FIESOLE
13 de Julio del 2012 a las 14:13 Escrito por Jaime Aguilera
FIESOLE
Comienzo el paseo en el Hotel Villa San Michele: un alojamiento de lujo sobre lo que era antiguo convento del siglo XV y cuya fachada se atribuye a Miguel Angel. Entiendo porque Patricia Schultz lo incluye en la lista de sus mil sitios que ver antes que morir: esta lista es una estupidez, porque cada uno, no Patricia, debe elegir los mil sitios que ver antes de que muera. Ahora bien, en este caso en particular, coincido con la autora del best-seller.
En las terrazas y en los jardines del hotel hay turistas, y supongo que algún viajero, pero en cuanto que me adentro en el bosque de Montececeri ya estoy solo. Voy ascendiendo entre cipreses, olivos, pinos, robles y olmos. Llego hasta un cueva que se hizo para extraer mármol, o por lo menos es algo que se le parece.
Avanzo en la subida y llego por fin hasta el un mirador, Florencia a mis pies y todo el valle del Arno. Incluso desde aquí se ve la Villa Schifanoia, donde llevo escribiendo más de un mes. Donde ahora mismo están mi mujer y mis hijos.
Salgo del monte convertido en parque boscoso y escarpado por la Via degli Scapellini. A mi izquierda no me abandona nunca la vista del valle, con la cúpula de Brunelleschi en el centro. Desde la madre, Fiesole, veo a la hija, Firenze.
Y sigo caminando hasta la Via Verdi. Hasta la casa donde en 1910 el famoso arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright se escapó, se exilió con su amante Mamah. Es una diminuta villa que sobre todo es un balcón a la Tocana. Así cuenta el propio arquitecto sus días en Fiésole:
“Paseábamos juntos, a lo largo de la calle que va hacia Firenze, todo el trayecto circundado por la luz del día, el panorama y las rosas. Recorríamos la misma antigua calle de noche, observando las sombras en el bosque iluminado por la luna… Emprendimos innumerables peregrinajes, para regresar a la puerta verde encajada en el muro blanqueado a la cal de la calle Verdi. Entrábamos, después de haber cerrado la puerta medieval sobre el mundo externo y encontrábamos el fuego de la chimenea encendido y la comida preparada, una oca, el vino dulce, la crema caramelo… Fueron largas excursiones para sentir esas dulces colinas, cada vez más altas, desde donde se veía el valle hacia Vallombrosa… Cansados, dormíamos en la pequeña cabaña de la altura y después regresábamos, largos kilómetros debajo del sol ardiente, en el polvo, por la antigua vía serpenteante; un antiguo sendero italiano. Tan plenamente romana.”
Y es que me doy cuenta que mientras cuatro viajeros románticos eran los que viajaban por Andalucía. Por la toscana ya son cientos, sobre todo ingleses y americanos los que viajan por estas colinas desde el siglo XVIII –en lo que llamaban el Grand Tour-. Es más ha sido un fenómeno reciente que los ingleses se vayan a vivir a un pueblo de Andalucía. Pero muchos de ellos ya se instalaron aquí en el XIX. Muchos de ellos –me comenta Giovanni cuando cenamos en su Villa Poggio Secco- fueron los que plantaron más cipreses en las colinas, porque lo consideraban el símbolo de la Toscana.
Llegó hasta la plaza de Fiésole, en la edicola puedo comprar El País de hoy. Desde allí tengo que bajar un buen trecho hasta donde he dejado la Panda. Llego ya algo cansado. Vuelvo a subir, ahora ya conduciendo, hasta un surtidor de gasolina que hay al lado de la plaza.
Desde allí voy hasta la plaza que hay en lo alto –otro mirador- y hasta el convento de San Francisco del siglo XIV. Aquí todo tiene varios siglos. El otro día nos perdimos hasta un castillo que no está en ninguna guía, estábamos solos, en un paraje perdido al lado del Arno. En el castello de Gualchiere del siglo XII –ya ha llovido un poco desde entonces- vivía alguien que había puesto su ropa a tender en una ventana.
Pero vuelvo al convento de San Francisco. Me impresiona el claustro, pero sobre todo las celdas diminutas que se conservan intactas después de tantos siglos. Son diminutas, con catres que parecen para enanos, con mesillas antiquísimas, con una pluma y papel.
Cama, mesa, pluma, papel y ventanuco que mira al valle. No se necesita más. Cuando consigo la traducción de las palabras de Albert Camus (Carnets, 1937), me alegra ver que no soy el único que lo ha pensado:“En el claustro de San Francisco, en Fiésole, un pequeño patio bordeado de arcadas, rebosante de flores rojas, de sol y de abejas amarillas y negras. En un rincón una regadera verde. Por todas partes moscas que zumban. Abrasado de calor, el pequeño jardín humea suavemente. Estoy sentado en el suelo y pienso en los franciscanos, cuyas celdas acabo de ver y cuyas inspiraciones veo también y siento efectivamente que, si ellos tienen razón, es conmigo con quien tienen razón. Tras el muro en que me apoyo, yo sé que está la colina que desciende hacia la ciudad y esa ofrenda de toda Florencia con sus cipreses, Pero este esplendor del mundo es como la justificación de estos hombres. (…) Hoy me siento liberado en relación con mi pasado y lo que he perdido. No quiero más que este recogimiento y este espacio cerrado – este lucido y paciente fervor. Y como el pan caliente que se amasa y se moldea, solo quiero tener mi vida entre las manos, semejante a estos hombres que han sabido encerrar su vida entre flores y columnas. Incluso como en esas largas noches de tren donde uno puede hablar consigo mismo y prepararse a vivir, uno solo frente a sí mismo, y esa admirable paciencia para rumiar ideas, detenerlas en su huida y después seguir avanzando. Chupar la vida como un caramelo, formarla, aguzarla. En fin, amarla, buscarla, como se busca la palabra, la imagen, la frase definitiva, aquella con que se concluye, con que se termina, aquella con la que partiremos y formará desde ese momento todo el color de nuestra mirada. Puedo, en efecto, detenerme aquí; encontrar la manera de ponerle fin a un año de vida desenfrenada y agotadora Mi esfuerzo quiere llevar hasta el final esta presencia de mi mismo en mí mismo: mantenerla ante todos los aspectos de mi vida – incluso al precio de la soledad, que ahora lo sé, es tan difícil de soportar. No ceder: eso es todo. No consentir, no traicionar. Cada vez que uno (que yo) cede a sus vanidades, cada vez que se piensa y se vive para “aparentar”, uno se traiciona.”
Miguel Angel, Lloyd Wright, Camus. El arte, la huida, la sencillez, la verdad.
Volveré a estas celdas con mi familia.
No se si volveré a escribir tantas líneas si letra más auténtica de nuestro castellano, la que no puedo escribir porque no la tiene este teclado italiano.
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