EL BANCO DEL TIEMPO
15 de Junio del 2009 a las 9:05 Escrito por Jaime Aguilera
El famoso dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que se ve que no tenía mucho aprecio a los banqueros, dijo en cierta ocasión que sólo había una cosa peor que robar un banco: fundarlo.
Afortunadamente, y para curarme en salud, no voy a hablar de bancos que se dedican a traficar con dinero. Gracias a la crisis que, como el hambre, suele agudizar el ingenio se ha creado un banco del tiempo que trafica justamente con ese bien tan preciado.
No conozco todavía a nadie que haya abierto una cuenta corriente de horas, días o semanas en esta peculiar entidad financiera pero, al parecer, la cosa consiste en que uno paga con tiempo lo que el tiempo de otro le ha dado. Por ejemplo, un carpintero le paga la instalación que le ha hecho en su casa el fontanero no cobrándole el tiempo que dedique a hacerle un mueble de madera, para la casa del fontanero, se entiende.
Se ve que en estos tiempos donde el papel moneda brilla por su ausencia, y por pura necesidad, hemos tenido que volver a tiempos más medievales donde el trueque era la única “moneda de cambio” y el quid pro quo el único lema que lo sustentaba.
No se si en su más tierna infancia, o en su rebelde y extraña adolescencia, leyeron la historia de Momo –de Michael Ende, el de “La historia interminable”-; el caso es que esta obra aparecían unos hombres grises que se dedicaban precisamente a robar el tiempo.
Esta feliz idea ha surgido para que justamente, y en la medida de lo posible, no nos roben ese tiempo; para que podamos seguir ejerciendo una de nuestras más absolutas libertades, que no es otra que elegir –cuando podemos- dedicar nuestro más preciado tesoro en forma de horas a estar con nuestra familia o a leer un buen libro.
No en vano los ingleses, con su habitual y flemático pragmatismo, suelen decir que si verdad quieres conocer a un hombre, lo único que tienes que averiguar es cómo gasta su tiempo.
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