VARGAS LLOSA Y UN SERVIDOR
10 de Noviembre del 2010 a las 13:41 Escrito por Jaime Aguilera
Como suele ocurrir con lo que termina bien, todo empezó mal. Después de leer Los cachorros le metí mano a La Ciudad y los perros, pero no hubo forma y terminé dejando algo que no entendía, que no me divertía, o las dos cosas al mismo tiempo. Años después, seguramente era yo el que había cambiado porque la novela seguía siendo la misma, me encantó.
Y así comenzó un idilio de horas de fruición y placer, especialmente con La tía Julia y el escribidor (algún día de estos la volveré a leer), con Conversación en La Catedral y con la última que leí en la playa: La fiesta del Chivo. También disfruté con Pantaleón y sus visitadoras, con La casa verde, con La guerra del fin del mundo, con Elogio de la Madrastra y con Los cuadernos de don Rigoberto. Incluso llegué a deleitarme con esa lectura más sesuda contenida en el ensayo sobre Flaubert y Madame Bovary, que no en vano se titula La orgía perpetua.
Pero fue leyendo la historia de la tía Julia, y viendome ingenuamente reflejado en el escribidor, donde decidí que mi vocación literaria tenía que agradecer eternamente la existencia de este libro en particular, y de los demás, en general; tanto que ya no hace falta decir a quien se debía la tres letras “var” del pseudónimo de mi primera novela: Gavarbetti.
Después de todo lo anterior también es fácil imaginar, aunque un poco más difícil calibrar su dimensión, el nerviosismo y la emoción que me embargó cuando, de pronto, me tropecé en el aeropuerto de Barajas con un Muñoz Molina al que tenía la intención de entrevistar, con un Vargas Llosa al que adoraba y con el periodista y crítico Juan Cruz como testigo. Le eché lo que había que echarle y les abordé preguntándole a Muñoz Molina si tendría la amabilidad de recibirme:
- Mario, tienes un bolígrafo para que le apunte a este joven mi correo electrónico.
Por desgracia, se me ha perdido el papelito escrito con la pluma del que en su día sería premio Nobel, y que un fetichista hubiera guardado como oro en paño.
Por fortuna volví a coincidir por segunda vez con él en los burladeros de la plaza de toros de La Malagueta.
Por fortuna también podré –podremos- seguir dejándome –dejándonos- llevar por la belleza de sus palabras, por la sutileza de sus historias.
Enhorabuena, maestro.
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Noviembre 19th, 2010 at 14:34
Pues por si acaso, ya te pediré algo escrito tuyo en puño y letra
para guardarlo.
Un saludo, Hermano.