El ajedrez, una asignatura pendiente.
24 de Abril del 2013 a las 12:42 Escrito por Jaime Aguilera
Publicado en Diario Sur 24-04-2013
En los foros pedagógicos se describen más de veinte razones por las que cualquier niño debería aprender a jugar al ajedrez. No voy a detenerme en repasar uno por uno todos estos argumentos, pero sí al menos me gustaría resaltar los que considero más importantes; o al menos agruparlos en dos grupos a la hora de aportar añadidos a la formación integral de un menor: las que podríamos denominar ventajas cognitivas y lo que ahora se viene en llamar “educación en valores”.
Quizás las primeras, las cognitivas, son las más recurrentes. Si ahora mismo nos pusiéramos en calle Larios a preguntar los beneficios que puede tener para nuestros hijos que jueguen al ajedrez, habría muchos que hablarían de desarrollo de la capacidad intelectual y del pensamiento lógico. Y eso es cierto, y es muy importante: simplemente habría que reforzar esta idea con matices más loables, y menos conocidos. El ajedrez, a nivel puramente cognitivo, y de una forma divertida, no sólo desarrolla el razonamiento lógico: también mejora la memoria visual, el poder combinatorio, la velocidad de cálculo y la creatividad. Dicho de otro modo, el ajedrez no sólo “es bueno” para las matemáticas; es bueno “también” para algo tan crucial como el aprendizaje de los idiomas –sea o no el castellano-, la literatura o la geografía.
Y sobre todo es bueno, en una sociedad donde nuestros pequeños se ven abordados por infinidad de estímulos audiovisuales que los dispersan, para ahondar en el poder de la concentración. En el poder de la quietud. En el poder del silencio.
Casi no hace falta decir que todo lo anterior va a redundar en una coraza de autoconfianza para el jugador, en un mínimo de autoestima necesaria para crecer, para seguir aprendiendo de los errores y de los aciertos.
Pero lo que me gustaría destacar más si cabe, por ser el verdadera axioma de nuestra responsabilidad como formadores, es el uso del ajedrez para insuflar valores fundamentales. Los niños y las niñas no consideran el ajedrez una materia ardua y aburrida que tienen que aprender, los niños y niñas “juegan” al ajedrez: por eso es la jeringa idónea para inyectar, sin que apenas se den cuenta, toda una batería de principios que deberían guiar sus modelos de conducta. El ajedrez “educa” en tres vértices básicos de nuestro desarrollo como personas, un triángulo que, por desgracia, parece cada vez más olvidado en las aulas y, sobre todo, en la salita de estar. En primer lugar, el ajedrez educa en el esfuerzo, el ajedrez hace que el niño aprenda el valor de trabajar arduamente, concentrarse y empeñarse, que se de cuenta de que en la vida las cosas no vienen de la nada. En segundo lugar, el ajedrez educa en la igualdad. En este juego no hay sexos, no hay hombres y mujeres, no hay clases sociales, no hay ricos y pobres, ni siquiera hay discapacidades como un autismo ausente: solo un simple tablero y un contrincante al que hay que respetar por el mero hecho de sentarse enfrente. Por último, y quizás lo más importante, en tercer lugar, el ajedrez enseña algo tan obvio –pero tan olvidado hoy en día en todas las esferas- como que cada uno es responsable de sus propios actos; algo tan básico y tan esencial como el saber que si uno actúa debe aceptar las consecuencias; porque si uno mueve la dama a un sitio equivocado la perderemos, y habrá que aceptar la derrota con dignidad y aprender para la siguiente. Hoy en día, donde –desde las más altas jerarquías a las clases más humildes- todos nos creemos con derecho a todo y sin tener que responder por nada, el ajedrez enseña que sí importa lo que decidimos y sí tenemos que responder por sus resultados.
España ha sido cuna y origen del ajedrez tal y como hoy lo concebimos. Somos los creadores de la dama como pieza más poderosa. Solo por eso debería poder jugarse en cualquier plaza pública, como se puede hacer en cualquier rincón de la Europa civilizada. Sin embargo, como un ejemplo más de nuestra falta de civismo, podemos ver algunos tableros en mesas callejeras o en forma de mosaicos en el suelo de un paseo marítimo. Pero nunca nos podremos servir de unas piezas públicas para jugar, posiblemente porque nunca las hubo, o porque si las hubo alguien se las llevó, aunque solo fuera para abandonarlas después en cualquier sitio.
Pero al menos habría que empezar por nuestras escuelas. El parlamento español y el europeo están aprobando iniciativas en este sentido, al igual que comunidades autónomas como la canaria o la extremeña. En el colegio público Parque Clavero, gracias al Ampa Jacaranda, a la Federación Malagueña de Ajedrez, a la Junta de Andalucía y al Ayuntamiento de Málaga, lleva dos años funcionando una escuela municipal de ajedrez, con interesantes resultados.
Solo cabe una pregunta final: si las manualidades, la educación física, la religión o la música son asignaturas curriculares, por qué no el ajedrez.
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