El quiosco del Pío

18 de Abril del 2022 a las 13:25 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Sur el 16 de marzo de 2022




Hace unas semanas compré mi último ejemplar de Sur en el quiosco del Pío, en mi pueblo, Villanueva del Trabuco. Toni, el del Pío, me dijo que cerraba, que no le salían las cuentas. Y naturalmente me costó encajar el golpe, no en vano se cerraban casi cuarenta años desde que adquirí allí mi primer ejemplar de Sur, no a Toni, sino a su padre que ya falleció.

Y claro está, el ejercicio barnizado de nostalgia se hizo inevitable. Recordé con emoción los primeros ejemplares de Sur que me compraba mi madre cuando veníamos “de médicos” a Málaga siendo yo un mocoso, páginas que eran devoradas con fruición durante semanas, de principio a fin, incluidos anuncios y esquelas, introduciendo la nariz una y otra vez en su interior e impregnándome de un olor que nunca olvidaré, como casi una especie de magdalena de Proust hecha de papel y tinta.

Después llegó el colegio mayor de Madrid, el Chami, con su sala de prensa como lugar de misa diaria periodística: Diario 16 (Pedro J. Ramírez era mi ídolo) era leído de punta a rabo, y después, dependiendo del tiempo, revisaba El Independiente, El País, ABC y YA.

Después en Granada me sumergí esa temporada en el Ideal (a mi madre le recordaba a mi abuelo, que estaba suscrito en Zafarraya a Ideal y Patria). Y en Sevilla me pasé a El Mundo: seguía siendo fiel a  Pedro J. y me encantaba cruzarme en el quiosco del Porvenir con el torero ya mayor Pepe Luis Vázquez. Buenos días, maestro. Buenos días, joven. Y yo con mi periódico en el brazo era feliz regresando a mi piso de alquiler.

Pero siempre que volvía un fin de semana o en vacaciones a mi pueblo se repetía el ritual del paseo hasta el quiosco del Pío a comprar el Sur.

En Estados Unidos era difícil hacerse con la prensa española en papel (fue la primera vez que visite el Sur digital) pero en Europa sí era posible: recuerdo los sábados bajando la Vía di Barbacane de Florencia para hacerme con un ejemplar de El País en la edicola.

Pero todo cambia. En pleno confinamiento, con los quioscos considerados “servicios esenciales” con toda justicia, después de comprar mi ejemplar de Sur a Toñi en la Avenida Pintor Sorolla, me encontré con una amiga profesora universitaria: “¿pero tú todavía compras prensa escrita? Uff, pues deben quedar ya poquitos como tú”. Fue el primer comentario, el primer síntoma de otra epidemia coétanea que iba a ir extinguiendo poco a poco al lector de prensa escrita. En ese momento pensé que quizá mi amiga no sabía que somos “adictos” a la droga de tocar, oler y ver un trozo de papel que retrata la actualidad caduca y efímera, que mi amigo Manolo lo pasa muy mal los tres días al año que no hay prensa (Navidad, Año Nuevo y Viernes Santo), tanto que el día anterior compra dos periódicos para reservar uno para el día siguiente. Que María, con 94 años, lleva décadas y décadas comprando su ejemplar de Sur y disfrutando con este placer diario, y necesario…

Pero el cambio es imparable. Esta misma Tribuna, sin ir más lejos, será leída mucho más en digital que en papel. Así que ruego que a los poquitos, y últimos mohicanos de una causa perdida, que la lean en papel que cojan tijera y la recorten, porque dentro de poco también perderán ese placer recortable. Por mi parte sigo teniendo recortados como si fuera un tesoro mis primeras publicaciones, o portadas históricas a cinco columnas…

Ya echaremos en falta los ejemplares atrasados para uso doméstico, porque ya se sabe que no hay cosa más desfasada que de periódico de ayer. No digo como papel higiénico, que para eso se utilizaba en muchas casas de abuelos, sino como protector de suelos para tareas de pintura, o como material para manualidades, o para protector de huevos y figuras de cerámicas metidos en hueveras improvisadas o cajas de cartón. A mí hasta me gusta (reconozco mi enfermedad) verlos apilados en casa, hasta que soy conminado (y con razón) por mi esposa para que sean reciclados a la mayor brevedad posible.


De momento sigo disfrutando del paseo hasta el quiosco de Toni en la Avenida Pintor Sorolla, ya no coincido con el fallecido dramaturgo Romero Esteo, pero de momento sigue abierto y sigue habiendo prensa. Es más, por fortuna, en mi pueblo, días despúes de cerrar el Pío, tomó el relevo la librería Anele, así que disfrutaré de entrar en ella a comprar mi Sur mientras dure.

Pero no nos llevemos a engaños, es inevitable, se está escribiendo la crónica de una muerte anunciada del papel, y, para más inri, se está anunciando su futura necrológica sin necesidad de tinta: en una fría, fugaz y resplandenciente pantalla.


Nota: Después de enviar este suelto a SUR me llega la noticia del fallecimiento de Don Cristóbal, de Villanueva de Tapia, lector del SUR en papel todos los días, durante décadas y décadas. In memoriam.



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