NUNCA VOTÉ A SUÁREZ EN UNAS EUROPEAS
20 de Mayo del 2014 a las 22:39 Escrito por Jaime Aguilera
Tribuna Diario Sur 20-05-2014
Nunca voté a Adolfo Suárez en unas europeas. Recuerdo perfectamente los coches con las pancartas de la UCD recorriendo calles y haciendo sonar el claxon. Recuerdo el librillo color ocre de la Constitución de 1978 en un cajón de mi casa. Recuerdo la incertidumbre en las caras de mis padres ante una palabra extraña: democracia. Fue la equidistancia entre la seguridad conocida y lo nuevo por conocer lo que hizo que mis padres, como tantos otros, si votaran a Adolfo Suárez. Pero entonces yo no tenía edad para votar.
Es más, nunca voté a Adolfo Suárez. Hubiera podido hacerlo en una ocasión, en las Elecciones Generales de 1989, pero no lo hice porque era la primera vez que votaba, era un estudiante malagueño que vivía en Madrid, tenía que votar por correo, y mi único argumento político entonces era preguntarme por qué los andaluces -que aportábamos más de sesenta escaños de la Cámara Baja- teníamos menos diputados que vascos y catalanes. Es ahora, un cuarto de siglo después, cuando me doy cuenta que la exhortación de Suárez de que no lo quisiéramos tanto y lo votáramos más también iba dirigida a un votante primerizo como yo.
Nunca voté a Adolfo Suárez, ni siquiera en unas europeas. Con el paso del tiempo, con los estudios constitucionalistas, con el maravilloso programa televisivo de Victoria Prego sobre la Transición y con las lecturas sosegadas -la última la recomendable “Anatomía de un instante” de Javier Cercas- fui madurando como votante y como demócrata. Y fue entonces cuando tomé conciencia de la importancia de la figura de Adolfo Suárez. O mejor dicho, de la importancia del triángulo compuesto por el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda. Casi con toda seguridad, si hubiera faltado uno de estos tres vértices no se hubiera producido un giro desde una dictadura a una democracia que es estudiando como modelo en todo el mundo. Los tres habían jurado fidelidad a las Leyes Fundamentales del Movimiento y los tres querían lo que creían que el pueblo quería: un cambio hacia una Monarquía Parlamentaria. Por eso, con el conocido “de la ley a la ley a través de la ley”, idearon algo inaudito: que las Cortes franquistas votaran someter a referéndum su propio suicidio como régimen político. Así, desde la legalidad vigente y desde la legitimidad de las urnas, España, en un tiempo récord y sin otra guerra civil de por medio, se convertía en una moderna democracia europea.
Nunca voté a Adolfo Suárez en unas europeas. Pero si quise votarlo como presidente de la Tercera República Española, hasta que se hizo público, en 2005, que padecía la terrible enfermedad del Alzheimer. Desde ese año, con Suárez enfermo y Torcuato Fernández Miranda fallecido, ya solo puedo votar al tercero del triángulo virtuoso, a Juan Carlos de Borbón, como presidente de la Tercera República. Porque soy republicano, pero también juancarlista, que como bien dice el maestro Alcántara: Dios guarde muchos años al rey Juan Carlos, hasta que merezcamos tener un régimen republicano. Suárez hubiera sido un buen jefe de estado, quizás el único posible en un país que sigue teniendo dos Españas dentro de su seno, y que algunos se empeñan en resucitarlas una y otra vez, a pesar del esfuerzo de Adolfo Suárez en enterrarlas juntas para siempre.
Nunca voté a Adolfo Suárez, pero me hubiera gustado hacerlo en las próximas europeas, porque en el fondo no hubiera votado a ningún partido político sino a Adolfo Suárez. Porque Suárez demostró que en momentos cruciales es más importante un buen político que un partido político. Porque quizás Suárez fue el primer mártir de una partitocracia que a veces no mira por el interés de todos sino por el interés del partido. En momentos como los actuales, más que partidos políticos necesitamos políticos que sepan ver por encima de ellos. Políticos -no partidos- admirables, admirados y amables que -no lo duden- existen, y son los únicos capaces de entender que necesitamos uno nuevos “Pactos de la Moncloa” liderados por un nuevo Suárez, que estoy seguro que también existe. Unos nuevos pactos que tengan claro los objetivos que exige un nuevo acuerdo, por encima de chatas ideologías electoralistas. Un nuevo pacto que aborde las reformas constitucionales pendientes (la del Senado clama al cielo), la redefinición del modelo territorial y el inaplazable pacto del modelo educativo.
Ahora que vamos a votar dentro de Europea sería bueno recordar que fue Suárez quien solicitó formalmente el ingreso en la Comunidad Europea, quien inició el camino para estar donde nos correspondía.
Nunca voté a Adolfo Suárez en unas europeas. Cuando pude votarle no lo hice porque mi miopía política no veía más allá de Despeñaperros. Y ya después no pude porque nunca se presentó como candidato a la presidencia de la III República Española o al Parlamento de Estrasburgo. Al menos reposara eternamente junto a otro europeísta presidente republicano: don Claudio Sánchez Albornoz. Un antiguo Secretario General del Movimiento y un Presidente de la República en el exilio, juntos, en el claustro de una rancia y castellana catedral católica: la concordia fue posible.
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