctoral sobre su obra.

De ahí que me permita subrayar lo que ha sido una constante en su poética desde que comenzó a publicar artículos en el Ideal de Granada: una huella continua en su literatura que a mí me gusta llamar su “civismo laico”, presente tanto en su faceta de ensayista como en su ficción de novelista y cuentista.

Y si hay un ejemplo claro de lo anterior ese no es otro que su último libro publicado y que gira alrededor de la cacareada crisis. En Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013), Muñoz Molina, desde este prisma que nunca ha abandonado de compromiso responsable con la sociedad de su tiempo, no deja títere con cabeza en esta España camisa nueva de mi esperanza. Porque es muy fácil echar la culpa de todos nuestros males a políticos y banqueros, pero no solo han sido ellos sino la inmensa mayoría de un país la que ha vivido por encima de sus posibilidades. Es más: no se habría llegado “tan lejos sin la indiferencia, la claudicación o incluso la adhesión de sectores amplios de la ciudadanía, y menos aún sin la mezcla de negligencia profesional, militancia sectaria y disposición cortesana de una parte de los medios informativos”.

Y quizás todo comenzó con la euforia de la Expo del 92: metáfora cuasi perfecta de lo que magistralmente Muñoz Molina define como “la predilección por el acontecimiento excepcional y no por el trabajo sostenido durante mucho tiempo; el triunfo del espectáculo sobre la realidad”.

Después de unos cuantos años de democracia seguimos sin respetar al que no piensa como nosotros. Seguimos ahondando más en lo poco que nos diferencia a las “naciones” españolas que en lo mucho que nos une. Más aún, seguimos detrás de banderas ideológicas rígidas y forzadas. Como bien dice el autor de Úbeda, en España te quedas solo “por haber llevado la contraria a algún mandamiento en la ortodoxia del propio bando sin la menor intención de pasarte al bando contrario”; por ser, por ejemplo, un homosexual que detesta el desfile del día del Orgullo Gay o ser un conservador que se declara ateo o simplemente laico. Es precisamente en esta cuestión religiosa donde, después de siglos, “era urgente una pedagogía visual que marcara la separación educada y tajante entre la religión y la vida cívica”; sin embargo, y para muestra un botón, no hay más que echar un vistazo a la última reforma educativa del ministro Wert.

No obstante, que esta crisis ponga en evidencia lo mucho que nos queda por andar no debe ser óbice para resaltar al mismo tiempo todo lo que hemos conseguido: una sistema educativo, sanitario y de pensiones que se aprecia mucho más si vives un tiempo –como nos ha ocurrido a Muñoz Molina y al que suscribe- en países tan potentes en lo económico como los mismísimos Estados Unidos. “Lo que para nosotros era inusitado para nuestros padres y nuestros abuelos había sido inimaginable: lo mismo que para nuestros hijos ha sido casi tediosamente normal y sólo ahora está en peligro”. Por eso debemos ser conscientes de lo que hemos conseguido y conservarlo. Porque no podemos dejar de reconocer, y no podemos perder, a científicos, empresas, deportistas, artistas y profesionales que son apreciados, valorados y respetados en cualquier parte del mundo. Y sin embargo, también eso se cuestiona ahora.

Por eso, ahora más que nunca, ahora que se tambalea “todo lo que era sólido”, es necesario la unión y el pacto: “la clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y a ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el desgaste de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los esfuerzos necesarios”.

La vuelta a una sosegada alegría colectiva, a la ilusión, al futuro, no depende solo de los políticos y de los banqueros. Todos, desde nuestra sencilla y humilde posición, debemos echar una mano, porque son respetables y admirables, porque necesitamos a “todos aquellos que han amado lo que hacían y han ejercitado su profesión con sentido del deber y conciencia de que estaban contribuyendo en algo al bienestar común”. Y en todos ellos está la solución.

Y para ello necesitamos pensadores como Muñoz Molina, mentes independientes que nos destilen todo lo bueno que hay que conservar y todo lo malo que hay que desterrar en nuestra sociedad, mentes que se merecen, con solidez y con justicia, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Aunque sólo sea, como diría Camus, para tener la tranquilidad de saber que las tardes perfectas de Septiembre seguirán sucediendo cuando nosotros no estemos.

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PANTEÍSMO Y CINE

5 de Mayo del 2013 a las 9:45 Escrito por Jaime Aguilera

La doctrina conocida como panteísmo ateo -o panteísmo naturalista- no invoca ninguna realidad trascendente, pero si en cambio una única verdadera: la Naturaleza. Sin embargo, en esa supuesta inmanencia que niega la existencia de la divinidad sí existe una elevación del espíritu humano: elevación hacia lo trascendente –sea divino o no- que se produce en la soledad de las montañas, en el silencio del amanecer, en la contemplación de las noches estrelladas.

El otro día volví a ver El río de la vida, la película en la que Robert Redford dirige a un joven Brad Pitt que se había dado a conocer con Thelma y Louise. Y me volví a emocionar con sus paisajes, con su música, con las palabras poéticas del hermano que hace de narrador voz en off. Me volvió a subyugar la fuerza de luz –no en vano se llevó ese año el Oscar a la mejor fotografía- y la grandiosidad de los valles de Montana.

Fue entonces cuando descubrí que, desde hace ya muchos años, había tres películas de cabecera que quería ver una y otra vez: quizá porque, sin yo saberlo, los había convertido en una suerte de tres libros sagrados de la Biblia del panteísmo cinematográfico: El río de la vida, El cazador y Las aventuras de Jeremiah Johnson.

Dersu Uzala, “el cazador” que inmortalizó Kurosawa nada más y nada menos que en 70 mm., no quería dominar la Naturaleza como los topógrafos del ejército ruso que exploraba el río Ussuri: la taiga siberiana era su aliada, y había que vivir sirviéndose de ella cazando sus piezas, pero respetándola de igual a igual.

El soldado Jeremiah Johnson -otra vez Rober Redford, ahora como actor- se cansa de vivir en la ciudad y se dirige a las Rocosas. Comienza así la vida solitaria de un furtivo que vive –como Dersu Uzala- de lo que caza: una vida en la que tiene que aprender a valerse por sí mismo, a vivir de la Madre Naturaleza.

Para un panteísta cinematográfico cualquier sitio es bueno para aposentar su vista: sea Montana, las Rocosas o la taiga siberiana. Incluso la bahía de Málaga, sobre la que ya amanece: el sol hace un rato que ha despertado a la Sierra de Mijas, las palmeras siguen dormidas, el mar no está calmo del todo.

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El ajedrez, una asignatura pendiente.

24 de Abril del 2013 a las 12:42 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Diario Sur 24-04-2013 

 

En los foros pedagógicos se describen más de veinte razones por las que cualquier niño debería aprender a jugar al ajedrez. No voy a detenerme en repasar uno por uno todos estos argumentos, pero sí al menos me gustaría resaltar los que considero más importantes; o al menos agruparlos en dos grupos a la hora de aportar añadidos a la formación integral de un menor: las que podríamos denominar ventajas cognitivas y lo que ahora se viene en llamar “educación en valores”.

Quizás las primeras, las cognitivas, son las más recurrentes. Si ahora mismo nos pusiéramos en calle Larios a preguntar los beneficios que puede tener para nuestros hijos que jueguen al ajedrez, habría muchos que hablarían de desarrollo de la capacidad intelectual y del pensamiento lógico. Y eso es cierto, y es muy importante: simplemente habría que reforzar esta idea con matices más loables, y menos conocidos. El ajedrez, a nivel puramente cognitivo, y de una forma divertida, no sólo desarrolla el razonamiento lógico: también mejora la memoria visual, el poder combinatorio, la velocidad de cálculo y la creatividad. Dicho de otro modo, el ajedrez no sólo “es bueno” para las matemáticas; es bueno “también” para algo tan crucial como el aprendizaje de los idiomas –sea o no el castellano-, la literatura o la geografía.

Y sobre todo es bueno, en una sociedad donde nuestros pequeños se ven abordados por infinidad de estímulos audiovisuales que los dispersan, para ahondar en el poder de la concentración. En el poder de la quietud. En el poder del silencio.

Casi no hace falta decir que todo lo anterior va a redundar en una coraza de autoconfianza para el jugador, en un mínimo de autoestima necesaria para crecer, para seguir aprendiendo de los errores y de los aciertos.

Pero lo que me gustaría destacar más si cabe, por ser el verdadera axioma de nuestra responsabilidad como formadores, es el uso del ajedrez para insuflar valores fundamentales. Los niños y las niñas no consideran el ajedrez una materia ardua y aburrida que tienen que aprender, los niños y niñas “juegan” al ajedrez: por eso es la jeringa idónea para inyectar, sin que apenas se den cuenta, toda una batería de principios que deberían guiar sus modelos de conducta. El ajedrez “educa” en tres vértices básicos de nuestro desarrollo como personas, un triángulo que, por desgracia, parece cada vez más olvidado en las aulas y, sobre todo, en la salita de estar. En primer lugar, el ajedrez educa en el esfuerzo, el ajedrez hace que el niño aprenda el valor de trabajar arduamente, concentrarse y empeñarse, que se de cuenta de que en la vida las cosas no vienen de la nada. En segundo lugar, el ajedrez educa en la igualdad. En este juego no hay sexos, no hay hombres y mujeres, no hay clases sociales, no hay ricos y pobres, ni siquiera hay discapacidades como un autismo ausente: solo un simple tablero y un contrincante al que hay que respetar por el mero hecho de sentarse enfrente. Por último, y quizás lo más importante, en tercer lugar, el ajedrez enseña algo tan obvio –pero tan olvidado hoy en día en todas las esferas- como que cada uno es responsable de sus propios actos; algo tan básico y tan esencial como el saber que si uno actúa debe aceptar las consecuencias; porque si uno mueve la dama a un sitio equivocado la perderemos, y habrá que aceptar la derrota con dignidad y aprender para la siguiente. Hoy en día, donde –desde las más altas jerarquías a las clases más humildes- todos nos creemos con derecho a todo y sin tener que responder por nada, el ajedrez enseña que sí importa lo que decidimos y sí tenemos que responder por sus resultados.

España ha sido cuna y origen del ajedrez tal y como hoy lo concebimos. Somos los creadores de la dama como pieza más poderosa. Solo por eso debería poder jugarse en cualquier plaza pública, como se puede hacer en cualquier rincón de la Europa civilizada. Sin embargo, como un ejemplo más de nuestra falta de civismo, podemos ver algunos tableros en mesas callejeras o en forma de mosaicos en el suelo de un paseo marítimo. Pero nunca nos podremos servir de unas piezas públicas para jugar, posiblemente porque nunca las hubo, o porque si las hubo alguien se las llevó, aunque solo fuera para abandonarlas después en cualquier sitio.

Pero al menos habría que empezar por nuestras escuelas. El parlamento español y el europeo están aprobando iniciativas en este sentido, al igual que comunidades autónomas como la canaria o la extremeña. En el colegio público Parque Clavero, gracias al Ampa Jacaranda, a la Federación Malagueña de Ajedrez, a la Junta de Andalucía y al Ayuntamiento de Málaga, lleva dos años funcionando una escuela municipal de ajedrez, con interesantes resultados.

Solo cabe una pregunta final: si las manualidades, la educación física, la religión o la música son asignaturas curriculares, por qué no el ajedrez.

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DÍAS DE LLUVIA

31 de Marzo del 2013 a las 13:30 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en 7 Días Andalucía, diciembre de 2009. 

 

Cae la lluvia sobre el mar; cae la lluvia, lánguida y dócilmente, sobre los montes, sobre los barbechos, sobre los tejados, sobre los caminos…

Siempre me ha dicho mi padrino que no hay mayor placer que fumar debajo de un tejadillo mientras chapotea el agua en los charcos. Se ve que lo he heredado, porque cuando veo llover siento unas ganas irreprimibles de encender la pipa y, como diría Wilde, la única forma de vencer la tentación es caer en ella.

Cae la lluvia sobre los coches, sobre estatuas inmóviles, sobre las antenas, sobre las piedras de la sierra…

La Naturaleza ha tenido un detalle con Andalucía y, tras el fracaso de la cumbre de Copenhague, ha querido regalar a esta sedienta tierra con unos cuantos litros por metro cuadrado.

Cae la lluvia en forma de oro transparente, en forma de poesía; porque, en mi humilde opinión, una de las palabras más hermosas –junto a “vida” o a “agua”- es justamente la palabra “lluvia”: repítanla varias veces y comprobarán su sonoridad serena.

La lluvia aminora la prisa de nuestras vidas, sus paseos, sus miradas, sus besos, sus caricias, sus ausencias…

Me acuerdo de los urbanitas que cuando ven un campo de cebada recién nacida dicen que bonito está el césped, y cuando llueve sobre la ciudad dicen “qué fastidio”. Olvidan que después son ellos los que comen el pan de césped y se duchan con el agua que tanto les ha fastidiado.

Cae la lluvia sobre la memoria, sobre los cementerios, sobre los vivos y sobre los muertos. Mientras sigo mirando por la ventana, mientras me adormezco con la machadiana monotonía de lluvia tras los cristales, sigo saludando –juntando las tres palabras que me gustan- a la muchas veces añorada lluvia: el agua de la vida.

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NIEVE

3 de Marzo del 2013 a las 10:53 Escrito por Jaime Aguilera

Después de la última nevada he vuelto a releer, y quiero compartirlo con vosotros, este artículo publicado en marzo de 2005 en el semanario Andalucía Centro.

NIEVE 

En la mañana inundada de un fogonozo atronador de blancura, el citröen dos caballos sube el puerto de Zafarraya. En la parte de atrás, mezclados con las orzas y ollas de la matanza, dos chiquillos juegan a la aventura de la nieve. Mientras tanto, su padrino, con un renault cinco rojo y flamante tira con un cable porque se han quedado atascados.

En la tarde gozosa de la niñez tardía, con un plástico que le han quitado a un colchón Flex guardado en la cochera, las carcajadas limpias y sonoras se resbalan por el talud de El Pilón, sobre la tierra yerma cubierta repentinamente con un manto de armiño; sobre la misma tierra sobre la que ahora ya sólo hay casas y más casas, acrecentando la lejanía de un invierno que ya no volverá nunca más.

En una noche que tiene una antigüedad curtida por el fragor luminoso del fuego, la madre hace punto inglés mientras y el hijo juega a ser un caballero, también inglés, que lee en bata junto a la chimenea. Los dos, con sus miradas furtivas a la farola solitaria en el campo, pueden ver la caída de los copos de nieve que llenan de paz inmaculada la negra oscuridad.

En una madrugada lejana en millas y cercana en el alma, dos jóvenes se despiden de sus amigos, salen del pub y comienzan a pasear de regreso a su buhardilla de madera. El parte meteorológico no se ha equivocado, la Mass. Avenue y la calle Iman son un remanso de silencio limpio y blanco, casi fantasmagórico. La nieve cruje bajo sus pies y sus miradas reflejan el brillo sosegado de su estupor.

La nieve es la película de nuestra vida, es el trineo de la infancia de Ciudadano Kane, la nieve es la soledad dura y serena de un Jeremías Johnson prematuramente maduro, la nieve es la que cae en la noche de Dublín, lánguidamente, sobre todos los vivos y sobre todos los muertos.

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ELOGIO Y SILOGISMOS DEL EMPRESARIO

9 de Febrero del 2013 a las 12:01 Escrito por Jaime Aguilera

No me imaginaba que le iba a molestar tanto al señor Rosell mi anterior artículo de Elogio y autocrítica del “funcionario”. El presidente de la CEOE, en una más de sus asertivas y profundas reflexiones, ha afirmado que en nuestro país sobran los funcionarios, que «sería mejor ponerles un subsidio a que estén consumiendo papel, consumiendo teléfono y tratando de crear leyes».

 

ELOGIO. En respuesta a sus palabras me voy a limitar a reseñar un brevísimo panegírico de muchos empresarios de este país -entre ellos mi padre-. Empresarios innovadores, honestos y creativos que dedican tanto tiempo y esfuerzo a su empresa que esta pasa a ser un hijo más de su familia. Empresarios que tienen como objetivo ganar dinero -está claro-, pero que tienen una visión a largo plazo donde habrán años que ganen más y otros menos, porque por encima de todo está la supervivencia de la empresa y de los trabajadores que forman parte de ella.

 

Estos empresarios, y estos trabajadores son una fuente imprescindible de creación de riqueza para nuestro país, y los funcionarios deben dedicar su papel, su teléfono y sus leyes a crear marcos legales de seguridad jurídica, proyectos de servicios públicos y obras públicas que permitan que florezcan más empresarios que ganen dinero y que creen puestos de trabajo. Porque si no hay seguridad jurídica no hay inversión, y si no hay inversión no se crean empresas.

 

SILOGISMOS:

  1. Funcionario es aquel que percibe retribuciones con cargo a las arcas públicas. CEOE y Cepyme recibieron en 2010 21,4 millones de euros de las arcas públicas. Conclusión: Rosell también es funcionario, luego SOBRA ROSELL.
  2. Mal empresario es todo aquel que no propicia lo mejor para su empresa. Una empresa no puede funcionar sin un marco mínimo de seguridad jurídica que lo proporciona el Estado y sus funcionarios. Conclusión: Rosell es mal empresario, luego SOBRA ROSELL.

Conclusión final: Rosell, siguiendo sus propios argumentos, tanto considerado en su oculta faceta de funcionario como en su pública faceta de presidente de los empresarios, ESTÁ SOBRANDO.

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