LA DEUDA

28 de Septiembre del 2011 a las 12:45 Escrito por Jaime Aguilera

El acudir al estreno de la película “La deuda” me sirvió para corroborar tres certezas o, mejor dicho, para tener en cuenta antes de sentarse en la butaca tres precauciones:

Primera. Hay que tened cuidado con las sinopsis y con las críticas. Os recomiendo que si queréis ir a verla –desde aquí la recomiendo- no leáis ninguna de ellas. Todas las que he leído –sin excepción- hacen mención a un giro del guión que no es necesario explicitar para saber de qué va la película, pero que sin embargo se empeñan en contarlo una y otra vez. Dicho de otro modo, si os enfrentáis a la película sin conocer este detalle, el desarrollo de la trama será más interesante.

Segunda. Desde mis tiempos arcanos y cinéfilos en los cines madrileños en versión original, muchas películas rozan el ridículo si son dobladas a un único idioma, el castellano, aun cuando los personajes transitan por varios escenarios con idiomas distintos en cada uno de ellos. Como la película me ha gustado, me gustaría volverla a ver en V.O.S: seguro que gana en belleza y credibilidad.

Tercera. Como siempre digo, para lo poco que te sirve haber visto mucho cine es para poder “verlas venir” y decidir con garantías de éxito el estreno que merece la pena. A pesar de esta criba inicial, el placer estriba precisamente en equivocarte por lo bajo. Mis expectativas con esta película no eran tantas: mi temor era enfrentarme con una “película de autor” de tiempo excesivamente lento, sin suspense… Todo lo contrario: el ritmo se acompasa perfectamente con una trama que mantiene la intriga en la dosis adecuada; los personajes –sobre todo sus miedos- son creíbles, auténticos, y a ello ayuda la puesta en escena, la fotografía, los planos, la música y el juego especular de los dos momentos históricos del guión.

En conclusión, hay dos parámetros ideales para medir si te ha gustado una película: que el culo no se ha movido de la butaca y que pocos días despúes no te importe volver a verla. “La deuda” supera estos dos exámenes infalibles.

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SEPTIEMBRE

2 de Septiembre del 2011 a las 14:13 Escrito por Jaime Aguilera

    El cielo se aborrega con nubes que se deslizan entre autopistas hasta hace un día intensamente azules. El aire ha perdido su categoría canicular y su tibieza se convierte en un mensaje, sin palabras, pero perfectamente reconocible: un brisa que te acaricia y que te anuncia, un año más, que algo está cambiando.

    Entretanto, y casi sin darte cuenta, un anticipo de terciopelo gris se cierne sobre nuestras cabezas. ¿Me ha caído una gota? Sí, parece que sí… Una, otra, dos más, tres, cuatro…

    Ya no sólo es una cuestión de tacto, la tormenta del verano ya tardío estalla en nuestra mirada, y su crepitar despierta unos oídos que habían desterrado involuntariamente la lluvia…

    Nos quitamos la ropa con voluntad decidida, con precipitación, con urgencia, como si de un ritual sagrado que no admite demora se tratara.

   Nos tiramos a una piscina donde chapotean los goterones: los cuatro…, bueno, los cinco, porque hasta el perro decide, minutos más tarde, unirse a este bautismo preotoñal por inmersión y por aspersión al mismo tiempo.

   Ya ha dejado de llover cuando salimos por la escalerilla con la ropa interior mojada.

    Los niños se preguntan por qué no ha salido el arco iris. No sé, contesto. Mientras mis ojos lo buscan infructuosamente en el horizonte, súbitamente mi olfato me lleva en volandas a la inocencia, la misma con la que tiritan mis hijos pidiendo las toallas: una inocencia que hibernó hace años pero que con un simple olor despierta, con rapidez, pero sin brusquedad.

    Es el primer día del mes y huele a tierra mojada.

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