1814-2014: BICENTERARIO SIN PENA NI GLORIA
23 de Diciembre del 2014 a las 12:55 Escrito por Jaime Aguilera
PUBLICADO EN TRIBUNA DE “SUR” EL DÍA 22/12/2014
Termina el año 2014. Un año en el que se han recordado dos efemérides hasta la saciedad. Por un lado, en clave internacional, se ha celebrado el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914. En este sentido, este verano pasado, pude comprobar en suelo inglés como en Londres, en los pueblos, en las fiestas, en las casas de campo, en los aeropuertos, en cualquier medio de comunicación… se conmemoraba una y otra vez, hasta la saciedad, el inicio de la que fue llamada en su día Gran Guerra, y que tantas vidas costó en el continente europeo.
Por otro lado, en clave regional, y con tintes claramente politizados y proselitistas, Cataluña –y especialmente el gobierno catalán- ha celebrado no el triunfo sino la derrota de la opción que apostaba por la Casa de Austria en la Guerra de Sucesión española y que, a la postre, supuso el final de los fueros catalanes con los Decretos de Nueva Planta: una pérdida de derechos que impuso el vencedor, el instaurador de la nueva casa reinante en España: el Borbón Felipe V.
Sin embargo, ha pasado desapercibido, sin pena ni gloria, el bicentenario de nuestro triunfo contra el invasor francés en la Guerra de la Independencia. Resulta curioso, y casi paradójico, que la fecha que se intercala matemáticamente entre 1714 y 1914 no haya aparecido en actos políticos, institucionales, o simplemente en los medios de comunicación. La única fecha que no supuso ni el inicio de una guerra ni la derrota de otra: porque de los tres años que manejamos y que terminan en 14 la de 1814, insisto, fue la única victoria, y sin embargo no se ha hablado nada de ella. Y curiosamente también tuvo una lectura –como 1914- claramente internacional y europea, porque supuso la primera derrota –con la ayuda inglesa- del imbatible Napoleón. E igualmente tuvo una lectura en clave catalana: porque no cabe duda de que nombres catalanes como los de Gerona o el Bruch están íntimamente unidos a esta victoria, catalanes y catalanas que justamente cien años después de luchar contra un Borbón francés lucharon, y murieron, por defender una España unida con fuerza contra el invasor francés. Ahora, da la sensación de que estos payeses nunca existieron.
Se hace necesario recordar, ahora en pura clave localista, que muchos malagueños y malagueñas, organizados en eficaces guerras de guerrillas, arrancaron las plumas del águila imperial que hasta ese momento lo había arrasado todo. Se hace necesario recordar que personajes como el gobernador militar malagueño Teodoro Reding –sí, el del paseo o del de la calle Reding- será quien mande a las tropas españolas en la batalla de Bailén, siendo, por tanto, el artífice de la primera victoria sobre un cuerpo de ejército de Napoleón en toda Europa. Repito, el primero: ¿se imaginan ustedes la que se hubiera organizado en cualquier otro país de Europa si Reding hubiera estado entre sus paisanos? Yo les anticipo la respuesta invitándoles a que hagan un seguimiento de todo lo que ya, antes de que empiece el año, hay ya organizado para conmemorar la batalla de Waterloo que, vuelvo a insistir, no fue la primera derrota napoleónica pero, claro está, tuvo la suerte de no acontecer en nuestro suelo patrio.
¿Y por qué ocurre esto? No se puede simplificar, pero coincidirán conmigo en que hay varias causas que se perciben a simple vista. La primera es que desconocemos nuestra historia; pero, sobre todo, la primordial, es que la idea de España como nación está de capa caída, básicamente por razones puramente políticas y cainitas, porque sigue habiendo dos Españas, y últimamente quizás más de dos. Porque nos avergonzamos de nuestra bandera a menos que ganemos un mundial de fútbol.
De nuevo, a riesgo de ser repetitivo, tengo que traer a colación el presagio de Bartolomé Gallardo, el personaje histórico que protagoniza mi última novela, en plena Guerra de la Independencia: “no dudo de que venceremos a los franceses, pero no sé si venceremos a nosotros mismos”.
Sirva esta humilde tribuna como merecido y reivindicativo homenaje al bicentenario de la última gran victoria de un pueblo español unido; es más, que ha demostrado en quinientos años que si está unido, y sólo si se mantiene unido, puede conseguir lo que se proponga. No tienen más que repasar lo que ocurrió después: todo un sería un desastres como las guerras Carlistas, Cuba, Marruecos, la Guerra Civil… y menos mal que no hubo guerra, y que nos unimos de nuevo con la Transición. Una Transición, por cierto, que maravilló al mundo con sus logros y con espíritu de concordia y que por desgracia –no tenemos remedio- de nuevo está hoy en entredicho.
Así que ya saben, ya que en altas esferas nadie lo ha hecho, tengan ustedes -como diría Cervantes, “discretos lectores”- un pensamiento de orgullo para sus antepasados, que hace justo doscientos años fueron los primeros en Europa que vencieron al pequeño Gran Emperador.
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