HARRY POTTER

20 de Enero del 2011 a las 13:38 Escrito por Jaime Aguilera

Todo es realidad, y todo es ficción. Y casi se puede decir, parafraseando a Muñoz Molina, que todo es una mezcla de realidad y ficción.

En este caso, un personaje literario, un personaje de ficción, Harry Potter, ha rescatado del olvido a un personaje real, al soldado británico Harry Potter, fallecido en 1939 en el campo de batalla a los 18 años.

Enterrado con honores en el cementerio militar de Ramla, al sureste de Tel Aviv, su tumba no es fácil de encontrar, sólo los guardas y personal que trabaja en la conservación del cementerio conocen su ubicación exacta, ya que en los últimos años se ha convertido en foco de atracción de turistas, curiosos y sobre todo, seguidores del mago más famoso de todos los tiempos, que no del soldado.

“En memoria del soldado Harry Potter. Regimiento Worcestershire, muerto en acción en Hebrón el 22/7/1939 a los 19 años y 10 meses”, reza el epitafio.

Harry nació cerca de la ciudad de Birmingham (Reino Unido) en el seno de una familia numerosa y su padre, David, zapatero de profesión, había servido como soldado en la Primera Guerra Mundial. En enero de 1938 el joven se alistó en el primer Batallón de ese regimiento, donde a los ocho meses completó su entrenamiento, llenando de orgullo a su familia.

En septiembre de ese año tuvo que despedirse de los suyos al recibir órdenes para trasladarse a Palestina, entonces bajo Mandato Británico, a fin de aplacar la denominada revuelta árabe que había adquirido serias dimensiones.

El joven soldado murió en combate en julio de 1939 en un enfrentamiento armado en la ciudad de Hebrón. Según la página web de su regimiento, tenía 18 años en el momento de su deceso, aunque en la lápida de su tumba figura que tenía 19, debido a que había mentido sobre su edad para poder enrolarse.

En una carta dirigida a su madre antes de morir escribía: “Espero estar en casa para Navidad. Si no es así, es por un poco de mala suerte”.

No creo que vaya nunca a visitar esta tumba, pero pueden estar seguros que si voy, iré a visitar la tumba del soldado, no la del mago: porque la historia del soldado Harry Potter es más triste que la del aprendiz de brujo Harry Potter; y encima la del aprendiz de brujo es mentira, y la del soldado fue una verdad “con un poco de mala suerte”.

 

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HAY QUE VOLVER

13 de Diciembre del 2010 a las 10:39 Escrito por Jaime Aguilera

Hay que volver. Siempre hay que volver. Volver con nuestras amantes no tan secretas. Hay que volver siempre que se pueda, para que no se apague la llama que se encendió en las lejanas lecturas de la infancia tardía.

He vuelto a Londres, cenicienta y, a veces, con olor a curry, a moqueta sucia y a cloaca. Y sin embargo siempre estoy volviendo a esta ciudad, aunque no pueda pisar sus calles y sus parques.

Hace frío, en Buckingham Palace Road, entre una niebla que se disipa y se confunde con el vaho de los paseantes me refugio en un café que tiene mucho más de norteamericano que de londinense.

Boinas en señoras rubias elegantemente vestidas; sombreros con brillantes en chicas orientales que le dan un cierto aire robotizado; orejeras en negros que echan de menos un país caribeño donde también se habla solo inglés. Gorros en latinos que me contestan en castellano cuando yo le hago una pregunta en inglés con acento castellano. Turbantes en indios que nunca han pisado la India.

Hace menos frío, en Covent Garden, un delgado anglosajón, no tan elegante como la señora de la boina, con el torso desnudo, se dispone a tumbarse en una tabla inundada de clavos de acero. En otra calle, otro anglosajón, este perfectamente abrigado, canta y toca al mismo tiempo con su guitarra eléctrica versiones de los Dire Straits.

De nuevo hace más frío, dos bajo cero, la nieve rodea a la ciudad pero en Hide Park lo único que hay es una escarcha prominente que hace que las ardillas no bajen de los árboles, y que los patos permanezcan impasibles, levantados, en un lago congelado.

Hay que volver, siempre hay que volver, al menos para que nuestras amantes, no tan secretas, sepan que seguimos sin olvidarlas.

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UNA GRAN PAPA

30 de Noviembre del 2010 a las 20:13 Escrito por Jaime Aguilera

Cuenta un chiste antiguo que el Vaticano es de las peores tierras que se conocen…, porque en más de dos mil años de historia sólo se han podido sacar de ella poco más de 250 “papas”.

Y como se empeñen en seguir sin comprender a la lluvia que riega su huerto, que no es otra que la “fidelidad” de muchos de sus “fieles” católicos, mucho me temo que el Vaticano más tarde o más temprano se convertirá en un páramo yermo que deje de dar “papas”.

Voy a dejar de lado las declaraciones del último tubérculo que ha brotado del Vaticano sobre el preservativo: darían por sí solas para otro suelto.

Me voy a centrar, en aras de extenderme lo mínimo, sobre una frase en particular: “Ya lo dijo Juan Pablo II, la Iglesia no tiene de ninguna forma la posibilidad de ordenar a las mujeres. No se trata de que no queremos, no podemos. El Señor dio esta forma a la Iglesia”

O sea, que si fuera por Su Santidad Benedicto XVI ya habría mujeres sacerdotes; pero no es eso, es que no puede porque el Señor se rodeó de doce apóstoles, y es claro y obvio que todos, salvo error u omisión y al margen de sus inclinaciones sexuales, eran hombres.

O sea, que el argumento es casi más historiográfico que teológico. Se centra para ello, como llevan miles de años haciendo, en los cuatro Evangelios “oficiales”. Se olvida, como llevan miles de años haciendo, en otros muchos evangelios –con minúscula- apócrifos que realzan, mucho más que esos doce apóstoles, la figura femenina de María Magdalena; clave, por cierto, para las leyendas merovingias que tan bien están dando de comer al Dan Brown del Código da Vinci.

O sea, que argumentos teólogicos no hay muchos –de hecho anglicanos y protestantes, con el mismo Jesús de Nazaret como Dios, ya hace tiempo que han dado el paso-, y los argumentos historiográficos son burdamente rebatibles.

O sea, que lo dicho, que como sigan empeñándose en que con el tiempo no brote “una gran papa”, veremos el Vaticano convertido en barbecho sin “papas”. Veremos antes el final de los/las “papas” antes que a un, como anunciaba la película Airbag, Lendakari negro, por poner otro burdo –y no machista sino racista- ejemplo.

 

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PERO BUSH NO QUERÍA…

19 de Noviembre del 2010 a las 14:32 Escrito por Jaime Aguilera

Ahora resulta que “él no quería, oiga”. Ahora resulta que el expresidente Bush no quería invadir Iraq –lo escribo así como despedida de la cu final, que ahora me cae más simpática desde que la Real Academia ha firmado su sentencia de muerte.

Por lo menos, en su libro de memorias, que acaba de publicar, se vuelve a reafirmar en que autorizó torturas, y que lo volvería a hacer porque con ello se han salvado muchas vidas. Y digo yo, si está “confesando” ser el inductor, consentidor o autor intelectual de un delito, porque no se abre una causa en el Tribunal Penal Internacional: ¡Ah!, se me olvidaba que su país no reconoce a este Tribunal, que ni siquiera Garzón podría meterle mano a este capitán general con patente de corso.

Pero bueno, por lo menos, ha tenido la honradez de reconocerlo. Pero lo de la guerra de Iraq, que va, él no quería, es que resulta que lo obligaron.

109.032 muertes, de ellas 66.081 civiles, 23.984 enemigos o –según el Pentágono- “insurgentes”, 15.196 militares iraquíes y 3.771 de los países de la coalición invasora. Más de un 60 por ciento son víctimas civiles, lo que equivale a unos 31 civiles muertos cada día durante seis años. Y esto no ha terminado todavía, esto suma y sigue.

Pues eso, que ahora resulta que todas las muertes han sido en contra del señor presidente… Les invito que para no se les escape un grito de estupor y de desahogo, comiencen a contar, en silencio…, 1,2,3,4,5…, tranquilamente…, 6,7,8…, nunca pensando en el número sino en la cara y la vida que hay detrás de cada número…9,10,11…

Y así, hasta que se harten, porque será muy difícil que lleguen a 109.032. Y encima puede que la cifra ya sea mayor en el tiempo que llevo escribiendo. Pero eso sí, que sepan Vds., que Bush, pobrecito, no quería: lo obligaron.

…12, 13, 14, 15…

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VARGAS LLOSA Y UN SERVIDOR

10 de Noviembre del 2010 a las 13:41 Escrito por Jaime Aguilera

Como suele ocurrir con lo que termina bien, todo empezó mal. Después de leer Los cachorros le metí mano a La Ciudad y los perros, pero no hubo forma y terminé dejando algo que no entendía, que no me divertía, o las dos cosas al mismo tiempo. Años después, seguramente era yo el que había cambiado porque la novela seguía siendo la misma, me encantó.

Y así comenzó un idilio de horas de fruición y placer, especialmente con La tía Julia y el escribidor (algún día de estos la volveré a leer), con Conversación en La Catedral y con la última que leí en la playa: La fiesta del Chivo. También disfruté con Pantaleón y sus visitadoras, con La casa verde, con La guerra del fin del mundo, con Elogio de la Madrastra y con Los cuadernos de don Rigoberto. Incluso llegué a deleitarme con esa lectura más sesuda contenida en el ensayo sobre Flaubert y Madame Bovary, que no en vano se titula La orgía perpetua.

Pero fue leyendo la historia de la tía Julia, y viendome ingenuamente reflejado en el escribidor, donde decidí que mi vocación literaria tenía que agradecer eternamente la existencia de este libro en particular, y de los demás, en general; tanto que ya no hace falta decir a quien se debía la tres letras “var” del pseudónimo de mi primera novela: Gavarbetti.

Después de todo lo anterior también es fácil imaginar, aunque un poco más difícil calibrar su dimensión, el nerviosismo y la emoción que me embargó cuando, de pronto, me tropecé en el aeropuerto de Barajas con un Muñoz Molina al que tenía la intención de entrevistar, con un Vargas Llosa al que adoraba y con el periodista y crítico Juan Cruz como testigo. Le eché lo que había que echarle y les abordé preguntándole a Muñoz Molina si tendría la amabilidad de recibirme:

- Mario, tienes un bolígrafo para que le apunte a este joven mi correo electrónico.

Por desgracia, se me ha perdido el papelito escrito con la pluma del que en su día sería premio Nobel, y que un fetichista hubiera guardado como oro en paño.

Por fortuna volví a coincidir por segunda vez con él en los burladeros de la plaza de toros de La Malagueta.

Por fortuna también podré –podremos- seguir dejándome –dejándonos- llevar por la belleza de sus palabras, por la sutileza de sus historias.

Enhorabuena, maestro.

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AVATAR Vs. AMADOR

28 de Octubre del 2010 a las 19:25 Escrito por Jaime Aguilera

Para Fernando Correas, que tanto le disgustan los artículos de crítica de cine.

La casualidad ha querido que vea en el cine, de forma casi seguida, a la película más cara de la historia, la que se supone que marcará un antes y un después en la evolución del séptimo arte; y a última producción del director Fernando León, que ya nos deleitó con “Los lunes al sol”, “Barrio” o “Familia”.

No voy a negar la impresión de una retina, poco acostumbrada a ponerse las gafitas para ver el film en una imaginaria tercera dimensión, ante imágenes tan rutilantes. No voy a negar la impresión de mi retina ante la botánica tan colorista y espectacular del planeta Pandora. No voy a negar la impresión de mi retina ante animales y plantas que de forma casi orgásmica se unen con los “navi” a través de unos luminosos filamentos capilares. Pero, por desgracia, todo se queda en esa impresión ocular: porque lo que es mi corazón y mi mente han salido poco o nada impresionados ante lo que es una historia convencional donde las haya, que sigue a pies juntillas el esquema del guión clásico de Hollywood. El bueno, el malo, la chica enamorada del bueno; el bueno pelea con el malo; el bueno gana al malo; el bueno se casa con la chica.

En fin, no quería dejar de ser testigo directo de la historia del cine, pero la cosa se ha quedado en eso, en un testimonio a secas.

Todo lo contrario ocurrió con Amador. Una historia aparentemente normal de una chica sudamericana que cuida a un señor mayor en Madrid, una historia que uno espera derive en una crónica con denuncia social un tanto explícita y aburrida, pero que va tomando giros totalmente inesperados que pegan el culo del espectador a su silla. Una película donde los paralelismos son algo más que un símbolo y se convierten en todo un juego de espejos. Una película donde, a diferencia de los protagonistas planos y maniqueos de Avatar, los personajes principales y secundarios están llenos de matices, de contradicciones, de humor soterrado, de rabia contenida, de inocencia adocenada.

En fin, los “avatares” de la vida han hecho que me desilusione con la superproducción y me convierta en un “amador” del buen hacer de un director español.

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MANUEL ALEXANDRE

14 de Octubre del 2010 a las 12:47 Escrito por Jaime Aguilera

Mi primer año de estudiante en Madrid fue en una pensión antigua de la calle Guzmán El Bueno, donde había paella los domingos y las duchas con agua caliente no podían ser más de tres por semana. Todo ello en unas calles del barrio de Argüelles que seguían teniendo un barniz indeleble galdosiano y seguían estando ventiladas por el aire frío y seco de la sierra madrileña.

Teniendo en cuenta este escenario, y teniendo en cuenta las ganas de un servidor de jugar a ser un los poetastros muertos de hambre de “La Colmena” de Cela, no es de extrañar que me dejara caer por el Café Gijón, e incluso que me agachara para mirar si el mármol de la mesa del café no era sino una lápida funeraria vuelta del revés.

Pero lo primero que vi, la primera vez de la muchas que fui al Gijón, fue la silueta ya anciana de Manuel Alexandre en la mesa que había entrando a mano derecha. Había veces en la que estaba sólo y yo le saludaba respetuosamente con un “don” por delante. Otras veces estaba con Alvaro de Luna (el Algarrobo de la serie “Curro Jiménez”, para entendernos). Y, la verdad sea dicha, es que yo me llevaba una cierta desilusión al tener una idea preconcebida de una tertulia del Gijón más sesuda, más de gente como Manuel Vicent, que también se unía a veces a la mesa.

Sin embargo, más tarde comprendí que ver a Manuel Alexandre en la mesa del Gijón era como ver todo el cine y todo el teatro español del siglo XX tomando chocolate con churros en el Madrid de la postguerra, en el Madrid del destape, en el Madrid de la movida, en el Madrid de la postmodernidad: desde “Calle Mayor” a “Doctor, me gustan las mujeres, ¿es grave?”, desde “Atraco a las tres” a “París-Tombuctú”, desde “Estudio 1″ a “Farmacia de Guardia”.

Manuel Alexandre acaba de fallecer y yo, tomándome un café con leche y dos cucharadas de nostalgia, he seguido observándolo desde mi mesa del Gijón, jugando otra vez a ser un escritor de tres al cuarto en un Madrid que no puede evitar seguir siendo castizo.

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ODA AL PULPO

14 de Julio del 2010 a las 8:54 Escrito por Jaime Aguilera

Si hace unas semanas hubiéramos hecho una referencia al famoso Paul, seguro que más de uno de ustedes hubiera pensado en el famoso miembro de los Beatles, Paul McCartney, o en el mítico actor ya fallecido Paul Newman. Pero, a partir de ahora, y desde luego para muchos españoles, el nombre de Paul irá unido irremediablemente al pulpo que predijo la victoria de la selección española en el Mundial de fútbol de Sudáfrica.

Hasta ahora, el pulpo era conocido como uno de los animales más inteligentes. Fue después de un experimento donde le pusieron comida dentro de un tarro de cristal con tapón de rosca –no sé si también fue un mejillón- y fue capaz de llegar a la conclusión de que había de desenroscar la tapa para obtener el premio.

Y después de contrastar su inteligencia resulta que tenemos que rendirnos a sus dotes de adivino hasta tal punto que ha desbancado a los cobran por ello en las televisiones locales; por no hablar del Oráculo de Delphos, que de un tiempo a esta parte estaba ya de capa caída.

Y todo ello sin olvidar la gran voluntad de la que hacen gala estos cefalópodos, que se agarran a todo lo agarrable y no hay quien los desenganche. De ahí la expresión que ha derivado en tonos más peyorativos, y que define como pulpos a los que pegan descaradamente a otros.

Con lo cual, y siguiendo con las expresiones, nos lleva a desmentir dos muy extendidas. La primera que cuando se habla de que estás más despistado que un pulpo en un garaje: nada más incierto, ya que por inteligencia, por capacidad de predicción y por voluntad, el pulpo las tendrá todas consigo para adaptarse a esa situación.

La segunda expresión es aquella de que solo los niños y los borrachos dicen la verdad. A partir de ahora, habrá que añadir a estas dos categorías la de los pulpos.

En conclusión, y después de todo lo dicho, da un poco de pena desperdiciar tanto potencial en un cazuela de agua hirviendo para prepararlo a la gallega, por mucho que estemos en la casa Ezequiel de la jacobea población de Melide.

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BANDERITAS

2 de Julio del 2010 a las 10:31 Escrito por Jaime Aguilera

Con la llegada de la primavera los campos y las ciudades se llenan de flores. Y con la llegada del verano, si además coincide que en ese verano hay mundial de fútbol, “florecen” por las ciudades españolas banderitas rojas y gualdas.

Y no digo roja y amarilla con ánimo de sortear la primera polémica de nuestra bandera, si tiene una banda amarilla o gualda. Por respeto al texto constitucional legítimo y vigente, hablaremos de gualda.

Porque las poléminas son numerosas y variopintas. No ya en un mismo región, no ya en una misma ciudad, sino algunas veces en un mismo hogar hay quien se identifica con la bandera roja y amarilla sin escudo, quien lo hace con la bandera roja y gualda con escudo constitucional, quien sigue aferrado a la bandera roja y amarilla con un águila imperial, quién se divierte con la bandera roja y amarilla con la silueta del toro de Osborne, quien sueña con que vuelva la bandera tricolor republicana, quien solo reconoce la bandera de la comunidad autónoma, o quien solo está dispuesto a reconocer la bandera de la comunidad autónoma con una estrella que la convierte en república independiente…

Después de este lío, después de esta variedad cromática y zoológica, no es de extrañar que a esta altura de la película haya algunos que opten por ser una especie de ácratas sin bandera definida: porque muchos prostituyen la exhibición o la ocultación de su propia bandera como tarjeta de presentación, como símbolo, de una ideología explícita; y cuando llegamos a ese extremo, claro está, el resultado no puede ser otro que una España, una vez más, madrastra de sus hijos y cainita de sus hermanos.

No digo yo que vivamos permanentemente en una exaltación de la bandera al modo de los Estados Unidos, donde el padre de familia pone un mástil y un trapo más grande que la casa donde se coloca. Pero también es verdad que da un poco de “melancolía patriótica” que tenga que llegar nuestra Selección Nacional de fútbol a la fase final del Mundial de Sudáfrica para que renazcan banderas sin necesidad de que eso suponga que hayan vuelto “banderas victoriosas”.

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LA REDENCIÓN DE CARDEÑOSA

24 de Junio del 2010 a las 12:48 Escrito por Jaime Aguilera

Las cosas que se ven en Internet. A alguien se le ha ocurrido –espero que no al propio interesado- que Cardeñosa, el otrora mítico jugador del Betis que falló un gol a puerta vacía en el mundial de Argentina 78, redima su culpa y contamine con su gafe a la selección brasileña. De ahí que Cardeñosa –Julio, para los amigos- se haya trasladado al país carioca y, con camiseta “canarinha” en ristre, se dedica a deambular contaminando con su gafe a los futbolistas semidioses descendientes de Pelé.

Justamente ese es mi primer recuerdo de un mundial: en casa de mi primo Jesús, frente a un televisor todavía en blanco y negro, Cardeñosa fallaba un gol que estaba cantado y nos mandaba de vuelta a la madre patria, o más bien, por aquello de que era un destierro deseado por muchos sudamericanos, a la madrastra patria.

Después vendría el mundial de España, el de Naranjito, que me devoré partido a partido con una pierna rota precisamente por jugar al fútbol.

Casi lloré, lo mismo que casi lloré cuando Eloy falló el penalti en el mundial de México que de nuevo nos devolvió a la madrastra. O cuando a Arconada se le coló el balón lanzado por una “grandeur” francesa tristemente encarnada en el engreído Michel Platini. O cuando un Luis Enrique sangraba por la nariz de todos los españoles que rabiábamos de impotencia ante una Italia fullera y mafiosa.

La mala suerte es que todo en la vida, o al menos ese es mi caso, tiene su época. Y hubo una época, una época sin títulos, en que los partidos de la selección española en un mundial o en una eurocopa los vivía como si –valga la redundancia- la vida me fuera en ello.

Pero aquello pasó, y aunque evidentemente me alegré mucho cuando ganamos la eurocopa de Austria, ya para entonces, y creo que por desgracia, había pasado la edad donde el fútbol en una final de ajedrez vital sobre un tablero verde decoración.

Ojalá nos vaya bien en este mundial, no tanto por mi, sino porque por desgracia el país necesita una alegría, aunque sea como Caperucita: más bien una ilusión y vestida de roja.

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