MÁLAGA-GASTEIZ
10 de Octubre del 2011 a las 12:37 Escrito por Jaime Aguilera
http://www.diariosur.es/prensa/20111010/opinion/ciudades-20111010.html
Tenía ganas de comprobar in situ la ciudad española que las frías pero sintomáticas estadísticas califican como la que tiene mayor calidad de vida: Vitoria-Gasteiz. Los parámetros utilizados para llegar a esta conclusión son los indicadores de servicios públicos –sociales, educativos, sanitarios-; así como otros tan importante como las posibilidades de empleo o la oferta comercial y cultural. En todos ellos la capital vasca obtiene muy buena puntuación, pero hay uno en el que sobresale especialmente y que le hace merecedora de ser la capital verde europea de 2012: me refiero a la ratio de zonas verdes por habitante (21 metros cuadrados por habitantes frente a los 15 que recomienda la OMS o a los poco más de 6 que tiene Málaga).
La primera impresión al salir de la estación ferroviaria es decepcionante, las calles del ensanche vitoriano están más sucias que las de Málaga. Si los ciudadanos utilizan sus bolsillos como papeleras su presencia es prescindible, pero si hay todo tipo de envoltorios en las aceras de las calles el resultado es desalentador.
Afortunadamente la primera impresión se convierte en una excepción que confirma la regla: todos los contenedores de basura están soterrados, el color verde se convierte casi en una obsesión, con césped incluso entre los raíles del tranvía urbano. La mezcla entre la piedra antigua, el color verde ecológico y los neones modernos en el mobiliario urbano dotan a la ciudad de la imagen que se ha ganado de mezcla perfecta de tradición y de modernidad; pero, sobre todo, de ser una ciudad donde se puede vivir.
Ya es por la mañana, algunos padres y madres llevan a sus hijos al colegio en bicicleta, incluso me llama la atención que muchos pequeños van al cole en patinete. La tarde anterior muchos de ellos han participado en el festival internacional de juegos infantiles, porque en Vitoria casi todo el año tiene algún evento cultural de ámbito internacional, como el Azkena Rock Festival, que también acaba de empezar, y que llena las calles de ropas negras y tachuelas metálicas.
Cojo una bici de alquiler gratuito que me ofrece el Ayuntamiento, la de al lado la alquila alguien de origen magrebí que se ve que vive en la ciudad, y que no tiene dinero para comprarse una bici.
En Vitoria los carriles bici, que los hay y en abundancia, no son imprescindibles: sencillamente porque los miles de bicicletas que a todas horas hormiguean por la ciudad se cuelan por sus bulevares, por sus parques, por sus paseos, por sus calles peatonales. Es la propia fisonomía de la ciudad la que ha desplazado al coche.
Atravieso el Paseo de la Senda y el Parque del Prado. Llegó al final de la ciudad, a la iglesia románica de San Prudencio, y me adentro en uno de los parques del famoso cinturón verde de la ciudad: en el parque de Armentia, que no es otra cosa que un bosque maravilloso de quejigos y robles. Hace diez minutos estaba en el corazón de la ciudad y ahora estoy escuchando los sonidos del bosque en fuente Arana.
Hace poco decía Antonio Garrido en esta misma tribuna que el binomio cultura y turismo es determinante para el progreso y desarrollo de una ciudad. Pues bien si queremos un ciudad más culta, si queremos una ciudad más agradable para el turista que nos visita; si los malagueños de verdad queremos eso, debemos de plantearnos seriamente nuestros patrones de movilidad y de entorno urbano: o lo que es lo mismo, la manera en que vivimos y en que nos movemos.
En Vitoria hay árboles por todos lados, árboles centenarios que se plantaron hace mucho tiempo (la secuoya gigante junto al colegio de las ursulinas) y miles de árboles jóvenes (con la campaña “adopta un árbol y crece con él” los niños vitorianos plantan en primavera un plantón de árbol que han cuidado en sus casas desde diciembrese). Ellos, los vitorianos, se han dado cuenta de que una calle, hasta la más fea, se vuelve acogedora si es escoltada por una doble fila de plátanos de indias. Ellos, los vitorianos, que tienen muchas menos horas de sol que los malagueños, pueden disfrutar, como yo ahora mismo, de una mañana soleada con su luz tamizada por el verdor y el frescor que me ofrece la hilera de álamos que permanecen en posición de firmes delante de mis ojos.
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