LA REDENCIÓN DE CARDEÑOSA
24 de Junio del 2010 a las 12:48 Escrito por Jaime Aguilera
Las cosas que se ven en Internet. A alguien se le ha ocurrido –espero que no al propio interesado- que Cardeñosa, el otrora mítico jugador del Betis que falló un gol a puerta vacía en el mundial de Argentina 78, redima su culpa y contamine con su gafe a la selección brasileña. De ahí que Cardeñosa –Julio, para los amigos- se haya trasladado al país carioca y, con camiseta “canarinha” en ristre, se dedica a deambular contaminando con su gafe a los futbolistas semidioses descendientes de Pelé.
Justamente ese es mi primer recuerdo de un mundial: en casa de mi primo Jesús, frente a un televisor todavía en blanco y negro, Cardeñosa fallaba un gol que estaba cantado y nos mandaba de vuelta a la madre patria, o más bien, por aquello de que era un destierro deseado por muchos sudamericanos, a la madrastra patria.
Después vendría el mundial de España, el de Naranjito, que me devoré partido a partido con una pierna rota precisamente por jugar al fútbol.
Casi lloré, lo mismo que casi lloré cuando Eloy falló el penalti en el mundial de México que de nuevo nos devolvió a la madrastra. O cuando a Arconada se le coló el balón lanzado por una “grandeur” francesa tristemente encarnada en el engreído Michel Platini. O cuando un Luis Enrique sangraba por la nariz de todos los españoles que rabiábamos de impotencia ante una Italia fullera y mafiosa.
La mala suerte es que todo en la vida, o al menos ese es mi caso, tiene su época. Y hubo una época, una época sin títulos, en que los partidos de la selección española en un mundial o en una eurocopa los vivía como si –valga la redundancia- la vida me fuera en ello.
Pero aquello pasó, y aunque evidentemente me alegré mucho cuando ganamos la eurocopa de Austria, ya para entonces, y creo que por desgracia, había pasado la edad donde el fútbol en una final de ajedrez vital sobre un tablero verde decoración.
Ojalá nos vaya bien en este mundial, no tanto por mi, sino porque por desgracia el país necesita una alegría, aunque sea como Caperucita: más bien una ilusión y vestida de roja.
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