ELOGIO Y AUTOCRÍTICA DEL “FUNCIONARIO”

2 de Febrero del 2013 a las 11:30 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en prensa escrita en DIARIO SUR  de 1/2/2013

Elogio. Cuando el “funcionario” de Larra nos invitaba a que volviéramos mañana se respiraba un cierto aire de inercia y resignación. Ahora, con la famosa “crisis”, el fuego se ha avivado y el “funcionario” ha pasado a ser el chivo expiatorio que debe ser recortado en todos sus “privilegios”, para regocijo de patricios y plebeyos. El único recorte que queda pendiente es el que se hace a tijera con forma de estrella amarilla para que lleve en su vestido, uniforme, bata o chaqueta: un sambenito que los identifique cuando vayan por la calle.

No hace falta que les diga que muchos de ellos, los más, se juegan la vida por cuatro perras que en euros no llegan ni a cuatro.

No hace falta que les diga que muchos de ellos, los más, terminaron sus estudios de bachillerato, de formación profesional o universitarios y, a continuación, renunciando a cantos de sirena en tiempos de vacas gordas, se sentaron a preparar unas oposiciones. Y consiguieron su plaza. Y tuvieron que tomar posesión en el destino a veces muy lejano que les había tocado. Y después de llevar tiempo ganando el mismo sueldo había muchos colegas que se mofaban de ellos por no unirse al carro de las vacas gordas, por seguir instalados en una mediocridad gris que nunca les sacaría de pobres, y que encima no les permitía hacer jugadas con el dinero negro porque su nómina es de un blanco fiscal inmaculado.

No hace falta que les diga que muchos de ellos, los más, dedican la mayoría de horas no del día sino de su toda su vida a darlo todo por nuestros hijos: por su nacimiento, por su inscripción en el registro civil, por su educación con una beca, por su tarjeta joven, por su seguridad, por su trabajo o por su subsidio de desempleo, por su jubilación –si es que la tiene-, por su entierro digno o por su certificado de defunción.

No hace falta que les diga que esos “funcionarios” existen, y son los más. No hace falta que se lo diga porque ustedes lo saben: saben que existen y saben además quiénes son.

Muchos de ellos, incluso, luchan para que la burocracia tenga los mínimos vicios del “buro” y de la “cracia”. Para que el “buro” pase de “ventanillas” a “windows”; para que la “cracia” pase de “autorización previa” a “declaración jurada”.

Y lo único que tienen en común todos ellos es su vocación de servicio público. Saben que les pagan para beneficio de todos y no de ellos mismos. Trabajan en aquello que en algún momento de su vida han deseado, quizás porque tenía razón Tolstoi cuando dijo que lo más parecido a ser feliz no es hacer lo que se quiere sino querer lo que se hace.

Autocrítica. Pero con la vocación y con la felicidad pasa como con el valor en la mili, que se supone, aunque siempre no exista. De ahí que también hay que reconocer que en todos sitios cuecen habas, y que también hay ovejas negras que, por desgracia para ellos, carecen no ya de un mínimo de vocación de servicio público sino del más elemental sentido de la responsabilidad. Y lo más triste, “funcionarios” que si tienen ese sentido de la responsabilidad pero se encuentran totalmente desmotivados.

Para unos y para otros, para los que tienen vocación y para los caraduras, para los motivados y para los desilusionados. Para todos sería necesario hacer un ejercicio de autocrítica y poner sobre la mesa medidas que premien a los buenos, que son los más, y que castiguen a los malos, que son los menos; medidas que pongan en valor el esfuerzo y la dedicación para con la “res publica”, y que castiguen sin titubeos la ineficiencia en una organización que es pagada por los contribuyentes a los que hay que servir.

A vuela pluma propongo algunas: más flexibilidad en las plantillas para que se adapten a las necesidades del momento y no sean refugio y coartada de los que no quieren trabajar; mayor concreción de complementos de productividad y de régimen de jornada y horarios ligados todos ellos a objetivos y no únicamente a una presencia poco menos que inanimada; a un reloj que te dice cuando has entrado y cuando has salido, pero no lo que has hecho durante. Y más remociones de puesto que hagan que las competencias las ejerzan quienes de verdad son competentes.

No invento la pólvora, directivos y sindicatos conocen el paño: sólo hace falta voluntad decidida para romper inercias.

Porque la mayoría de los “funcionarios”, como diría el anuncio, se lo merecen. Se merecen el elogio sincero a su abnegada labor, y se merecen también la necesaria autocrítica del sistema, precisamente para que el elogio anterior no se quede sólo en una palabra.

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