VIAJAR EN TREN
17 de Enero del 2008 a las 10:15 Escrito por Jaime Aguilera
Un domingo de hace ya muchos años, mis padres me llevaron hasta la estación de Salinas, en el límite provincial entre Málaga y Granada: desde allí me monté en un tren, junto a primos y a mi hermana, hasta llegar a Antequera, donde nos recogieron los mismos que hacía un rato nos habían comprado el billete.
Mucho ha llovido desde entonces, aunque más debería haberlo hecho en estos últimos años, y en todo este tiempo he intentando cultivar esa pasión ferroviaria que nació aquel día en Salinas. Supongo que deriva de la deformación mental pseudoromántica que tenemos algunos. Pero que más da el origen si nos proporciona un estado de bienestar espiritual.
Las estaciones de tren son casi siempre el mejor escaparate de una ciudad. En euskera, la palabra “estación” se nombra con otra que a mi juicio es más evocadora: geltokia (sitio de despedida), porque no hay sitio más apropiado para decir adiós, o hasta luego, que la estación madrileña de Atocha, que la barcelonesa de Francia, que la londinense Victoria o que la neoyorquina Grand Central, por ejemplo.
Caminante no hay camino, se hace camino al viajar en tren: pagando tasas inexistentes a alcohólicos revisores rumanos; o escuchando a otros leer a los pasajeros libros de poetas de Vermont, rodeados por montañas nevadas. Da igual, sea como sea, hay que viajar en tren: siendo despertado en la madrugada por policías turcos o siendo agasajado con bombones “puntualmente” servidos cerca de Oxford. Da igual, hay que dejarse llevar por un ventanilla y dos raíles.
En 1990, el tren expreso Estrella del Sur salía de Málaga y se sumergía en una noche de insomnio y de naipes, de soldados y estudiantes, de porros y bocadillos. Alguna vez llegamos con tres horas de retraso, tres horas que había que sumar a las ocho o nueve –no recuerdo- inicial y teóricamente previstas.
Hoy les escribo estas líneas en un viaje de vuelta a Málaga en el famoso AVE, escuchando música, consultando Internet, hablando por teléfono móvil o viendo una película. En el viaje de ida las antiguas once horas de viaje quedaron reducidas a tres y media, y encima me devolverán el dinero porque llegó con retraso de casi una hora. En el viaje de ahora los 290 kms./hora a los que puedo ver el paisaje de la tarde plomiza en La Mancha hacen presagiar que esta vez no habrá retraso. Mala suerte.
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Enero 17th, 2008 at 12:05
Me siento muy identificado con ese placer y estoy totalmente en linea con mi buen amigo Jaime. Tanto que he de deciros que mi último viaje fue precisamente en Septiembre de este año pasado, al Pais de los Trenes, Suiza.
Todo el viaje fue en tren desde el tren hotel “Pau Casals” que me llevó a Zurich ida y vuelta desde Barcelona,asi como también en tren las diferentes combinaciones a Lucerna,Berna,Interlaken…. y para mas aventura con la ventaja de la comodidad del mismo para llevar a mi hijo de entonces año y medio.
Culminar el Junfraug en los Alpes, en el famoso tren cremallera fue para mi un extasis celestial.
Comparto pues con Jaime este encanto, así como con mi padre que en paz descanse, amante de los viajes en tren hasta su muerte, aun cuando la diferencia de horas le hubiese hecho el viaje más comodo en avión.
Enhorabuena Jaime, por ese arte especial que tienes en tus artículos de conectar y emocionar con estos temas.