23 de Diciembre del 2008 a las 14:01 Escrito por Jaime Aguilera
La otra tarde, viendo al Málaga en La Rosaleda, y aburriéndome con el pésimo juego que se podía ver sobre el césped, me preguntaba cómo puede atraer a millones de personas en el mundo el llamado “sillón-ball”. Deporte que en sentido estricto se practica sentado en casa frente al televisor, pero que se puede hacer extensivo a otro tipo de sentaderos en cualquier bar, y a todo tipo de asientos al aire libre en cualquier estadio.
Siempre me ha llamado la atención lo largo que puede resultar a ser un partido de beísbol, y lo aburrido que resulta la mayor parte del tiempo. Y sin embargo, para muchos norteamericanos es todo un ritual pertrecharse de cervezas, ponerse una gorra y no levantarse en horas ni para ir al lavabo.
Y no digamos los miembros más rancios de la pérfida Albión. Vestidos de indumentaria clásica, blanca y con ese aire irresistiblemente decadente, pueden estar, no horas, sino días enteros jugando a un soporífero juego al que llaman cricket.
En España, mezclamos nuestra tradición taurina más antigua con otra futbolística importada a través de los ingleses que llegaron a Huelva. En los dos sitios, en la plaza de toros o en el estadio, las horas se pasan plácidamente sin tener que hacer nada, solo mirar, vocear al árbitro o al picador y comer pipas.
Y es que se ve que no en vano los romanos ya hablaban de tener contentos al personal con el pan y circo. Teniendo el estómago concreto, el siguiente estadio de la naturaleza humana es no sudar más la frente, porque el pan ya está ganado, y sentarse a ver cómo devoran los leones a los mártires cristianos.
Algunos se empeñan en defender la exaltación del trabajo, otros integristas católicos –que también los hay- hablan de la “santificación” a través del trabajo. Sin embargo, en la mayoría de los casos (hay excepciones) el personal lo que quiere, desde los romanos, es comer santificadamente como un obispo y sentarse no exaltadamente a ver el fútbol como un marqués.
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23 de Diciembre del 2008 a las 14:00 Escrito por Jaime Aguilera
El presidente Bush se está despidiendo dentro de la tónica antipática y excluyente que han sido sus ocho años de presidencia.
Ante el deseo de la familia Obama de instalarse en las habitaciones de invitados de La Casa Blanca, por aquello de que sus hijas se incorporen al nuevo cole después de las vacaciones de Navidad, la respuesta de los Bush ha sido que ya tienen otros invitados. Mal detalle anteponer al argumento educativo de los de Chicago un argumento de protocolo poco creíble y poco justificado.
Pero qué podemos esperar de quien prefiere que en las escuelas enseñen que venimos de Adán y Eva, y que se olviden de un señor que se llamaba Darwin. Qué podemos esperar de quién se ha pasado por el forro de sus pantalones a las Naciones Unidas y ha invadido un país en busca de armas de destrucción masiva que, al menos, eso sí, hace unos días, han aparecido. Lo han hecho en forma de zapato volador, y no ha sido un gato sino un periodista con botas quien, en una rueda de prensa le lanzó lo dos artefactos al presidente norteamericano.
Hay que reconocer que el tejano, otra cosa no, pero reflejos sí que tiene para esquivar los golpes: rápidamente quitó la cara y evitó el impacto. Sin embargo, no va a poder evitar el otro impacto que la historia le tiene preparado: ser uno de los peores inquilinos de la casa que se niega a ofrecer a su sucesor antes de hora.
No es la primera vez que se usa el calzado contra los Estados Unidos. En 1960, el presidente soviético Nikita Kruschev se quitó los zapatos y los golpeó sobre la mesa de la Asamblea de la ONU: era su forma de pedir la palabra para protestar contra el hambre militarista yanqui.
En fin, qué le vamos a hacer. Ahora que España y Estados Unidos querían ser otra vez amiguitos, dicen que el presidente saliente le ha vuelto a tomar manía a los “zapateros”.
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12 de Diciembre del 2008 a las 14:46 Escrito por Jaime Aguilera
Seis de la tarde, 9 de diciembre. Mi hijo, después de una siesta sin pijama, sin padrenuestro y, sobre todo, sin orinal, se despierta y descubre la mancha delatora en sus pantalones. Con mirada suplicante y avergonzada, confiesa: papá, pipí.
Seis de la tarde, 9 de diciembre. El etarra Aitzol Iriondo, considerado el jefe de acción directa de ETA tras el arresto de ‘Txeroki’, considerado también más cruel que éste con nombre de indio salvaje, es interceptado por la policía francesa. El “gudari” sin temor, el valiente soldado que lucha por la libertad de Euskal Herría, hace el amago de sacar la pistola que lleva en el cinturón, rápidamente un gendarme francés le encañona. Es ese momento, el nuevo gran jefe de la tribu deETA no dice “papá, pipí”; pero sí se orina en los pantalones.
Al indefenso concejal socialista de Lasarte, Froilán Elespe, ni siquiera le dio tiempo a mearse patas abajo cuando este mismo chicarrón del norte, Aitzol para los amigos, le pegó un tiro por la espalda. Y seguramente después se pavoneó delante de sus compis de filas de los cojones que tenía. Los mismos cojones que le echó, aunque esto todavía hay que demostrarlo, cuando acribilló, por la espalda también, como no, a los dos jóvenes guardias civiles, Raúl Centeno y Pedro Trapero, que estaban en Capbreton.
A este sujeto, señor Iriondo para los que no somos sus amigos pero no vamos a matarlo, nadie lo iba asesinar por la espalda, nadie lo iba a secuestrar 48 horas para matarlo después como un perro, nadie le iba a poner un coche-bomba. El gendarme francés que lo encañonó, a continuación le leyó sus derechos y con el tiempo se le hará un juicio justo que determinará el castigo merecido. Y sin embargo, y sin que tenga que temer por su vida, se orinó en los pantalones.
La próxima vez que mi hijo muestre su incontinencia de orina le diré: no te preocupes, muchacho, que hasta a gente mucho más mayor que tú, e igual de valiente, le pasa lo mismo.
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5 de Diciembre del 2008 a las 10:17 Escrito por Jaime Aguilera
El multimillonario ruso y presidente del club de fútbol británico Chelsea, Roman Abramovich, ha regalado a su novia 40 hectáreas en la Luna. Al parecer, el detallito ha sido una compensación por el retraso de la boda por culpa de la crisis financiera internacional.
Imaginen por un momento la escena. Noche en los jardines de Moscú con la Luna llena al fondo. Abramovich, vestido de una mezcla de Tenorio con Miguel Strogoff, de rodillas ante Dasha Zhukova, exmodelo de 27 años, vestida de una mezcla de Inés resabiada y Anna Karenina:
- No es verdad, ángel de amor, que teníamos pensado casar/ más por culpa de la crisis y demás, tendremos que retrasarlo, muy a mi pesar.
- Ni puñetera gracia me haceís, señor, y no sé como tendréis que compensar.
- Pedidme lo que queráis, pedidme hasta la Luna, sin dudar.
Dicho y hecho: no toda, porque ya hay algunos como Jimmy Carter, John Travolta o Tom Cruise que se han adelantado, pero si al menos una parcelita de 60 fanegas en el Hemisferio Sur. Eso sí, como todavía no se puede ni plantar ni edificar, esta señorita se debe conformar, como los buenos terratenientes, con disfrutar de la visión de sus posesiones a golpe de telescopio y, como no, dejarla en herencia para los vástagos que nazcan del futuro y aplazado matrimonio.
De nuevo nos encontramos con una iniciativa curiosa de la organización de “The Lunar Embassy”, que pretende así recaudar fondos para investigaciones sobre el único satélite natural que tenemos, porque de los otros cada vez tenemos más.
En definitiva, de todo hay en la viña del Señor: millonarios que están en la Luna; millonarios lunáticos; millonarios que quieren ser los primeros turistas en visitar la Luna; millonarios que, como hombres-lobo que son, sólo salen con la Luna llena y otros, como Ibramovich, que además de lo anterior, extienden sus dominios comprando parte de ella. Los demás, como el toro de la canción, seguiremos únicamente mirando enamorados.
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1 de Diciembre del 2008 a las 11:50 Escrito por Jaime Aguilera
La semana pasada hablaba de discos, libros, películas y ciudades que forman parte de ti mismo. Se me olvidó añadir a esta lista de sacramentos espirituales a aquellos caminos que, por diversas circunstancias, se han instalado en su propio itinerario espiritual.
Decía Machado que no hay camino, que se hace camino al andar. Pero se refería a la travesía siempre nueva e ignota de nuestra propia existencia. Yo me refiero a caminos paisajísticos y sentimentales que se van incrustando en tu memoria de pasado y en tu ilusión futurible.
Uno de estos senderos interiorizados es la carretera que va de Málaga a Almería, o de Almería a Málaga, como se prefiera. Especialmente el tramo entre Nerja y Adra. Ante tus ojos se abren y se cierran una sucesión de acantilados, que juegan al escondite con un Mediterráneo que a veces parece más Cantábrico que Mare Nostrum, que unas veces se muestra tranquilo y hospitalario, y otras tantas rizado y enervado entre calas pequeñas y recónditas. Con los tramos nuevos de autovía, la rapidez y la comodidad tiene como contrapartida que puedes deleitarte menos con este trozo de costa más irlandesa que latina; pero, aun así, no deja de tener su encanto.
Las torres vigía, que en su día servían de defensa de unos piratas berberiscos que ahora se han vuelto somalíes, se convierten en peones de un tablero de ajedrez irregulares, con cuadros ocres y desérticos que hacen de casillas blancas, y cuadros verdes y coníferos que hacen de casillas negras; incluso si hace frío se puede divisar a la reina blanca de la partida: una Sierra Nevada que se asoma detrás de Motril.
Es una carretera que pierde su atractivo cuando llega precisamente a la gran obra humana que, junto a la Gran Muralla China, es la única visible desde un satélite espacial: los invernaderos de El Ejido.
De todas formas, durante el camino, sobre todo si es el amanecer o el atardecer, la belleza del escenario te transporte a latitudes más norteñas o californianas. También me viene a la memoria los miles de malagueños que hicieran que se bautizara como la carretera de “la espantá”, huyendo del asesinato ignominioso e instalándose en el hambre y en la propia muerte atroz: lo recuerdo conduciendo confortablemente en mi coche.
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