HAN VUELTO

20 de Septiembre del 2020 a las 16:28 Escrito por Jaime Aguilera

PENSAMIENTOS PARA LA TARDE CON MARILÓ MALDONADO, CANAL SUR RADIO. 

 

Han vuelto las oscuras golondrinas, en tu balcón sus nidos a colgar,

pero esta primavera se han sentido solas, revoloteando en plazas huecas de presencia, en calles inundadas de vacío, de silencio, de impotencia contenida, de rabia invisible…

Han vuelto las oscuras golondrinas, sí, han vuelto, cómo no iban a volver, pero han vuelto extrañadas por una primavera exultante, lluviosa, llena de vida…, ¿pero dónde está la gente?, y nadie les ha contestado, y han seguido revoloteando con inercia en una primavera, también, de olas solitarias, de parques cerrados y senderos abandonados…, de brisa triste y lluvia tras los cristales…

La primavera del año que viene volverán las oscuras golondrinas, en tu balcón sus nidos a colgar, pero miles y miles de almas, arrebatadas por un cuervo negro que nos ha dejado sin aliento y sin despedida…, esas…,

esas ya no volverán…

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ENTREVISTAS POR LA PUBLICACIÓN DE LA NOVELA “LA LUZ OTORGADA”

3 de Julio del 2020 a las 7:44 Escrito por Jaime Aguilera

Estos son los enlaces de las dos primeras entrevistas con ocasión de la publicación de mi cuarta novela:

https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2020/07/02/torrega-capital-costa-sol/1175905.html

https://editorialadarveblog.blogspot.com/2020/06/jaime-aguilera-la-luz-otorgada.html

Gracias a la editorial, a los medios de comunicación y, por supuesto…, a mis lectores…

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¿QUIÉN NOS ROBÓ EL MES DE ABRIL?

30 de Abril del 2020 a las 18:30 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Diario Sur de 30 de abril de 2020

https://www.diariosur.es/opinion/robo-abril-20200430001526-ntvo.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.es%2F

 

«La vida es extraña a veces, o para ser más precisa, es extraña casi siempre». Así comienza la investigación de Petra Delicado, cuya lectura inicio en plena pandemia.Y es verdad. La vida es extraña. Llevaba meses planeando mis cincuenta abriles y de pronto todo se ha trastocado: el mundo se ha convertido en un calcetín al que se le ha dado la vuelta por completo. Es verdad, la vida es extraña casi siempre: me han robado el mes de abril, cómo pudo sucederme a mí.

Y creo que a muchos nos está sirviendo para descubrir, más si cabe, tres reflexiones que revolotean todo el día en mi cabeza alrededor de tres palabras.

 

Vida. Nuestra rutina diaria, nuestras prisas mundanas nos llevan a olvidar lo más importante: estamos vivos. La ausencia de la normalidad vital nos lleva ahora a valorar lo que dábamos por hecho. Un paseo para ir al trabajo, un café en buena compañía, un beso a una madre, una escapada para ir al cine, la salida de la Pollinica, el viaje que ya estaba planeado… Pensábamos, pensamos, que todo era, que todo es normal, que no es nada extraordinario: qué equivocados estábamos, qué equivocados estamos. Si de algo nos va a servir el mes de abril robado es para que una vez que se consigamos detener al ladrón, veamos con unos nuevos ojos, abiertos y agradecidos, la mercancía robada y recuperada: una mercancía en forma de de caminata, de café, de beso, de largometraje, de Domingo de Ramos o de billete de tren que ahora sabemos mejor que es puro oro en paño que debemos contemplar maravillados una y otra vez, porque en cualquier momento nos lo pueden robar, como el mes de abril.

Fragilidad. Se está convirtiendo casi en una obsesión. La frase hecha de «no somos nadie» de tantas veces repetida se ha quedado hueca. Es ahora cuando pensamos de verdad en esta expresión y recobra entonces toda su realidad fatal y su cruel contenido. Nuestros sueños de grandeza, nuestra vanidad de vanidades, nuestras proyecciones vitales dadas por cumplidas de pronto se derrumban al comprobar nuestra extrema debilidad en la inmensidad del universo. Y eso nos debería servir para que, ya, desde ahora mismo, antes de esperar siquiera a que nos devuelvan el mes robado, seamos más humildes, más conscientes de la fineza del hilo vital de nuestra existencia.

Dolor. Los informativos se convierten en una sopa de números y de estadísticas. Pero no son números: son miles de personas en nuestro país las fallecidas, las ingresadas en hospitales, las infectadas, miles. Miles de sanitarios los que están luchando con impotencia, con riesgo y con pundonor, miles. Miles de familiares las que no se pueden despedir de a su padre, de su madre, de su hijo metido en un ataúd anónimo en un Palacio de Hielo, miles. Y es entonces cuando nos invade ese dolor helado, agudizado por las cuchilladas de la rabia, por los disparos del miedo, por el desgarro de la impotencia. No podemos ignorar: seremos más dignos de nuestra vida presente con el mes de abril robado si en todo momento acompañamos con nuestras palabras y nuestro más profundo respeto a todos los que están sufriendo de forma tan inmisericorde. No podemos olvidar: seremos más dignos de nuestra vida futura con el mes de abril recuperado si conservamos en nuestra memoria todo este sufrimiento, todo: el de los que murieron y el de los los que han conservado la fragilidad de la vida.

¿Quién nos ha robado el mes de abril? Sabemos quién ha sido, y estoy seguro de que el destino nos lo devolverá, será entonces cuando saborearemos con más fruición que nunca las cinco letras de un mes que está lleno de vida, primavera y esperanza, porque nunca pensamos que nos lo podían robar, pero lo han hecho.

Mientras tanto, nos descuidemos el presente de una primavera que ha nacido huérfana, pero que nos conmina a sacar lo mejor de nosotros mismos para con los demás, para reconocer su esfuerzo, su dignidad, su dolor: porque justamente nuestra grandeza queda mucho más a la vista en los meses de abril robados.

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PIN, PAN, FUEGO EN LA EDUCACIÓN

13 de Febrero del 2020 a las 18:13 Escrito por Jaime Aguilera

 

Publicado en Tribuna de Diario Sur el 13 de febrero de 2020

Otra vez: nada más comenzar la legislatura se abre una guerra civil, la enésima, donde a cuenta de un pin parental que se va a implantar en la comunidad de Murcia y que nadie sabe muy bien lo que es, unos defienden el pin y otros contraatacan oponiéndose con el pan, y en medio un alumnado y un profesorado que se siente abatido por un fuego cruzado en algo tan básico como la educación.

Es de un gran cinismo político que en varios programas electorales aparece lo que la mayoría ansiamos desde hace muchos años: un pacto nacional por la educación. Pero no hay manera: en los primeros días de la andadura del nuevo gobierno la derecha exige en Murcia un pin para controlar al docente y la izquierda exige un pan que anule el pin argumentando que “los hijos no pertenecen a los padres” y llegando a pedir la aplicación del artículo 155 en la comunidad de Murcia por aplicar el pin. En definitiva un partido de “ping” y de “pong” donde la pelotita blanca no es otra cosa que algo tan básico como la educación. Así nos va.

Coincide que en la plataforma iPasen de la Junta me salta la petición para que autorice, o no, la visita de mis hijos al Archivo Municipal de Málaga (¿el famoso pin?) Y mi mujer y yo la autorizamos, porque donde más aprendí, en un colegio de curas por cierto, fue en las excursiones que hice, y porque desde aquí agradezco al equipo docente del IES Mayorazgo su esfuerzo por salir repetidamente de la rutina de las clases para aprender extramuros; eso sí, respetando a los padres que no autorizan.

Porque lo importante es copiar a nuestros vecinos de Europa que promulgan leyes educativas por encima del gobierno de turno, normas básicas que no son inmutables, que se van adaptando a la realidad, pero que se sacan de la arena política por el bien de todos. Normas básicas – de mínimos si ustedes quieren, pero básicas- con vocación de permanencia en el tiempo, que armonicen el descontrol de diecisiete sistemas educativos (no me voy a extender con los excesos que se han llevado a cabo en los colegios e institutos catalanes) y que reconozcan con mayúscula la autonomía en la gestión de los centros y la figura de autoridad, no de los grupos de wasap de los padres hiperprotectores, sino del que tiene que mandar en el aula: el profesorado. Normas que de una vez por todas otorgue a la Formación Profesional la importancia crucial que tiene y la vincule sí o sí al mundo empresarial; que se adapten a la sociedad digital pero, ojo, sin olvidar nunca formar en competencias básicas y, sobre todo, en valores mínimos y consensuados con los que quiero pensar que todos, los de izquierdas y los derechas, estamos de acuerdo.

Pues de eso nada de nada. Aquí lo importante es el pin o el no pin. Lo axiomático no importa: lo importante es decidir si la asignatura de religión puntúa o no. Particularmente soy un bicho raro: me considero católico y afrancesado, eso quiero decir que soy partidario de una catequesis, como católico que soy; pero en la parroquia, no en el colegio, como los franceses. Porque por encima de la importancia curricular de la asignatura de religión hay muchas otras cosas: no nos perdamos otra vez en las ramas, por favor.

Les digo a los del pin que dejen de desconfiar en los docentes y se centren en los importante Les digo a los del pan que no vivan obsesionados ni con la religión ni con entrar al trapo de los del pin. Les digo a los del pin a los del pan que se dejen de memeces y se sienten y no se levanten hasta consensuar un pacto nacional por la educación: cosa que, visto lo visto, tampoco va a ocurrir en esta legislatura.

Lo dicho. La educación no puede ser el arma arrojadiza para un fuego cruzado de pin y de pan. Porque todas sabemos que con las cosas de comer no se juega, ni con el pin ni con el pan.

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DEJEN DE SER IDIOTAS

15 de Diciembre del 2019 a las 9:01 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Diario Sur el jueves 12 de diciembre de 2019.

https://www.diariosur.es/opinion/dejen-idiotas-20191212000523-ntvo.html

En la antigua Grecia, origen de nuestra democracia, se llamaba idiotas a los que les daba igual el bien común, el interés general. La palabra idiota proviene del griego ‘idiotes’ y se refiere a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. La raíz ‘idio’ significa ‘propio’, en clara contraposición a lo que no es solo propio sino de todos, y es la misma que nos aparece en castellano en palabras como ‘idioma’ o ‘idiosincrasia’.

Pues bien, el tiempo pasa inexorablemente y da la sensación de que nuestra clase política en su inmensa mayoría sigue siendo eso, idiota: atareados y empeñados en tareas propias de idiotas, porque no piensan en lo que nos importa a todos sino en intereses partidistas y particulares, en que nos desangremos vivos en el espacio y en el tiempo. Porque parece que lo que quieren es que no muera la lucha cainita entre los españoles, bien en el espacio de su propio territorio plural y asimétrico; bien en el tiempo de su propia historia tormentosa de dictaduras, repúblicas y monarquías.

Algunos de ellos, incluso, envalentonados por la fuerza de una supuesta nueva sangre revolucionaria y regeneradora, se atreven a poner en tela de juicio nuestra Transición -estudiada y admirada en todo el mundo- y su producto más destacado: la Constitución del 78, la que nos ha proporcionado cuarenta años de prosperidad y desarrollo nunca antes conocidos -parece que se nos olvida rápidamente- y que por supuesto puede ser reformada -ella misma dedica un título a su propia reforma-, pero desde el mismo prisma desde el que fue concebida, desde el consenso propio de los que no son idiotas. Y aquí está el problema, en que esta palabra, ‘consenso’, y su campo semántico: pacto, acuerdo, convenio, concierto, trato… han sido demonizados, y así nos va.

El buen político, el que ya sabemos por la etimología que no es idiota, es el que antepone el interés general a su propia supervivencia en el poder, al sillón de turno o a la encuesta coyuntural. En este sentido, atreviéndome a dejar a un lado la idiotez para pensar no en lo propio sino en lo que nos atañe a todos, me atrevería a proponer tres asuntos para que dejen, y dejemos, de ser idiotas. Seguramente hay más asuntos, pero creo que no estaría mal empezar por estos tres.

Educación. En plena Segunda Guerra Mundial, Churchill revisó en proyecto de presupuestos del Reino Unido y preguntó porque se recortaba la partida de Educación y Cultura. Le respondieron que el presupuesto militar era ese momento lo prioritario. Con su flema británica respondió: precisamente por ello no se puede rebajar, el principal motivo por el que luchamos contra los nazis es para conservar nuestra educación y cultura. Y es que no hay duda, el mayor patrimonio y la mejor inversión de una nación es su educación. Pero como estamos rodeados de idiotas, todavía no hemos sido capaces de sellar un pacto por la educación que, como cualquier país europeo, por encima de ideologías, busque la excelencia y la formación para el empleo; que, por encima de ideologías, sirve para unirnos y para que seamos más libres, y no para pelearnos entre nosotros y ser cada vez más dogmáticos.

Pensiones. Cuando éramos menos idiotas y pensábamos más en el bien común, se ve que todavía nos quedaba algo de oxígeno consensuado de la Transición, fuimos capaces de crear el Pacto de Toledo para dar viabilidad y sostenible a un sistema de pensiones. Pero es un hecho objetivo, no ideológico ni discutible, que la situación va a ser, si no lo es ya, insostenible. Y nada, no hay manera de que los políticos se sienten en una mesa, aparten sus «idioteces» y decidan con vocación de permanencia el camino a seguir, que seguramente no gustará ni todo ni a todos, pero que debe ser pactado fuera de siglas y de ideologías.

Agua y medio ambiente. Lo vemos todos los días y a todas horas. El cambio climático es un hecho y la gestión de los recursos energéticos va a ser fundamental en el porvenir de nuestros hijos. En los futuros conflictos el motivo principal que va a estar detrás va a ser la energía y los recursos naturales: el agua cada vez más escasa será la que nos lleve a darnos garrotazos unos a otros. Es fundamental por tanto un pacto nacional por el agua y el medio ambiente, pero nada, no es posible: ahí seguimos, pueblos, comarcas, comunidades, regiones, mancomunidades, nacionalidades… todos contra todos, como idiotas, y sálvese quien pueda…

En definitiva, un ruego reiterado una vez más desde esta humilde tribuna, una petición que una vez más caerá en saco roto, pero que no por ello me va a hacer callar: no pierdan más el tiempo y póngase a trabajar de una vez por todas en lo que de vez nos importa a todos; abandonen, por favor se lo pido, al menos por unos años, sus propios intereses; es decir, sean por fin políticos y dejen de ser idiotas.

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UNO MÁS DE LA FAMILIA

13 de Octubre del 2019 a las 14:47 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Diario Sur el 13 de octubre de 2019

Mi coche grande, la Zafira, tiene ya diecisiete años: la adopté a los dos años, por tanto lleva ya quince conmigo. Muchos me invitan a que me deshaga de ella, me espetan que ya tiene muchos años, que me compre uno nuevo… Yo les respondo con criterios pragmáticos y económicos, que si el dinero peor invertido es el de un coche, que si anda mejor que nunca y gasta menos que nunca…, pero me reservo, porque temo que no me van a entender, el que es quizás el argumento más importante: para nosotros, para mi familia, es difícil desprendernos de ella porque es uno más de la familia, casi al mismo nivel que en su día nuestro perro Bartolo o ahora la tortuga Benita.

El primer error es ponerle nombre. Decía Juan Ramón Jiménez que para amar una cosa, por simple e insignificante que fuera, lo primero que había que hacer era nombrarla. Yo heredé esta costumbre de mi padre, que bautizaba inmediata y arbitrariamente a los múltiples coches que compraba o cambiaba, como “El cordobés” (un Seat 850 con matrícula de Córdoba que adquirió cambiándolo en la misma gasolinera por el Dos Caballos en el que estábamos montados mi hermana y yo, de tal forma que fuimos a echar gasolina en un coche y salimos montados en otro), como “El Machaquito” (un Seat 131 motor Perkins que era más fuerte que el anís de Rute del que tomó su nombre) o el mismo Copito (un Opel Corsa que todavía tiene mi madre y que obviamente es blanco).

 Siguiendo esa tradición el Daewoo Matiz color rojo fue bautizado como Tomatito. Todavía lo recuerdo subiendo la cuesta del Cerrado con el motor ya muy recalentado y yo animándolo con mi hijo sentado detrás: “Venga, Tomatito, que tú puedes”. El pobre ya no daba más de sí y lo entregamos en Cumaca al comprar un Toyota Aygo. Mi hijo se empeñó en acompañarme para despedir a “su Tomatito” y el comercial se quedó pasmado cuando vio a mi hijo abrazado al Daewoo y con lágrimas en los ojos: “Tomatito, pórtate bien donde vayas, pórtate como tú sabes”. El citado comercial no pudo reprimir la emoción y me dijo: “Le pido por favor que no venga más veces a entregar un coche con su hijo”.

El caso es que salimos de allí con el segundo coche pequeñito y rojo, y claro está, ya no solo se distinguían los coches de la familia por nombre y sexo (la Zafira tenía género femenino y el Tomatito masculino), ahora habíamos rizado el rizo y habíamos instaurado una saga: el Toyota rojo pasó a ser bautizado como Tomatito II.

Es curioso y sintomático que cuando hemos vivido en el extranjero hemos alquilado coches por varias semanas, y nos ha ido muy bien, pero nunca lo hemos bautizado, quizás porque nunca los hemos considerado de la familia.

Disfruto mucho repasando (evito recordar aquellos en los que mi familia tuvo accidentes, algunos de ellos mortales) todos los coches donde he viajado, he aprendido a conducir, he amado, he dormido, he escuchado música, he hecho giras como escritor, he fumado, he conversado, he discutido… en definitiva, he vivido: el enorme Seat 1500 que decían que era un coche de ministro; el Chrysler que era muy bueno “porque era americano”; el Renault 4, el cuatro latas furgoneta de mis padrinos, Ramoncito, que conducía por los rastrojos del llano de Zafarraya; el Dos Caballos atascado en mitad de la nieve y lleno de productos de la matanza; el Dos Caballos furgoneta que era “la Fabiola” porque era, como nuestra reina belga, muy fea pero muy buena; el Cordobés; el Citröen Gs Club verde manzana que mi madre ponía a cien por Alfarnate de regreso de Periana; el “Foresillo”, un Ford Escort rojo que le pedía prestado a mi padre y me lo llevaba por toda España y Portugal, solo o muy bien acompañado; El Golf negro, mi primer amor, mi primer coche; el Seiscientos amarillo, con el que subíamos a comer a los Montes con los compañeros del Club 600; el Fiat Stylo; El Escarabajo que le pedía prestado a mi hermana y se perdió con las inundaciones del Trabuco; el Renault 5 amarillo que le pedía prestado a mi prima; el Susuki negro que es ya es el “buey vitalicio” que tira del simpecado de la Virgen de Gracia; el Jaguar que mi padre, en una jugada maestra, me cambió en vida por su Mercedes para que ya nunca, después de su muerte, me pudiera desprender de él.

Seguro que todos ustedes, mis discretos lectores, tienen también muchas historias con los coches que han desfilando delante de sus ojos, porque la historia de nuestra vida es también la historia de los coches que nos han acompañado, para bien y para mal.

Les invito a que también disfruten ustedes, al igual que yo, recorriendo los artefactos de cuatro ruedas que guardan con cariño en la retina de sus recuerdos.

Y no olviden mi advertencia, si les ponen nombre, ya saben, corren el riesgo de que pase a ser uno más de la familia.

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SERVICIOS SOCIALES ESENCIALES

10 de Septiembre del 2019 a las 11:03 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna del diario SUR el 9 de septiembre de 2019https://www.diariosur.es/opinion/servicios-sociales-esenciales-20190909002420-ntvo.html

Ahora que abandono mi responsabilidad en el Servicio de Protección de Menores de Málaga me siento más legitimado para exponer una idea que llevo rumiando varios años, pero que no me he atrevido a exponer en esta tribuna: quizás por no querer mezclar mis opiniones personales como articulista con las profesionales como servidor público, quizás por no querer que se interpretara que detrás de mis palabras se escondía un mero interés particular. De ahí que ahora sea el momento propicio.

Se habla siempre de tres pilares fundamentales del llamado Estado del Bienestar: las pensiones, la educación y la sanidad. A raíz de la entrada en vigor de la conocida como ‘Ley de la Dependencia’ se comenzó a hablar de esta última como el cuarto pilar. Sin abandonar este campo semántico, me gustaría matizarlo: el sistema de atención a la dependencia, sin dejar de ser básico y primordial no deja de ser una parte, no el todo, del llamado cuarto pilar del estado del bienestar.

Al igual que hay muchos tipos de pensiones ‘esenciales’, todo un elenco de servicios sanitarios ‘esenciales’ y distintos tipos de servicios educativos ‘esenciales’, hay varios servicios sociales ‘esenciales’, por citar algunos ejemplos palmarios: dependencia, violencia de género, discapacidad, renta mínima, ayudas de emergencia o menores…

Todos ellos merecen la consideración de ’servicios sociales esenciales’ del cuarto pilar del Estado de bienestar, ya que son básicos para la calidad de vida y la cohesión social. Más aún, y no exagero, de su buen funcionamiento depende muchas veces la vida, sí, la misma vida, de un bebé, de un anciano, de una mujer…

Comunidades como la andaluza o la valenciana han dado ya pasos legislativos importantes que abandonan el concepto de la obsoleta beneficencia, del carácter paternalista asistencial: ya se habla de un verdadero y reconocido derecho subjetivo, vuelvo a repetir, al igual que la pensión de jubilación, la educación primaria o una urgencia hospitalaria. No se está pidiendo una limosna a la sociedad sino que esta misma es quien se autoimpone una obligación legal. La comunidad valenciana habla ya de un «interés general y esencial»: a todos nos interesa, y con carácter básico, que un anciano ingrese en una residencia, que alguien que lo está pasando mal reciba un ingreso de subsistencia, o que se proteja inmediatamente a un menor que ha sufrido un abuso sexual por parte de su propia familia…

Y todo ello pasando de puntillas (merece un capítulo aparte) por la labor insustituible e impagable del llamado tercer sector de acción social. Al igual que ocurre con la educación o la sanidad concertada, también los servicios sociales concertados conforman el tejido y la red de gran parte de los recursos. Y no olvidemos nunca la cantidad de millones de euros que ello supone, y los miles y miles de puestos de trabajo, puestos de trabajo que, por cierto, no pueden ser deslocalizados a China o al sudeste asiático.

Sin embargo, y a pesar de las leyes que he comentado, las primeras que no se terminan de creer este carácter de esencial son las propias administraciones públicas, que una y otra vez meten en el mismo saco de los ’servicios generales’ a los que deben ser ’servicios esenciales’: no hablo de sueldos, simplemente de composición de plantillas y de reposición de las mismas, por poner un ejemplo. Que en un ayuntamiento, diputación, comunidad autónoma o ministerio no esté bien dimensionada la plantilla de profesionales de servicios sociales que atiende en sus respectivas competencias a su población supone, y es fácil de entender, exactamente lo mismo que si faltan médicos o maestros, y sin embargo existe la conciencia colectiva de cortar una carretera por un centro de salud, o por un nuevo instituto, pero no por un centro de servicios sociales comunitarios.

Quizás sean necesarias dos premisas básicas para que la consideración de esencial sea más visible, real y efectiva. Una, que se creen, o se vuelvan a crear, instituciones públicas con autonomía presupuestaria y de personal propia. Dos, que no se descarten servicios asistenciales de guardia públicos, que trabajen fuera del horario habitual de oficina.

Está ya totalmente interiorizada en nuestra vida diaria la figura de nuestro médico de cabecera y nuestra tarjeta sanitaria, o el profesor tutor de nuestros hijos en el colegio y el carnet de estudiante. Pues bien, de igual forma se tiene que conseguir que todos y cada uno de nosotros tenga un ‘profesional social’ de referencia en nuestro barrio de residencia y una tarjeta social única con nuestras peticiones y prestaciones. Alguien cercano, responsable, con un rostro conocido, que será el que nos guíe por el camino de nuestras ‘necesidades sociales esenciales’, y si tiene que haber un servicio de guardia en el centro de servicios comunitarios para actuaciones que no pueden esperar pues tendrá que haberlo: porque es algo ‘esencial’.

En definitiva, mis amables y fieles lectores, solo les pido que conformen en su mente una imagen final. Cuando piensen en las figuras de los profesionales sanitarios y educativos como pilares de nuestro Estado Social añadan siempre, por favor, a un tercer grupo: a los profesionales de los servicios sociales, porque, se lo aseguro, casi todos se dejan la piel por todos aquellos que lo necesitan.

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EL MAESTRO ALCÁNTARA Y EL DESCONOCIDO

18 de Mayo del 2019 a las 17:17 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Sur el 18 de mayo de 2019https://www.diariosur.es/opinion/maestro-alcantara-desconocido-20190518000613-ntvo.html

No es ninguna necrológica. Es la historia de una amistad con minúsculas, entre paréntesis: una amistad fugaz y frugal, una amistad paradójica y antitética… y sin embargo, una amistad al fin y al cabo.

Todo comenzó cuando decidí publicar una recopilación de artículos: viviendo en Málaga la idea del maestro Alcántara como prologuista era una aspiración atrevida, un sueño. Coincidió que su amigo José Luis Garci vino a dar una conferencia y mi mujer me dijo que seguro que allí estaba Alcántara, que fuera y se lo propusiera, que no tenía nada que perder. Y así lo hice, abordándolo con todo descaro al final del acto para hacerle la proposición. Me miró sorprendido a la cara y me respondió:

-Joven, no suelo prologar a desconocidos.

-Pues entonces, don Manuel, es cuestión de que nos conozcamos…

Y me dio su número de teléfono, para que nos conociéramos… Y la cosa nos llevó más de un año, porque si no era así no me podía escribir el prólogo. Nos citamos para almorzar en sus restaurantes de cabecera de Bellavista, de El Palo y del Rincón de la Victoria. Nunca, a pesar de mi insistencia, me dejó pagar: supongo que porque nunca pagan los jóvenes desconocidos.

Yo hablaba poco, escuchaba. A veces -las menos- estábamos los dos solos y otras tantas -las más- con otros amigos suyos a los que me presentaba como a un joven articulista al que le iba a prologar un libro. Se hablaba de todo, de temas de actualidad; pero también del mar, de la Guerra Civil, del barrio de la Victoria, de Alfarnate, de Neruda, de Aldecoa, de Azcona… yo sentía que estaba compartiendo mesa y mantel con la historia viva de nuestra literatura, que por un momento estaba formando parte de ella; sin embargo, al mismo tiempo me sentía un especie de infiltrado, casi un impostor: ¿Quién era yo, un desconocido, para atreverme a sentarme a almorzar en ese parnaso tan exclusivo?

Descubrí entonces, en la intimidad de mis lecturas, al poeta Alcántara: y ya nunca dejaría de releer a un «corazón capaz de lluvia», el que aseguraba que «si existía Dios, no tenía perdón de Dios». Comencé a citarlo en mis artículos como «el maestro Alcántara», porque como desconocido que almorzaba con él entendía que tenía todo el derecho de cita.

Pasé a formar parte de las muchas personas que conocían su rutina diaria: sabía que se levantaba tarde, no como yo: «Joven, yo siempre he sido búho; veo que usted ha pasado de búho a alondra». Sabía a la hora que estaba mandado su artículo diario a SUR, después de teclearlo en su Olivetti, después de corregirlo a mano y después de enviarlo por fax: «Joven, el fax es uno de los inventos más prodigiosos de la humanidad, y no voy a abandonarlo».

Sólo una vez me invitó a su estudio, en el mismo bloque donde vivía pero más alto, nada más entrar al Rincón. Allí vi sus búhos, sus libros, su máquina de escribir y su fax. Me preguntó que quería beber y yo, sin pensarlo le dije que un güisqui:

Don Manuel, he pasado de búho a alondra y de la ginebra al güisqui…

Como usted quiera, joven -comenzó a servirse la ginebra para él-…, pero no olvide las últimas palabras de Humphrey Bogart antes de morir…

¿Qué dijo? -pregunté inocentemente.

No debí de haberme pasado al güisqui…

Siempre había algún motivo para ir retrasando el prólogo, porque se suponía que ya nos conocíamos: que si había ido a Madrid, que si había sido jurado de un premio, que si le habían hecho un homenaje… Tampoco tenía prisa. Hasta que un día, había pasado ya más de un año, en una de las citas me entregó un sobre con dos folios mecanografiados: aquí lo tiene, joven.

Lo leí cien veces, me emocioné y lo llevé a la editorial. Al cabo de unas semanas lo llamé otra vez y lo invité a que asistiera a la presentación, junto al poeta Álvaro García, en la capilla del Cementerio Inglés de Málaga: «Joven, no he ido nunca a presentar un libro a un cementerio, pero cómo se le ocurre…»

Pero fue, y se sintió muy a gusto, porque, como decía al final del citado prólogo, a los viejos rockeros les complace que tipos como yo se apresten al relevo.

Y seguí escribiendo artículos, y volví a insertar el prólogo en la reedición de mis artículos ‘A pluma desnuda’. Pero ya no conversé más con el maestro, porque mi efímera amistad comenzó con Garci y terminó en un cementerio.

No lo olviden, no han leído una necrológica: sencillamente porque al margen de vidas y muertes hay pequeños destellos de amistad que se encierran para siempre en un paréntesis de gratitud, en la memoria agradecida de un joven desconocido hacia un maestro, hacia el maestro Alcántara.

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VILLA MAYA (y II)

26 de Marzo del 2019 a las 20:25 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Sur el 26 de marzo de 2019https://www.diariosur.es/opinion/villa-maya-20190326200216-nt.html

Fue una de mis Tribunas de SUR más leídas. Tras seguirle los pasos por estar enterrado en el Cementerio Inglés a George Hutchinson, el inglés del cruce, el amigo de Porfirio. Tras leer el magnífico libro de Diego Carcedo sobre el Schindler de la Guerra Civil, y tras una conversación con mi cuñado en la playa, en julio del año pasado manifesté mi adoración y reivindiqué la figura de Porfirio Smerdou.

Muchos conocieron a este auténtico héroe a través de mis palabras, y yo me sentía muy orgulloso de haber aportado mi granito de arena a hacer justicia despertándolo de un olvido incomprensible.

En esta misma Tribuna pedí una película, un museo o al menos una mísera placa. Afirmaba que si Villa Maya, y todo lo que en ella aconteció, hubiera ocurrido en Estados Unidos o en otro país europeo ya hubiera servido de base para varias películas. Por eso me puse muy contento cuando me llamaron de la productora Quinta Planta para entrevistarme para un documental sobre Villa Maya y su ilustre morador. ‘La lista de Porfirio’ se titula, y lo digo de corazón: es magnífico, no se lo pierdan.

Todos los días seguía pasando por Villa Maya. Y cada vez más gente conocía esta sencilla casita detenida en el tiempo. En unas jornadas sobre el edificio de la Subdelegación de Gobierno estuvieron presentes todos los refugiados que hicieron el corto trayecto entre Villa Maya y este edificio, entonces Hotel Caleta Palace.

Con una profesora del Instituto Mayorazgo diseñamos la idea de hacer un recorrido a pie con los alumnos: desde el propio instituto hasta Villa Maya, y allí, in sito, ante la misma casa que teníamos la fortuna de que se conservaba igual que en el año 36, contar una vez más la historia de Porfirio, la de su familia, la de sus refugiados. Y después, revivir el miedo a la muerte repitiendo el trayecto al Caleta Palace.

Porque una vez más afirmo que la única Memoria Histórica que me sirve es la que me lleve a tener claro que no se puede volver a repetir esta atroz lucha entre hermanos. Y sí algún sitio representa en Málaga la concordia y la lucha por la dignidad humana, no hay duda, ese sitio se llama, se llamaba, Villa Maya.

Los meses seguían pasando, la historia de Villa Maya seguía de boca en boca, después de tantos años, después de la ignominiosa desmemoria con una figura como la de Porfirio, que termina muriendo en el más discreto anonimato en El Escorial, por fin había mucha más gente que lo conocía. Había ocurrido algo parecido al caso de Chaves Nogales, personajes imprescindibles que no salieron a la luz porque no se posicionaron con ningún bando, y quizás por eso ninguno los reivindicó, porque sólo querían denunciar las muertes y las atrocidades por ambos bandos.

Me avisaron de que por fin se iba a emitir en Canal Sur el reportaje que he citado sobre Porfirio. A toda la gente que inmediatamente lo visionó le pareció estupendo.

Esa mañana la ilusión se renovaba porque una vez más, iba a pasar por Villa Maya camino del Instituto Mayorazgo. Pero tuve que apartarme y parar el coche. Mis hijos me preguntaron qué pasaba. No podía creerlo, justo en el momento álgido tras el reportaje de Canal Sur, como si hubiera sido una macabra coincidencia, Villa Maya había desaparecido: una enorme máquina se pavoneaba machacando y removiendo los escombros de la casa, los escombros de nuestro olvido.

No voy a echar la culpa a nadie porque es más que evidente que hay muchos culpables. Sólo me limito a constatar la realidad: ya no será posible, y había muchas formas legales para hacerlo posible, un Museo de la Concordia que, además de ser un magnífico reclamo cultural en un sector de la ciudad donde no hay ninguno, hubiera supuesto una herramienta valiosísima para nuestras jóvenes generaciones.

Tan dolido me vio mi familia que por la tarde, mi suegro me hizo un regalo muy especial: un ladrillo de la chimenea y un trocito de fachada de Villa Maya. No lo duden, los guardaré como oro en paño. Muchos han sido los indignados, y resulta casi sarcástico que ahora, con el crimen ya consumado, el Ayuntamiento de Málaga quiera poner una plaquita en la que a saber si se seguirá llamando Villa Maya. Resulta irónico que días después de consumarse el derribo, el Ayuntamiento de Málaga quiera otorgar la medalla de la ciudad a título póstumo a Porfirio, a buenas horas medallas verdes.

Lo que habría que hacer sería expropiar el solar y levantar una réplica de lo que fue Villa Maya, aunque me temo que de los tres deseos de aquella mañana luminosa de julio: la película, la placa y el Museo de la Concordia, solo se me van a conceder los dos primeros.

Villa Maya. DEP.

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DOS SIGLOS DE GOBERNADORES CIVILES DE MÁLAGA

26 de Marzo del 2019 a las 20:21 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de la Historia de Sur (Sur digital) y en edición impresa el 24 de marzo de 2019.https://www.diariosur.es/sur-historia/siglos-gobernadores-civiles-20190320134635-nt.html

Con ocasión de una jornada de puertas abiertas en la Subdelegación del Gobierno, se me invitó a repasar el anecdotario y las curiosidades de los casi doscientos gobernadores civiles en casi doscientos años. La primera conclusión es evidente, en una historia tan convulsa como la española, tres de ellos solo permanecieron tres días en el cargo, y solo uno de ellos superó los ocho años en el mismo. Es más, uno de ellos, Melchor Ordónez, terminaría siéndolo cinco veces; y pasaría a la historia por ser el primero en promulgar un reglamento taurino y por su curioso castigo a todos los borrachos de Málaga: en la plaza de las Cuatro Calles (hoy de la Constitución) les obligó a beber seguido nada más y nada menos que 16 cuartillos de agua (unos ocho litros).

A poco que se bucee, con más curiosidad que rigor científico, en la historia de los jefes políticos, de fomento, subdelegados de gobierno o gobernadores civiles en Málaga, que también el nombre ha ido cambiando, salta a la vista dos grandes grupos. El de las sublevaciones por un lado, y el de los artistas por otro. Porque de todo ha habido en esta viña del señor bisecular.

 El estreno del primer grupo fue por todo lo alto. En 1831, Vicente González Moreno («el verdugo de Málaga»), en varias cartas firmadas con el sobrenombre de Viriato (otro traicionado, por cierto) engaña a su antiguo compañero Torrijos convenciéndolo de que toda Málaga lo espera a él y a su gente con los brazos abiertos. El resultado de la traición es de sobra conocido: todos fusilados en las playas de San Andrés.

 Porque en Málaga hay que tener cuidado con los 18 de julio, con los veranos y con los años que terminan en 36. Y si no que se lo digan al Conde de Donadío: al terminar la procesión del Carmen, el 16 de julio de 1836, se inicia un tumulto en contra del nombramiento de Istúriz como Presidente del Gobierno, el gobernador, el Conde de Donadío, ordena a la guarnición cargar contra la multitud. El resultado se le vuelve en contra: el gobernador termina asesinado (por cierto, el heredero del título de este condado es el cantante Bertín Osborne). Años más tarde, en agosto de 1856, el gobernador Domingo Velo tiene que huir embarcando en los Baños de Diana y es destituido por haberse puesto al frente de una sublevación. Más adelante, el 18 de julio de 1873, el gobernador Francisco Solier se pone al frente del Cantón Independiente de Málaga: el segundo que más perdurará tras Cartagena, ya que terminará con la detención de Solier por parte del general Pavía en septiembre. Otro 18 de julio, el de 1936, a José Antonio Fernández Vega le tocará gobernar el caos de una fatídica y cruenta guerra civil en una Málaga republicana: terminará en un campo de concentración francés junto a Lluis Companys, la Gestapo lo devolverá a Málaga y finalizará su vida en la mayor fosa común de esta guerra: San Rafael.

 

Por otro lado, pasando al segundo grupo de los artistas, podemos citar en primer lugar a Víctor Balaguer, el trovador de Monserrat, gobernador de Málaga entre el 12 y el 22 de octubre de 1868: toda una figura de la literatura de la Reinaxença catalana que llegará a ser ministro varias veces. Al igual que Ríos Rosas, el de la calle y la parada de metro en Madrid, que llegará a ser académico de la RAE, embajador y presidente del Congreso de los Diputados, pero antes de todo eso será gobernador en Málaga. También será gobernador el escultor malagueño Adrián Risueño o el militar, diputado y escritor sevillano Fernando Gabriel Ruiz de Apodaca.

Caso curioso es el del gobernador Antonio Cánovas del Castillo, malagueño y sobrino del famoso presidente del Gobierno con el mismo nombre. Un día deja su vida política en Málaga y se marcha a Madrid, como Antonio Banderas, porque quiere ser artista. Y se convertirá en un pintor de pseudónimo Vascano y, sobre todo, en un famosísimo fotógrafo llamado Kaulak, Dalton Kaulak, reclamado por la nobleza y el mismo Alfonso XIII: nadie se acordará entonces de que era sobrino de Cánovas o de que años atrás fue gobernador de Málaga.

Algo parecido le ocurrirá a Alberto Insúa, el que no será recordado por ser gobernador civil de Málaga en la II República, entre 1933 y 1935, sino por ser un prolífico escritor y periodista, hijo, marido y padre de escritores. Un autor que comenzó con la novela erótica: La mujer fácil, y que alcanzaría el éxito total con una novela suya llevada tres veces al cine, una de ellas con la misma Conchita Piquer: me estoy refiriendo a El negro que tenía alma de blanca, la obra que, según la publicidad de la época, «emocionó a las multitudes» con «un problema de amor sin solución», «un drama eterno, humano, siempre de palpitante actualidad».

Aunque la historia más triste de un gobernador de Málaga es la del intelectual, poeta, periodista y dramaturgo sevillano Manuel Cano y Cueto, que versiona en castellano las Historias extraordinarias de Allan Poe. Después de alcanzar la fama, las distinciones, el prestigio y el honor, de pronto, un día, se muere su amada esposa y su único hijo. La profunda pena le llevará a la más absoluta pobreza y a la locura: morirá de tristeza en la sección de dementes del Hospital Civil de Málaga.

Pero terminemos contentos. Felices por tener ahora en el gobierno civil a alguien que no ha sido ni conde, ni marqués, ni mariscal de campo, ni escritor, ni fotógrafo; y sin embargo es especial y es la primera vez que se da en casi doscientos años: por fin una mujer, la hija de un farero.

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