MÚSICA PARA CAMALEONES MALAGUEÑOS
21 de Febrero del 2017 a las 18:27 Escrito por Jaime Aguilera
Tribuna de SUR de 21/02/2017
http://www.diariosur.es/opinion/201702/20/musica-para-camaleones-malaguenos-20170220002715-v.html
El más grande de todos los músicos, Mozart, murió repentinamente, joven y cargado de deudas, y fue enterrado al anochecer del 6 de diciembre de 1791 en el cementerio de St. Marx de Viena, con manto negro y capucha masónica, después de una modesta ceremonia y en una humilde tumba.
Quizás la muerte tan discreta del genio de Salzburgo es una buena alegoría del momento actual en nuestro país de una de las expresiones artísticas, la musical, sin la que no se puede concebir al ser humano.
Porque para muchos gobernantes y -lo peor- para muchos padres, la música es eso: un entretenimiento bonito con el que morirás pobre y tendrás un entierro humilde.
Porque hoy en día, cuando un joven dice que está realizando estudios en un conservatorio superior la pregunta saltará inmediatamente como un resorte: ¿pero te preguntaba qué carrera estudias? Porque la música no es una carrera, no es el axioma, sino el adorno elegante en el currículum vitae.
Se olvida, por desgracia, que hay mucha gente que vive y que puede vivir de la música, y, lo más importante, que serán felices dedicándose a lo que les gusta.
Además, al margen de que de adultos se dediquen o no profesionalmente a la música, la educación musical es, probablemente junto con el deporte, la mejor inversión en nuestros niños y niñas: casi es lo de menos los conocimientos de lenguaje musical y la técnica en un instrumento que adquieran; lo verdaderamente importante es la inoculación en vena de valores tan básicos, y tan necesarios en nuestra sociedad actual como el compañerismo, el respeto, el trabajo en equipo, el aprovechamiento del tiempo, el esfuerzo, el amor por el arte y no violencia (el único sitio donde judíos y palestinos están juntos es en la orquesta de Barenboim, será porque la música amansa a las fieras…). En fin…, casi nada…
Y aquí, una vez más, se hace necesario criticar la vergüenza ajena y la miopía camaleónica de todas las administraciones públicas: la estatal, que sigue sin otorgar un reconocimiento universitario a los estudios musicales de grado superior -cuando triplican en esfuerzo a muchos grados de algunas facultades-, que arrincona con la dichosa reforma Wert los estudios musicales en Primaria y en Secundaria -cada vez es una asignatura más residual-, que margina el bachillerato musical -una de las escasas buenas ocurrencias del sistema educativo-; o la Junta de Andalucía, que año tras año deja a jóvenes sin plaza en conservatorios profesionales de música cuando lo único que quieren es continuar (ojo, voluntariamente, sin que nadie ni ninguna norma les obligue) con una formación musical de cuatro años en un conservatorio elemental; o la local, como el Ayuntamiento de Málaga, que se muestra rácano y clientelar con instituciones musicales sin ánimo de lucro que realizan una labor (ojo, no musical o cultural, sino social) para quitarse el sombrero.
En Estados Unidos, en países centroeuropeos y en algún nórdico son inconcebibles todas las carencias anteriores porque, insisto, lo tienen claro: la música siempre es una buena inversión para una sociedad, tanto en lo material como en lo intangible. Así que, desde luego, si Nerón se levantara de su tumba con su lira, igual quemaba cualquier ciudad de Hispania…
Menos mal que el llamado tercer sector es el que, de nuevo, vuelve a dar la talla. Y así, la Fundación Málaga Musical o cualquier cofradía de Semana Santa son verdaderos catalizadores musicales en Málaga. Son muchas, pero me van a permitir que nombre a las que tengo más cerca: la Banda de las Flores -que está de celebración por su XXX aniversario- y la Coral y la Escolanía Santa María de la Victoria: todas ellas fomentan entre todas las edades, y en barrios en los que hace mucha falta, el amor al arte musical y los valores tan fundamentales que antes hemos reseñado.
Málaga ha sido, es y será cuna de artistas, y los músicos no son excepción. No voy a nombrar a los más conocidos con nombre de mar, de vega o de diosa cazadora: gracias a Euterpe, la musa de la música, no necesitan publicidad. Otros en teoría tampoco la necesitan, todo el mundo conoce y ha pasado por la calle Compositor Lehmberg Ruiz; sin embargo, a pesar de este gran escaparate, muy pocos han escuchado la música de don Emilio. Desde Eduardo Ocón a Tabletom, desde el maestro Artola a El Cojo de Málaga, muchos han desfilado por el parnaso musical malacitano. No obstante, vuelvo a insistir, mi reconocimiento hoy va dirigido sobre todo a tantos y tantos músicos malagueños anónimos que se enrolan en una orquesta, en un coro, en un tablao flamenco, en una panda de verdiales, en una banda, en un grupillo de rock, en una charanga, en un cuarteto de cuerda… en donde sea. Todos ellos, además de disfrutar ellos mismos, hacen disfrutar a los demás; o dicho de otro modo, todos ellos hacen de este dichoso mundo un sitio más habitable.
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