SERRAT
22 de Julio del 2009 a las 13:20 Escrito por Jaime Aguilera
Ayer escuché a Serrat en la Cueva de Nerja, un sitio que, como bien dijo el artista al hilo de una canción, nunca ha necesitado una mano de pintura en su techo y, añado yo, tiene el mejor y menos costoso aire acondicionado de todos los teatros que conozco.
Los técnicos de luz estaban a sus anchas, jugando a un escondite de colores con estalactitas y estalagmitas; los técnicos de sonido, por el contrario, no le sacaron todo el provecho a una enorme caja de resonancia que la madre Naturaleza ha tardado milenios en construir.
Pero daba igual, porque el artista catalán juega con la enorme ventaja de tener conquistado el corazón de su auditorio de antemano. Además, el formato íntimo de tener a su amigo el pianista Ricard Miralles como único acompañante, favorecía la complicidad entre “el Nano” y un público incondicional: de ahí que se agradecieran los saludos y comentarios espontáneos de Joan Manuel, mucho más que unas disgresiones ensayadas mas propias del Club de la Comedia.
Sonaron las canciones que muchos queríamos que sonaran: algunos con categoría de himno patrio y transgeneracional como “Mediterráneo”; otras en magistrales versiones como “Penélope”, musicada con un piano que parecía sacado de “Love story” y una guitarra con un delicado lamento de bossa nova.
Serrat ha sido, por encima del cantautor contestatario que se negó al “la, la, la” por no poder hacerlo en catalán, el embajador musical de las pasiones corrientes de la gente común y corriente, de la gente que sufre y disfruta con sus hijos, de la gente que se enamora y se desenamora de otra gente común y corriente.
La honestidad melancólica y humilde de Machado fue abducida por este catalán universal y traducida a pentagramas modestamente inolvidables.
Por eso, hubo momentos ayer en los que me recordé a mi mismo en un cuartito junto a un cinta negra de casete, en un parque londinense junto a una pinta de cerveza, o en un piso de estudiantes madrileño junto a una desdentada guitarra. Pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas y que, gracias a Serrat, todavía no las ha matado el tiempo y la ausencia.
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