LAS BICICLETAS NO SON PARA EL VERANO
14 de Abril del 2016 a las 17:50 Escrito por Jaime Aguilera
Publicado en Tribuna de Diario Sur el 7 de abril de 2016
http://www.diariosur.es/opinion/201604/07/bicicletas-para-verano-20160407004600-v.html
Me dirigía hacia el trabajo en bicicleta cuando me crucé con ellos. Seguramente acababan de desembarcar temprano, en alguno de los cruceros que llegaban todavía casi de noche, con las luces de colores azules encendidas, entrando lentamente por la bocana del puerto. Me llamó la atención que no pararan de tomar fotos en contra de la dirección que yo llevaba. Por eso giré la cabeza hacia lo que estaban fotografiando. Ahora lo entendía: en ese momento, a mis espaldas, amanecía sobre el horizonte de una mar antigua, comenzaba a emerger sobre las aguas saladas el círculo fulgurante de luz anaranjada. No había duda, era todo un espectáculo, un renacimiento serenamente inmenso. Me sentí un privilegiado: porque ellos lo fotografiaban como el primer momento estelar de la visita a una ciudad desconocida; sin embargo, para mí era la instantánea que se repetía día tras día, como una bendita rutina, camino de la oficina, encima de mi bicicleta.
Cualquier malagueño que haya visitado Holanda, un país báltico, o cualquier territorio centroeuropeo, habrá podido observar la cantidad de bicicletas aparcadas o circulando por todos lados, a la salida de la estación de ferrocarril, por el centro, por las universidades. Abuelos, padres y madres con sus hijos en remolques o en sillitas, estudiantes, trabajadores. Da igual el tiempo que haga, con sol o con lluvia, con niebla o con frío, a veces incluso con nieve.
Y sin embargo, paradójicamente, con un clima que ya quisieran para ellos los ciclistas nórdicos o centroeuropeos, a nosotros nos sigue costando incorporar la bicicleta en nuestros movimientos urbanos diarios: preferimos el coche o la moto (eso sí, esta última también la dejamos en casa los cuatro días que llueve, provocando claro está el típico atasco malagueño). Y lo peor de todo, no cogemos la bici arguyendo algunas veces prejuicios sociales rancios y trasnochados. Todavía recuerdo las recriminaciones de mi compañero de despacho en cuanto llegaba por las mañanas a mi primer destino sevillano: «un abogado de la Junta no debe venir al trabajo en bicicleta, es algo impropio y le quita categoría».
Curiosamente fue en Sevilla donde comenzó la oleada que, años después de aquella recriminación, afortunadamente sacó las bicicleta, a pesar de ‘la caló’, a la calle. Y le siguió Córdoba, Granada y por fin Málaga. Se comenzaron a construir y delimitar carriles bici, se instauraron servicios públicos locales de préstamo de bicicletas, algunos incluso gratuitos -cosa que ocurre en muy pocos sitios-, como el de Málaga. Precisamente una de las mañanas usé este servicio ‘de gorra’ desde el Morlaco: cuando llegué a la Acera de la Marina y entregué mi bicicleta felicité por la iniciativa al empleado que estaba reponiendo otra en el punto de acceso de al lado. Me miró extrañado y con cara de incrédulo. Porque, por desgracia, en Málaga no estamos acostumbrados ni a las bicicletas ni a dar las gracias a un empleado público.
Dar un paseo en bici por los paseos marítimos malagueños, por el Palmeral de las Sorpresas, por el Muelle Uno, o por las calles sin coches del centro histórico es un gozo para el cuerpo y para la mente. La vista se recrea al compás del movimiento de las piernas, la brisa marítima te acaricia la cara mientras tu nariz destila el salitre del Mediterráneo. Es como si de pronto de convirtieras en un director de cine que está haciendo un travelling armónico y sosegado que te hace amar más la ciudad en la que vives.
Cada vez hay más paisanos que se animan a sentarse encima de un sillín. Pero queda mucho por hacer. Todavía sigo sin entender -quizás porque es el trayecto que más repito- como no hay un carril bici entre el Morlaco y el puerto; y muchísimos más que todavía quedan pendientes. Y muchos más puntos de aparcamiento en toda la ciudad, y muchos más puntos de entrega y recogida de las bicicletas blancas y azules del servicio público. Y lo más importante, que aprendamos a convivir ciclistas y peatones, conductores y ciclistas, cada uno por su sitio, y Dios en el de todos para que no ocurran accidentes indeseables.
Después de veinte años seguiré acudiendo al trabajo en bicicleta, por mucho que todavía queden algunos que lo consideren como algo que ‘quita categoría’, seguiré dando las gracias a los empleados por un servicio público de bicis que presta eso, un servicio. Y seguiré fotografiando en mi memoria agradecida los mismos amaneceres que graban en sus cámaras digitales los cruceristas. Lo haré todos los meses, con el frío húmedo y con el terral, con sol y con lluvia, con levante y con poniente, de noche y de día.
Porque en Málaga tenemos la suerte de que las bicicletas no son para el verano: son para todo el año.
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