FERIA DEL LIBRO

19 de Junio del 2010 a las 7:51 Escrito por Jaime Aguilera

                                                                                                         A mis padres

Hace unos días estuve con mi mujer y mis dos hijos en la Feria del Libro de Málaga.La tarde, o mejor dicho, la luz de la tarde languidecía de su plenitud diáfana y dilatada.

Estuvimos viendo libros, libros de aventuras, libros de cocina, libros rocambolescos, libros para hacer figuras recortables, libros que han ganado premios y libros, libros y libros…

Saludé a mi colega y amigo, el escritor José Manuel García Marín, que estaba en una caseta firmando ejemplares de su novela “La escalera del agua”. Igualmente una amiga nos saludó y le dijo a mi mujer que se había alegrado mucho de ver su último libro sobre el Cister malagueño ya publicado.

Pero los que más disfrutaron fueron los pequeños, sobre todo mi hijo mayor, que devoraba con fruición los libros que se desparramaban por las mesitas de la ludoteca. Antonio Gómez Yebra dedicó un libro suyo a mi hija Victoria; y a Fernando le dedicó otro de varios autores en el que participa él con un maravilloso cuento que después leímos por la noche y que se llama “El loro de Robinsón”.

Sin embargo, justo después de despedirnos de Antonio, Fernando, usurpándole el carrito a su hermana, comenzó a leer con bastante soltura una aventura en forma de cómic de Bob Esponja.

Fue entonces cuando me acordé de mis padres, de una mañana de un verano ya antiguo donde en ese mismo sitio, en la Feria del Libro del Parque de Málaga, me compraron un ejemplar de “Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros” de John Steinbeck. A pesar de que ellos no leían nunca, disfrutaban viendo disfrutar a su hijo.

Vuelvo a buscar este libro en mi biblioteca, lo saboreo con mis dedos, con mi nariz: en su primera página, con una letra infantil que ya no reconozco, está mi nombre, mi firma, el año 1983 y el precio, 975 pesetas.

La otra tarde, un paseo especial me llevó a otro igual de especial que se sigue rumiando en una memoria emocionada y agradecida.

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DOLOR

19 de Junio del 2010 a las 7:48 Escrito por Jaime Aguilera

David Julius, Linda Watkins y el israelí Baruch Minke, tres referentes internacionales en el campo de la Neurobiología, se alzaron ayer con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación 2010

A estas tres auténticas eminencias –y no a Belén Esteban, manos mal- le han dado este prestigioso premio por las aportaciones que cada uno de ellos han realizado en la comprensión del dolor y otras sensaciones como el frío o el calor. Sus trabajos investigan los receptores, canales y mecanismos moleculares que regulan esta sensación. Pero, sobre todo, abren una puerta esperanzadora al desarrollo de una nueva generación de medicamentos más eficaces para combatir el dolor cuando se convierte en un problema crónico, uno de los retos de la medicina.

Siempre se dice que tememos más al dolor que a la muerte. Porque el dolor ha existido siempre, incluso autores tan admirados por mí como C. S. Lewis vincula el dolor, desde un punto de vista religioso o metafísico, como una llamada de lo divino para recalcarnos que estamos vivos, que seguimos vivos porque reimos…, y lloramos. No en vano el dolor, la mayoría de las veces, es un síntoma que utiliza nuestro cuerpo para avisarnos de que algo va mal.

La cuestión es que en estos tiempos tecnológicos donde se denosta la Filosofía y se enaltece la Ciencia, solemos caer en un grave riesgo, porque la Ciencia sin Filosofía es un potente caballo desbocado: una energía nuclear que no da luz, sino que produce bombas atómicas.

Y lo que me hace pensar este Premio Príncipe de Asturias, y que requiere mucho más que esta simple cuartilla, es que está estupendo que desaparezca el sufrimiento por definición –el dolor- de nuestras vidas, pero que puede ser peor “el remedio que la enfermedad” si comenzamos a dar por hecho que el dolor ya no existe; si dejamos de valorar que ya no tenemos dolor.

Insisto, no quiero que estos señores dejen de investigar. Sólo quiero que sus pacientes, antes de que desaparezca el dolor, tengan “Un mundo feliz” de Huxley como lectura obligatoria en lugar de las advertencias de la anestesia.

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SION

7 de Junio del 2010 a las 9:55 Escrito por Jaime Aguilera

“Junto a los ríos, en Babilonia, allí nos sentábamos, y llorábamos al acordarnos de Sion”

Así reza el salmo 137, y menuda les ha caído a más de uno desde que hace miles de años estuvo cautivo el pueblo judío en Babilonia, como también lo estuvo en Egipto o en tantos otros sitios.

Bien es verdad que los judíos las han pasado canutas con la llamada Diáspora, que tiene un buen exponente en la expulsión de nuestro país de los llamados sefardíes por parte de los Reyes Católicos. Bien es verdad que lo del Holocausto no tiene nombre, por mucho que algunos iluminados todavía a estas alturas intenten minimizarlo.

Incluso es verdad que hay integristas musulmanes dispuestos a colocarse un fajo de bombas en la barriga con tal de cepillarse unos cuantos judíos, y eso tampoco tiene nombre.

Pero como dije al principio, menuda les ha caído más de uno. Porque desde que, después de la Segunda Guerra Mundial, Naciones Unidas crea un doble estado palestino-israelí, los judíos no han parado de cachondearse de infinidad de resoluciones de la ONU que, insisto, siempre han partido la realidad de dos estados. Todo ello con la connivencia de un Estados Unidos, que también siempre ha impuesto su sacrosanto derecho de veto.

Lo último ha sido cachondearse igualmente del derecho internacional marítimo, asesinando a una decena de personas “desarmadas” en un barco con pabellón turco en aguas internacionales. Lo dicho, les da igual Naciones Unidas, les da igual las normas internacionales: entran a saco y pegando tiros. Por más vueltas que le doy, no me explico como la comunidad internacional tragará por enésima vez este sapo con la kipá en su viscosa cabeza.

Cuando era pequeño decíamos, no seas tan malo como los judíos, que mataron y le escupieron al Señor. A ver si va a resultar que va a ser verdad que son malos, malos.

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TORO CLON

26 de Mayo del 2010 a las 9:50 Escrito por Jaime Aguilera

Desde que en 1997 científicos escoceses clonaron a la oveja Dolly, la técnica ha evolucionado enormemente, después han venido caballos de carreras, toros de rodeo, dromedarios, gatos y perros clonados.

Ahora acaba de nacer el primer toro de lidia clonado. Le han puesto “Got” porque su padre se llama “Vasito”, y es así como se dice “vaso” en valenciano; aunque a mí me recuerda más a como se dice “Dios” en inglés; porque, en definitiva, es a eso a los que estamos jugando: a ser dioses que hacen prescindible el ADN de la madre e insertan el material genético del padre, de Vasito, en una vientre bovino de prestado.

En este caso la madre de alquiler ha sido una vaca lechera de Palencia, que desde luego, como dice la canción, ahora sí que podemos decir que no es una vaca cualquiera. El problema es que se pierde la tradición de poner al toro de lidia el nombre de la madre. Así, Vasito era hijo de “Vasita” y de un semental, pero Got es sólo hijo de Vasito, y todavía no se sabe muy bien qué se pondrá en la casilla de “madre” en correspondiente libro oficial de las reses bravas que hay en el Ministerio del Interior.

Todo sea porque no se pierda la fiesta. Y es que el peligro de extinción del arte de Cúchares no está en los llamados antitaurinos: todo lo contrario, son estos últimos los que avivan las ascuas de un debate que revitaliza una fiesta que hasta ese momento languidecía entre cuatro aficionados incondicionales. Los verdaderos asesinos de la fiesta, o más bien de la esencia de la fiesta en cuanto a su pureza y a su belleza, no son otros que los matadores que imponen astados cada vez menos fieros, menos bravos; y es también un público que lo consiente todo porque, la mayoría de las veces, está más fijándose más en el “trapo” de la Duquesa de Alba que el “trapío” del quinto de la tarde.

Ojalá Got mantenga el pabellón tan alto que dejó su padre-madre –al menos eso es lo que se espera de un pabellón clonado-; porque de no ser así, y como los propios aficionados no pongamos remedio, el próximo toro clonado será “ese toro enamorado de la Luna”, porque estará destinado tan sólo a los cuatro “lunáticos” que siguen pendientes de la fuerza con la que va a entrar al caballo en el tercio de varas.

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THE LONG ROOM

19 de Mayo del 2010 a las 9:55 Escrito por Jaime Aguilera

Hace algún tiempo me regalaron el libro “Mil lugares que visitar en el mundo antes que morir”. Naturalmente, para visitar el millar de sitios hay que tener una buena cartera…, tan abultada que permita alojarse en los hoteles más caros y comer en los restaurantes más exclusivos, amén de tener un odioso espíritu japonés a la hora de ir tachando una lista subjetiva confeccionada por un norteamericano rico y trotamundos.

En el caso de Dublín aparece reseñado el llamado libro de Kells. No digo yo que no sea una maravilla visitar el Trinity College, no digo yo que no merezca la pena ver la decoración amanuense de este manuscrito medieval…

Pero si me tengo que quedar con algo del Trinity yo me quedo con su antigua biblioteca. La única pega es que se ve que muchos piensan como yo, y no se puede casi ni andar por culpa de los turistas que merodean –que merodeamos- por esta sala.

Un cuarto de millón de libros de más quinientos años me contemplan. Un olor a papel viejo y a madera bruñida me abraza con hospitalidad silenciosa. Ejemplares y pergaminos que han sido vistos, tocados y olidos por reyes y rebeldes de la accidentada historia de Irlanda; que han sido saboreados por escritores y científicos, por estudiantes y por curiosos.

Tantas palabras impresas, y tanta sabiduría callada, hacen que se desprenda de mí un sentimiento ambivalente y agridulce: por un lado, la sensación de impotencia por no poder destilar tantas páginas que esperan pacientes los dedos de tu mano; por otro, la sensación de ignorancia supina de lo poco que uno ha leído, de lo ralo de nuestro aprendizaje vitalicio.

Me resisto a ser un turista más que atraviesa el pasillo central de la “Long Room”; me resisto a ser un turista más que se limita a ver el arpa más antigua de Irlanda, el que aparece en las monedas de euro. Y como no esta permitido coger libros, no se me ocurre otra cosa que sentarme en una esquina y sacar mi viejo ejemplar de “Dublineses”. Es ese rincón barnizado de madera antigua y códice, en ese rincón protegido por tan imponente bóveda bibliófila, donde comienzo a leer el melancólico cuento “Un triste caso”.

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“FISH AND CHIPS” EN DUBLÍN

12 de Mayo del 2010 a las 10:09 Escrito por Jaime Aguilera

Se está haciendo de noche en el barrio dublinés del Temple Bar. Las calles comienzan a llenarse de gente: gente con ganas de fiesta, o simplemente –como yo- con ganas de convertirse en el mirón curioso y anónimo de los más atractivos monumentos de las ciudades: las personas que la habitan.

Me decido por pedir un “fish and chips” al estilo tradicional y tomármelo en plena calle. Me acuerdo de mi tío Pepe, que siempre me dice que qué buenas están las patatas, y que si tuvieran el precio de los langostinos todavía sería más apreciado su sabor deliciosamente suave y almidonado.

Dos de los muchos músicos que tocan en plena calle han decidido hacer una alianza. Un pacto, más de alcohol que de sangre, que los hace gritar y bailar estrambóticamente al unísono.

Lo que acabo de darme cuenta es lo bien que saben andar las mujeres españolas cuando llevan tacón alto: o por lo menos, en comparación odiosa con las irlandesas, auténticas muñecas horteras pelirrojas de porcelana que a duras penas se mantienen en pie, y parece que de un momento a otro caerán sobre el asfalto convertidas en mil pedazos.

Las patatas fritas están buenísimas, pero el pescado no se queda atrás.

Unos cuantos alemanes se quedan mirando a varias irlandesas que van disfrazadas en lo que supongo que será una despedida de soltera. Un español pasa hablando por el móvil.

Comienza a llover y me obliga a refugiarme en una marquesina. Hace más frío, pero eso le da igual a un matrimonio ya mayor que, en manga corta los dos, me preguntan en inglés –convencidos de que soy del barrio- que dónde está el local con mejor música.

Los taxistas con el volante a la derecha van haciendo una cola en la noche ya cerrada. Una rumana recoge su acordeón y se marcha a casa.

Un vagabundo, cuando me ve comiendo en un escalón, me envía un saludo cómplice mientras una mujer con velo musulmán pasa apresurada.

Después de uno de los mejores “fish and chips” de mi vida, me tomo una chocolatina de postre. Y ante la mirada de un grupo de catalanes que me observan como otro monumento más de la calle, enciendo mi pipa, con pausa, con fruición.

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DUBLÍN

4 de Mayo del 2010 a las 19:23 Escrito por Jaime Aguilera

Tenía una deuda pendiente con Dublín; o más bien Dublín conmigo: después de leer los cuentos de Joyce –Dublineses-, y de ver repetidas veces la magistral película de Houston con el mismo título, era cuestión de tiempo que la deuda quedara saldada. Y para que haya constancia del pago de la deuda lo primero que he hecho es dirigirme a la estatua del abogado O`Connell: para que ejerza como mi notario al igual que ya lo hizo con los personajes de Gabriel y Gretta camino de su hotel, en una noche de Epifanía en un Dublín donde no paraba de nevar.

Desde el propio aeropuerto de Málaga la gente se dirige a mí como si fuera irlandés: mi cara y mi ropa así lo hacen sospechar. Pero es que además, si existe la reencarnación, no cabe duda de que en otra época viví en esta isla siempre verde: porque hay algo inexplicable que me une a ella con devoción; a la música y poesía de su lira; al trébol de tres hojas de San Patricio.

Dublín me recuerda a Londres y a Boston, con sus casas georgianas de ladrillo visto y de puertas de vivos colores. Me recuerda a Tallin, con la lucha por su independencia presente en calles y monumentos. El barrio de moda dublinés del Temple Bar me recuerda a la Little Italy de Nueva York, o al Barrio Latino de París.

Y, sobre todo, la forma de ser de su gente me recuerda a España, o por lo menos, a la España verde de algunos sitios de Galicia o Asturias. Una moral católica cínicamente barnizada con música y alcohol. Una vida convertida en juego y apuesta como metáfora de una diversión de a vivir que son dos días, y, para mayor complicación, una pizca de sal de nostalgia. Todo ello hace que Dublín sea más parecida a una ciudad española que cualquiera de Portugal o Italia, por buscar referencias supuestamente cercanas.

Sea como sea, en el mero de hacer comparaciones odiosas con tu tierra estriba uno de los argumentos más válidos para un viajero, incluso para un turista. Porque si estás lejos, esa lejanía te permite reencontrarte con su propio paisaje y, lo que a veces es más difícil, con tu propio paisanaje. Es más, te permite reencontrarte, sólo en ciertas ocasiones, con tu propio paisaje interior.

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EXCOMUNIÓN

26 de Abril del 2010 a las 14:19 Escrito por Jaime Aguilera

En el umbral de la puerta que da acceso a la modesta biblioteca de mi casa hay una copia de la famosa cédula pontificia de la Universidad de Salamanca: “Hai excomunión reservada a Su Santidad contra cualesquiera personas, que quitaren, distraxeren, o de otro cualquier modo enagenaren algún libro, pergamino, o papel de esta Bibliotheca, sin que puedan ser absueltas hasta que esta esté perfectamente reintegrada”.

Los obispos españoles han aplicado el castigo “severo” de la excomunión para todos los políticos que hayan votado a favor de la nueva Ley del aborto. Bueno, mejor dicho, no se reservan el derecho a sancionar con la excomunión, ni para ellos, ni para Su Santidad: sencillamente los políticos se “autoexcomulgan” ellos solitos al ratificar este texto legal. Otra cosa, claro está, es el Rey, que el pobre se ve obligado a sancionar esta Ley y ya se verá si se autoexcomulga o no.

Creo que ya lo he dicho en más de una ocasión: el sueño de la razón produce monstruos, y monstruitos es lo que están saliendo a una Iglesia Católica que sale por peteneras la mayoría de las veces. Ojo, las ideas sobre el aborto son muy respetables: no me refiero e eso, me refiero a unas amenazas con excomunión que son extemporáneas, y que además no se mencionan, por ejemplo, para los propios pederastas que hay en la propia organización. Incluso algún obispo ha “justificado” estos casos de pederastia en el ambiente sexualmente procaz que se respira.

Porque, en el sexo, los desahogos son peligrosos. Pero da igual, se seguirán “tapando” los desahogos de unos pocos defendiendo al mismo tiempo el celibato de todos con desahogo onanista. Se seguirá defendiendo la “honestidad” del llamado método ogino y la potencial excomunión del que se ponga un preservativo –da igual SIDA, da igual todo-, de ahí que muchos integristas sigan esperando los días clave para “desahogarse” dentro del canon.

Sea como sea, y lo peor para la Santa Madre Iglesia, es que a muchos, ya desde Enrique VIII de Inglaterra, le importa un pimiento la excomunión. Un pimiento con condón, o sin condón.

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LA GRAN VÍA

19 de Abril del 2010 a las 12:03 Escrito por Jaime Aguilera

Pasear por la Gran Vía de Madrid.

Pasear, detenerse, pasear. Pasear por la Gran Vía de Madrid en una mañana de domingo primaveral, cambiante y fresca.

Pasear por una Gran Vía abierta al público veinticuatro horas y sin reserva alguna de derecho de admisión: abierta para el africano de Radio Futura; abierta para los que siguen instalados en el fantasma de la “movida madrileña”; abierta para los limpiabotas; abierta para los solitarios; abierta para los turistas japoneses; abierta para los bohemios; abierta para funcionarios de Nuevos Ministerios; abierta a señores mayores con bigote franquista; abierta a los Ministros de Economía de la Unión Europea, que acaban de pasar escoltados por motoristas y sirenas…

Pasear, detenerse, pasear. Sentado frente al edificio de la Telefónica, como el Santiago Biralbo de “El invierno en Lisboa”, espero a mi Lucrecia. Porque todos en la Gran Vía buscamos o esperamos algo: el amor perdido, el amor urgente, el amor encontrado. Buscamos, y seguimos buscando, como si fuéramos un Sisífo rodeado de taxis, de gente andando, de coches, de autobuses…

Pasear, detenerse, pasear. Sigo caminando en dirección a la calle Alcalá y llego justo enfrente de donde Antonio López retrató magistralmente esta entrada de la Gran Vía. Una Gran Vía que está de cumpleaños: cien años de soledad, cien años de esperanzas y desilusiones. Cien años en los que la Gran Vía ha sido testigo de excepción de la historia de nuestro país, y testigo especial de parte de la historia de mi educación sentimental.

Comienza a llover, caen gotas sobre el Capitol, sobre el Palacio de la Prensa, sobre la Teléfonica, sobre el Metrópolis… Caen gotas sobre esta vía grande en la que muchos hicieron, y muchos otros seguiremos haciendo mientras podamos, parada, e incluso fonda.

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JANE BOWLES

13 de Abril del 2010 a las 9:35 Escrito por Jaime Aguilera

Me enamoré de ella cuando ya estaba muerta. Aunque, mejor dicho, no me enamoré de ella exactamente sino de su personaje. Incluso podría decir que fue un doble enamoramiento: fue viendo “El cielo protector” de Bertolucci, fue viendo esa película donde me enamoré de la actriz –Debra Winger- y del personaje –un trasunto de la escritora Jane Bowles.

Me enamoré de su pelo corto y de su boina. Más tarde vi la primera foto de la Jane Bowles de carne y hueso: en unos rocas, junto a un mar que quiero pensar que es el Mediterráneo, junto a su marido Paul Bowles. Volví a enamorarme de su cuello, real no de ficción, rasurado, y de su mirada ausente y hospitalaria, vital y angustiada.

Busqué más películas de la Winger, y me llevé la sorpresa de que era la misma actriz de “Oficial y caballero”-se ve que la miraba con otros ojos-. Y sobre todo, gracias a esa búsqueda originada por “El cielo protector”, descubrí la colosal y entrañable “Tierras de penumbra”.

Busqué la biografía de Jane Bowles y, claro está, me enamoré todavía más de un personaje bohemio y contradictorio. Descubrí que había muerto en la ciudad donde vivo, en Málaga, y ello, además de hacerme enamorar más de ella –supongo que por cercanía-, me llevó a buscar su tumba en un cementerio equivocado: el de San Rafael.

Y ha sido la Málaga que la vio morir la que le está rindiendo un merecido homenaje en forma de recitales, visitas a su tumba, proyecciones de películas y una exposición –”El mundo de los Bowles”- donde hay fotografías que recrean los años maravillosos de un Tánger cosmopolita y seductor.

He ido a ver la exposición y he vuelto a ver la foto donde está Jane con un loro y con un gato, o la otra donde está con su marido y con Truman Capote.

Pero no he querido ver otras fotos, porque he vislumbrado decrepitud y tristeza, soledad y locura. Incluso me estoy planteando si leer alguna novela suya o no.

Porque hace ya algún tiempo que me enamoré de un personaje, de una mujer que nació en Nueva York, vivió en Suiza y en Tánger, y murió en Málaga: y he decidido que la cruda realidad no me va a estropear el idilio que me he montado yo solito.

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